Parte 7 - ¡¿Cómo?! ¡Están de vuelta!

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Un estruendo grotesco resonó y un chirriante ruido metálico destruyó el temple de un silencio pacífico. Vidrios rotos en el suelo junto a una máquina que estaba dando vueltas sujetando con diferentes pinzas las cabezas de tubos de cristal que estaban rotos, puntiagudos y afilados.

–¡¡¿Q-Qué chingados?!!– Samuel se sostenía de donde podía, acababa de despertarse y no podía creer lo que estaba pasando, agarrado con las uñas de sus manos apenas raspando las paredes de metal.

–¡¡¿P-Pero que mierda?!!– Alfredo con el corazón en la boca se mantenía por encima de la extraña máquina que no paraba de dar vueltas, sudando de terror las gotas que resbalaban por su rostro caían a las filosas piezas de cristal que rotaban sin cesar como si de una cierra se tratase.

Los chicos apenas podían sostenerse de las paredes, el espacio era muy reducido y apenas había oxígeno para respirar dentro del pequeño cuarto, pero sin considerarlo Samuel y Alfredo empezaron a gritar por ayuda. Desesperados y apenas teniendo la suficiente energía para sostenerse golpearon contra las paredes con todas sus fuerzas, arremetieron sus puños contra el metal hasta casi romperse los huesos, gritaron hasta desgarrar se la garganta, pero una luz blanca y un extraño click fueron la respuesta a sus plegarias. La máquina poco a poco bajaba la velocidad de rotación y la luz cegó por unos segundos a Alfredo y a Samuel, pero apenas pudieron verse quedaron petrificado, los dos estaban manchados casi por completo de sangre que estaba esparcida por toda su ropa, en el rostro varias pequeñas manchas cubrían el rostro de Alfredo mientras que la mitad de la cara de Samuel se veía cubierta con sangre que aún goteaba al suelo. Las paredes marcadas con huellas de manos ensangrentadas bañaban las paredes de rojo carmesí sobre el plateado semireflejante de las paredes, la máquina ya estaba a punto de detenerse y de repente una de las paredes se movió hacia afuera haciendo que Alfredo y Samuel cayeran sobre los pedazos de cristal que se hallaban en el suelo encajando se algunos pedazos minúsculos en la piel, pero sin llegar a hacerse daño.

–¡¡¿OH POR DIOS?!!– Una voz conocida azotó sus tímpanos que apenas se recuperaba del sonido tan brutal al que fueron sometidos. –¡¡Samuel, Alfredo!! ¡¿C-Como es que?...?! ¡¿Cuándo fue que…?!–

Ambos jóvenes voltearon la mirada hacia arriba, no podían creer lo que veían. La profesora Burnet estaba frente suyo intentando arrastrarlos fuera de los vidrios rotos. Ninguno de los tres entendía nada, estaban atónitos, petrificados; en especial la profesora que tan rápido como pudo llamó a sus doctores de confianza para que se encargarán de los muchachos. Con los nervios sus manos temblaban al ver los charcos de sangre que estaban en el suelo, asustada reviso a los jóvenes en busca de cualquier herida pero afortunadamente no encontró nada. La profesora Burnet ayudo a Samuel y a Alfredo a ponerse de pie. Con los nervios y muy tensa se acerco a los cajones de uno de los escritorios, abrió varios de ellos y tras unos segundos sacó una caja pequeña con varios parches adhesivos dentro.

–Samuel, toma, esta es otra tanda de parches…– Burnet le entregó la caja a Samuel con 11 parches dentro. –Si no estoy mal, y si no te has cambiado el parche, ya te pasaste por 4 horas el cambio que debías hacerte.– La profesora lo veía con preocupación y una retenida angustia.

Samuel tomó la caja de parches y la puso en su bolsillo pues la caja parecía una billetera muy versátil. –Gracias, antes de dormir me puse un parche, no se preocupe.– Samuel aún estaba agitado, no entendía el como estaba junto a la profesora, pero seguía tenso por la situación en la que se vio entrometido.

Pocket Monsters: Masters of DisastersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora