Capitulo VI

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El partido de soccer llegaba a su final y el equipo de Caleb tenía la ventaja por dos goles, siendo él el jugador más destacado con el doblete en su cuenta personal. En las gradas yacían espectadores eufóricos que animaban a sus equipos, aunque era un grupo de chicas las que sobresalían entre el tumulto, eran etiquetadas como el club de fans de Caleb, todas ellas alagándolo. Sin embargo, la mejor motivación que podía encontrar era la imponente presencia de su padre quien, como siempre, reparaba en cada movimiento que hacía. Su asistencia en el partido era intimidante para Caleb, jugaba mejor cuando no estaba bajo su juicio. El magnate codiciaba con que su único hijo varón se convirtiera en un aclamado futbolista, y que acabara jugando para grandes clubes europeos por exuberantes sumas de dinero. Alberto se encargaba de contactar con los presidentes y dueños para asegurarle un cupo en uno de los más elogiados equipos a nivel nacional. Aunque había varios interesados en fichar a la joven promesa del fútbol, ninguno se terminaba por decidir debido a los escándalos de violencia de género que perseguían a Alberto que serían, sin duda, mala imagen para el deporte juvenil.

El árbitro anunció el final del juego con victoria rotunda para el equipo de Caleb, decorando el rostro de Alberto con una sonrisa que sólo se podía interpretar como orgullo. El hombre de cuarenta y dos años se encaminó al vestidor, dispuesto a encontrase con su hijo. Durante el recorrido, su sonrisa más se engrandecía cuando las personas lo felicitaban por la impecable actuación de su vástago, y su ego más acrecía al ver las expresiones de envidia que se marcaban en los rostros de los padres de los jugadores que integraban el equipo derrotado. Se asomó en los vestidores y apreció a los compañeros de Caleb elogiándolo.

-Caleb, Caleb, Caleb... -Pronunciaban todos en una única voz, aunque el rostro del joven expresaba muy poca emoción. Cambió su uniforme por unos jeans pardos y una franela azul con blanco, seguidamente salió al encuentro con su padre. Alberto aplaudía a su hijo mientras caminaban por el extenso pasillo, uno al lado del otro.

-Estuviste intachable. –Dijo el magnate finalizando su ola de aplausos, el otro no reaccionó ante el elogió. Alberto le comentaba acerca de sus planes para su futuro en el fútbol, pero Caleb lo ignoraba con facilidad, así como su padre lo había hecho en otras ocasiones cuando le expresaba su desacuerdo en considerar el fútbol su profesión. Lo que realmente deseaba era graduarse en una de las universidades más prestigiosas del país como ingeniero. Para él el soccer era, tan sólo, un pasatiempo. A menudo se esforzaba por no alterase por la exigencias de su padre, hacia lo que él quería sin objetar al respecto, recordando que ya sólo le faltaba una año para acabar el bachillerato, además de que cumpliría la mayoría de edad, después de eso empezaría a mandar en su propia vida. El andar de padre e hijo se detuvo cuando el club de fans de Caleb se acercaron para felicitarlo. Una a una esperaron su turno para abrazarlo, las más osadas se atrevieron a dejar un picaresco beso en una de las mejillas del chico. Cuando todas se dieron por complacidas, siguieron su ruta hacia el vestidor.

-¿Cuántas de ellas son tus novias? –Inquirió el padre, volviendo a andar junto a su hijo.

-Ninguna, papá. –Dijo Caleb.

- Es normal que los hombres tengan varias mujeres, y espero que algún día me presentes a al menos una. –Ya estaban llegando al auto de Alberto que estaba estacionado a las afueras.

-¿Y qué pasa si no lo hago? –Indagó el joven deteniéndose frente al auto.

-¿Por qué no lo harías? –Dijo el magnate. Caleb lo miró a los ojos, esperando detallar en ellos un atisbo de compresión, pero no lo vio. Alberto estaba diseño a la ambigua con ideales de antaño. Decirle la verdad era un disparate. Sabía que no podía decírselo ahora, y temía que nunca pudiera hacerlo.

-¿Caleb? –Interrumpió Vanesa que se aparecía, el mencionado volvió su mirada hacia ella. – ¿Sabes dónde está Alex?

-Él sigue en los vestidores o es lo que creo. –Dijo a la chica quien se tomó un momento para saludar con cortesía a Alberto.

Las siete caras de un secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora