Capitulo XII

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          Con un espacio libre entre sus horas de clases Cristina, Rebecca, y Alex decidieron reunirse en el patio del instituto, sin embargo, el último chico no estaba prestando atención a la plática de sus amigas. Sus ojos apreciaban enfáticamente a la chica sentada a unas tres bancas lejos de él mientras su mente se debatía entre acercarse a ella o no hacerlo. Parecía mentira que en el pasado hubieran mantenido algo más que una sencilla amistad y ahora eran dos desconocidos.

Alex detestaba con vehemencia los recuerdos de aquella perturbadora noche que, desafortunadamente, podía recordar con tanto detalle: la suave brisa que azotaba las calles de la ciudad, la ropa que vestían y en especial, la canción que sonaba minutos antes de que enviara a Laura por aquel cigarrillo que acabó siendo la carnada que la presa mordió sin saber lo que le esperaba. Una hermosa canción que se convirtió en la banda sonora de una película de terror. Si antes de aquella noche había considerado la posibilidad de abandonar su adicción a los opioides, después de lo que sucedió fue definitiva su decisión, y aunque no fue tan fácil como pensó que lo sería, se sentía orgulloso de sí mismo por haber tenido la capacidad de superar el síndrome de abstinencia, pero lamentaba en lo más profundo de su alma los daños colaterales que su adicción había causado en Laura, no sólo la había instruido en el mundo del vicio, sino que había causado en ella una herida que era imposible de cicatrizar sin ayuda, y era seguro que Laura no se había atrevido a contarle a nadie lo que pasó aquella noche. Su silencio era, sin duda, un beneficio que pagaba con el tormento diario de verla sufrir en sosiego sin embargo, él era el candidato menos apto para ofrecerle ayuda.

-Me tengo que ir. –Dijo Rebecca levantándose. Se despidió de los otros dos y se marchó. Cristina viajó su mirada siguiendo el recorrido de la de Alex, encontrándose con sorpresa a Laura.

-¿Hablaste con ella? –El chico suspiró pesarosamente y negó con la cabeza. -¿Por qué no?

-¿Qué caso tendría? No está dispuesta a hablar con nadie.

-Pero contigo sí. ¿Ya olvidaste que tú fuiste su confidente cuando su madre enfermó? Sólo a ti te decía cómo estaba, sólo contigo lloraba. Ella confía en ti.

-No después de lo que le hice. –Murmuró Alex, bajando la cabeza con pudor.

-¿Qué le hiciste? –Inquirió la rubia confundida.

(...)

Después de varias semanas como estudiante regular en el instituto La Virtud, Rebecca se conocía el recorrido a cualquier lugar y eso era un gran alivio. No existía mayor vergüenza que fingir que paseas cuando realmente estabas perdido. Su nueva vida había sido mejor de lo que esperaba, no demoró en conocer nuevos amigos que la instruían en innovadoras facetas que no siempre eran las mejores, aunque se divertía aprendiéndolas. Divisó a Christopher caminaba en kamikaze hacia ella. Los ojos azules del chico se acentuaron sobre Rebecca apreciando cada rasgo de su rostro y dibujando una sonrisa en el suyo. Ante la ciega mirada del rubio ella era perfecta y sólo había etiquetado de esa forma a una chica que, por obvias razones, se había distanciado de él. Para Christopher el amor no era una prioridad, por eso se interesaba en chicas que, como Rebecca, lo cautivaban a la primera vista.

-¿A dónde te diriges? –Inquirió el rubio deteniéndose justo al frente de Rebecca.

-A mi aula, ¿me acompañas?

-No sabes cuánto me gustaría, pero mi clase está a punto de empezar y no puedo llegar tarde, de nuevo. –Se lamentó Christopher. Sus destinos estaban dispuestos en rutas opuestas, un largo recorrido que a él le gustaría hacer junto a ella, pero no podía. -¿Te gustaría salir conmigo mañana en la noche?

-¿Es una cita? –Indagó Rebecca, causando que la piel blanca de Chris se ruborizara por vergüenza. Su talante severo era un disfraz fácil de despojar.

Las siete caras de un secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora