Capitulo VII

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El encierro de su habitación era ameno. Caleb yacía frente a la computadora ojeando su perfil de Facebook, veía fotos de sus compañeros y amigos, y algunos videos del partido, aunque no se detenía en ningún. Su único interés en abrir la red social era ver las publicaciones de quien fuere su amor secreto, quien resultaba ser amante incondicional de la página, siempre publicaba fotos o vídeos de su día a día, y cambiaba constantemente su perfil. Caleb se preguntaba cómo podría actualizar tan seguido su facebook, si la mayor parte de su tiempo lo transcurría en el billar de Paco, pero, internamente, agradecía que supiera cómo organizar su horario persona y laboral, así mantenía esa pequeña ventana abierta para él, mientras conseguía el valor para acercarse. Está vez, como muchas otras, la atención de Caleb se concentraba en ese pequeño punto verde que le indicaba que la otra parte estaba en línea, y una vez más, se debatía entre enviarle un mensaje o no. Tecleaba varias veces en su computadora, escribiendo palabras que inmediatamente borraba. En su mente parecían bien, pero luego las leía y consideraba que eran imprudentes o inexactas a lo que él sentía. No sabía si empezar con un amistoso saludo o ser directo. Odiaba el torbellino que su mente formaba en momentos así. Anhelaba que fuese él quien iniciara una conversación entre ellos, pero sabía que no sería posible, que la única manera de iniciar una conversación era por su propia iniciativa, sólo él conocía las razones que los unía a ambos.

Caleb: Hola, sé que debes considerar insólito que sea yo quien te escriba, pero hay algo que quisiera hablar contigo, preferiblemente en persona, así que me gustaría que quedáramos.

Se animó a escribir Caleb en un repentino arrebato de valentía. Observaba con minuciosidad cada letra que tecleó reparando en algún posible error ortográfico, no quería que pensara que era un deportista mediocre. Lo único que lo frenaba a enviar el texto era la ubicación. No tenía claro dónde citarlo, quería que fuese un lugar apartado de la muchedumbre que pudiera juzgarlos, pero no tan alejado como para asustarlo con falsas expectativas de dobles intenciones. Los nombres de las ubicaciones de todos los lugares que consideraba adecuado, giraban en su cabeza como lo hacen las hojas en un suave remolino de viento, hasta que la voz seca y carrasposa de su padre las disipo. Desde su habitación, Caleb podía oír los vehementes regaños con los que su padre arremetía en contra de su madre.

-Explícame, por qué te resulta tan difícil mantener la comida caliente para mí, si bien conoces mi horario de salida. –Reprendía Alberto a su mujer. El alma de Caleb se llenaba de odio al escucharlo. Siempre era igual, no importaba cuánto Verónica se esforzara por complacerlo, De la Vega siempre conseguía algún defecto en ella. Oía a su mamá disculparse sin razón, aunque Alberto poco le valía. Seguía gritando y mandando a Verónica a hacer algo que él podía. Cansado de los insultos y las humillaciones, el joven De la Vega abandonó su habitación y bajó las escaleras. Al llegar a la primera planta, vio a su madre plantada frente a la estufa eléctrica, con la cabeza inclinada. Ocultando su vergüenza, quizás.

-Te ayudare. – Se ofreció desinteresado Caleb mientras comenzaba a encender una de las hornillas y preparaba algunas ollas. Madre e hijo se ayudaban mutuamente, consumidos en el silencio. Caleb se preguntaba a diario qué sería de su mamá si él no estuviera allí para apoyarla. Aún su futuro seguía siendo incierto, pero sabía que a dónde sea que el destino lo lleve, junto a él estaría la mujer que le dio vida.

-¿Qué haces aquí? –Preguntó Alberto de la Vega causando un severo escalofrío en la espalda de su hijo.

-Ayudo a mamá. –Dijo Caleb simulando el miedo que le inspiraba su progenitor. Su padre aborrecía la debilidad en un varón.

-La cocina no es lugar para ningún hombre. ¡Sube a tu habitación!

-Será sólo un momento. –Replicó el joven. Verónica de pie a centímetros de su esposo e hijo, reparaba en las facciones de Alberto que delataban su indignación.

Las siete caras de un secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora