Capitulo V

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El fin de semana había sido caótico para Laura. Sin ayuda de los opiodes, los recuerdos que tanto la mortificaban vagaban en su cabeza constantemente y en las noches era incapaz de conciliar el sueño. Consideró, en más de una vez, llamar a Alex y pedir de su ayuda, pero con sólo pensar en su rostro, la ira acrecía en su interior. Sabía que en cuanto lo viese, perdería la razón y actuaría de forma grotesca. Después de lo ocurrido, odio era el único sentimiento que Laura se podía permitir hacia Alex.

A primeras horas del lunes, la hija del oficial se vistió sin mucho afán, usó unos jeans negros y zapatos del mismo color, un suéter rayado blanco con rojo, y por supuesto la chaqueta de capucha negra que se había convertido en su prenda de ropa indispensable. Recogió su cabello castaño en una simple cola de caballo, dejando muchas hebras despelucadas. Seguidamente, empacó en su maletín varios cuadernos y dos, o tres libros, sin percatarse si eran los que correspondían ese día. Salió de su habitación, asegurando la puerta detrás de sí. Lo primero que detallaron sus ojos sombríos fue a Loren y a Sergio recreando un trillado momento familiar mientras jugaban y reían, por toda la sala de estar, con Tobías.

-Buen día –Saludó Laura con desganas. Ambos adultos le devolvieron el saludo.

-Estas a tiempo para desayunar. –Emitió el policía con afecto. –Cuando terminemos te llevaré al instituto.

-No te preocupes iré caminando, además no tengo hambre.

-Anoche tampoco quisiste comer. –Apreció Loren. Sergio, que había terminado su turno a las doce de la madrugada, desconocía lo dicho por la mujer. Inmediatamente observó a su hija con preocupación.

-¿Qué te ocurre, hija? –Inquirió el hombre con serenidad. Laura inclinó la cabeza para que no se percataran de las lágrimas que amenazaban con caer de sus ojos. El silencio la estaba matando paulatinamente, pero carecía del valor suficiente para develar su tormentoso secreto. Se obligó a sí misma a controlarse. Respiró profundo y exhaló. Cuando ya se notó más calmada, dijo:

-Extraño a mamá, es todo. –Finalmente, salió de su casa, aferrándose a las pocas fuerzas que, aún, le quedaban.

Caminó sin prisa por las calles de la ciudad con su cabeza inclinada, sus manos dentro de los bolsillos de la chaqueta y con sus pensamientos aislados de la realidad. Recordando la eufórica vida que tuvo, antes de que el destino cambiará sus cartas en su contra. Cuando Raquel todavía era la mujer más hermosa ante la mirada ciega de Sergio, los domingos de paseo en familias y las infinitas veces en las que ella había sido testigo del amor que su padre juraba sentir hacia su madre. Ahora podía aseverar que habían sido palabras vacías. Después de la ruptura de su familia y el deceso de su madre, cuestionaba la autenticidad de aquellos recuerdos, en ocasiones creía que eran producto de su imaginación cuando estaba intoxicada. Recuerdos inventados por los estupefacientes. Su alma dolía con vehemencia al reconocer que había sido su realidad.

Al final de la acera apreció un taller de mecánica dispuesto al público al que se aproximó con paso titubeante. No le gustaba visitar ese lugar. Las pocas veces que lo hizo, fue acompañada de Alex o de Christopher, fueron ellos quienes le presentaron a Chema, pero esta vez no tenía opción. Cuando yacía a las afueras del taller, vio un chico que apretaba algunos tornillos en el interior de un auto cuya tapa delantera estaba levantada. Se aclaró la garganta consiguiendo la atención del mecánico.

-¿Puedo ayudarla en algo? –Indagó el joven.

-Estoy buscando a Chema. –Murmuró Laura con pudor. El mecánico paseó su mirada cargada de juicios por todo el cuerpo de Laura. Las personas que inquirían por el dueño del taller lo hacían por una sola razón. El empleado soltó la herramienta y se encaminó hasta el fondo del local. Laura perdió su pista cuando el muchacho giró hacia un pasillo.

Parada a las afueras del taller, miraba con cautela por todo su alrededor. Para los más despistados ella era una simple chica en un taller mecánico, quizás otra clienta con el auto dañado; pero para otros la verdad era más evidente, y siendo la hija de un oficial su presencia allí no era elogiada. Sintió su corazón acelerarse cuando reconoció al hombre caucásico salir del pasillo, seguido del mecánico. El así apodado Chema tenía los ojos grises, y su cabello negro teñido con suaves reflejos rubios. Caminaba persuasivo hacia Laura con una sonrisa de suficiencia adornando su rostro velludo, vestía jeans negros con cadenas colgando de las pretinas, zapatos blancos y una camisa de tirantes que permitían apreciar sus fornidos brazos cubiertos de tatuajes.

-¿Estás perdida? –Preguntó Chema con ocurrencia cuando la distancia entre él y la otra era minúscula.

-Necesito que me des un poco, de cualquier cosa que tengas. –Dijo Laura impaciente. El otro la miró unos segundos y dijo.

-¿Trajiste dinero?

-No, pero te pagaré otro día con intereses. –Chema se carcajeó.

-Lo lamento, pero me temo que no podré ayudarte.

-Por favor la necesito con urgencia.

-Y yo necesito mi dinero, Laura. Te recuerdo que tienes una deuda pendiente conmigo. –Articuló Chema entre dientes, la deuda de la chica se remontaba a meses. Él era consciente de lo que había ocurrido entre ella, Alex y su proveedor, por eso le guardaba compasión. No podía ni imaginar lo difícil que sería para ella despertar cada día con el trauma acechando su mente. Sabía que los estupefacientes eran lo único que podía apaciguar su tormento, sin embargo, no iba a poder esperarla más. Su deuda ya era muy elevada. En el pasado era Alex quien se ocupaba de comprarle los opiodes para evitar que las personas vieran a la hija de un policía frecuentar el taller de un narcotraficante.

Se marchó al instituto con el síndrome de abstinencia reclamando un lugar en su cuerpo. Su respiración era acelerada. El sudor que desprendía de su cuerpo era exorbitante y su piel, sin ninguna razón, se erizaba. Se esforzaba por conservar la calma y aparentar normalidad, pero cada paso lo complicaba. Pensó en devolverse a su casa, una idea que descartó en cuanto recordó que su papá seguiría allí. Si Sergio la llegase a ver en estado la internaría en un hospital de inmediato; y lo último que Laura necesitaba era que su padre se enterase de su adicción. Para cuando llegó al instituto sus sentidos ya no funcionaban como era debido. Las paredes giraban a su alrededor y las voces entraban en sus oídos sin ningún sentido, ruido era todo lo que oía. Su vista se ensombrecía y las imágenes eran fugaces. El tiempo y los latidos de su corazón no estaban sincronizados. Ella necesitaba ir rápido, correr, pero el compás del reloj tenía la marcha aminorada. No sabía cuánto más podría soportar así, sentía que en cualquier momento su corazón se detendría. Asustada, corrió hasta el sanitario de mujeres. Haber llegado significó un logro con méritos, considerando lo confundida que estaba su mente. Entró y se posó frente al espejo, sosteniéndose de los lavamanos. Era consciente que el malestar que padecía sólo empeoraría si no ingería, lo antes posible, cualquier cosa que la devolviera a un estado tóxico. Al principio los opioides la ayudaban, de alguna manera, a apaciguar el suplicio que la acompañaba desde el día en que su mamá enfermó, juró que abandonaría el vicio después de que ésta muriera, pero esa misma noche se había convertido en la carnada de Alex para un lobo disfrazado de oveja. Más que nunca la necesitaba.

La soledad que hasta ahora había tenido, fue disipada con la llegada de una chica de cabello castaño al tocador. Rebecca no pasó de desapercibido el aspecto deslucido de Laura. Sus ojos estaban irritados y sus manos temblaban ligeramente.

-Se te cayó el otro día. –Dijo Rebecca sacando de su bolsillo la pequeña bolsa de plástico y extendiéndola hacia su compañera. Laura sintió un alivio inmediato y no dudo un segundo en ingerir dos de los opiodes. El éxtasis que los estupefacientes generaban en ella no tenía comparación. Volvió a percibirlo todo nitidez.

- ¿Le comentarás a alguien? –Preguntó mirando el reflejo de la nueva atraves del espejo.

-No. –Aseguró y añadió. –Pero creo que deberías hablar con alguien acerca de lo que sea que te este sucediendo.

-Tengo miedo de hacerlo. –Vociferó Laura en un masculló, mientras que de sus ojos caían un par de lágrimas. 

      

Las siete caras de un secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora