Capitulo IX

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La jaqueca que la atormentaba era insoportable y el aliento de alcohol en su boca era asqueroso. Vanesa entró a la ducha en cuanto despertó, con un ferviente arrepentimiento merodeando en su cabeza y el recuerdo de una noche que no la enorgullecía: fiesta, licor en exceso, lascivas músicas, el beso que ella le dio a Noah y finalmente tener sexo con él. No era la primera vez que intimaba con algún chico, y como todas las veces anteriores se reprochaba por no haberse podido controlar. Ya había perdido la cuenta de las veces que se prometió a sí misma no cometer el mismo error, pero con el alcohol se olvidaba rápido de las consecuencias de sus actos. Si su madre se llegara a enterar que no era virgen, seguro la enviaría a un internado de alta seguridad en algún lugar en Europa, donde residía su padre. Salió de la ducha y se vistió con los colores insípidos y poco glamorosos con los que su mamá la obligaba vestirse para luego bajar al comedor donde la esperaba Yeimy ya sentada en su silla igual que hacía todas las mañanas. La mujer de cabello castaño claro y piel blanca sostenía en sus manos un diario informativo mientras se llevaba a la boca la taza y se deleitaba con un trago de café humeante. Vanesa se acomodo en el otro extremo de la mesa, esperando paciente que la cocinera encargada le sirviera su respectivo desayuno, cuando los panecillos tostados y su zumo natural ya figuraban sobre la mesa, la empleada procedió a retirarse.

-Gracias. –Alcanzó a decir Vanesa. La empleada giró su cabeza y le dedicó una suave sonrisa.

-No le agradezcas en su trabajo. –Reprendió Yeimy con un tono de voz calmado, pero decidido. Su hija maldijo en sus adentros lo último que necesitaba para su infernal resaca era escuchar la tortuosa voz de su madre retumbar en sus oídos. -¿A qué hora llegaste anoche?

-A las once o quizás doce. –Mintió Vanesa, sabía que había llegado tan tarde que apenas y pudo dormir tres horas antes de que su reloj despertador sonara.

-¿Con quién estuviste?

-Con Emma, Debora y Cris... -Se detuvo antes de poder terminar.

-¿Cris...? – Animó Yeimy apartando el diario de su rostro para mirar con atención a su hija.

-Y Cristal. –Resolvió por decir.

-Ibas a decir Cristina ¿cierto? –Vanesa negó con la cabeza y llevó un pedazo de panecillo a su boca. Yeimy paseó su persuasiva mirada por su hija.

-Eso espero. –Advirtió fríamente Yeimy regresando su vista al diario. Cristina no era bien recibida por la madre de Vanesa quien consideraba a la hija de un delincuente una mala influencia para su hija, sin saber que entre ellas, la primera tenía más dignidad.

(...)

Alex aguardaba por Rebecca sentado en una silla en la cocina, mientras que Alicia preparaba un poco de café matutino para irse al trabajo. Apremiaba en silencio la adaptación rápida de su hija en la nueva ciudad e instituto. Le aterraba pensar que fuese incapaz de formar nuevas relaciones, después de todo Rebecca había nacido y crecido en su antigua ciudad. Siempre había conservado las mismas amistades y su carisma era apreciados por todos los que la conocieron, afortunadamente no había cambiado. Sus ideas se disiparon al percatar el rostro de su hijastro que estaba sentado no muy lejos de ella. Alex se notaba preocupado. Sus ojos se clavaban en algún punto de los azulejos del suelo con su cabeza un poco inclinada. El joven Muñoz nunca se mantenía tanto tiempo callado, siempre tenía algún comentario qué hacer o un anécdota qué contar.

-¿En qué piensas? –Inquirió la psicóloga rompiendo el sosiego que reinaba en la cocina. Alex pareció no oírlo, sin lugar a dudas el chico estaba ensimismado en sus pensamientos. Alicia movió una de sus manos frente a Alex para poder llamar su atención. -¿Estás bien?

-Sí, lo estoy –Respondió el joven aletargado. La siguiente pregunta inquieto un poco a la mujer. -¿Qué es lo peor que puede ocurrirle a una persona que sufre depresión?

Las siete caras de un secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora