Gisele:
Corría perdida en mis pensamientos cuando sentí que alguien se colocaba a mi lado, manteniendo mi mismo ritmo. Giré la cabeza y vi que era Jason.
—¿Quieres hablar de lo de ayer? —me preguntó. Reduje la velocidad hasta detenerme por completo y luego negué con la cabeza.
—No quiero hablar de nada relacionado con Chad —respondí.
—¿No te preocupa? —insistió, mientras yo me pasaba una mano por el pelo, echándolo hacia atrás.
—Me preocupa Liam —admití—. Que intente acercarse a él y acabe haciéndole lo mismo que nos hizo a nosotros. Tú te marchas mañana y no sé como lidiar con esto sin ti.
—Gisele —dijo, apoyando ambas manos firmemente sobre mis hombros— tú también tienes que irte de aquí. Por eso hablé con Oxford esta mañana. No pudiste terminar derecho aquí, pero lo harás en Londres porque te han concedido una beca.
—¿Qué? —pregunté, incrédula.
—Les envié tu expediente y aceptaron enseguida. —continuó Jason.
Me quedé en silencio, tratando de procesar lo que acababa de decir. Londres. Oxford. La posibilidad de empezar de nuevo. Algo que parecía inalcanzable de repente estaba al alcance de mi mano.
—No puedo... Era tu oportunidad, no puedo aprovecharme de ell...
—Sigue siendo mi oportunidad. —Me interrumpió. —Simplemente ahora es nuestra. —Esbozó una sonrisa mientras se encogía de hombros. —Renunciaste a tu carrera para que yo pudiera terminar la mía, es lo mínimo que puedo hacer por ti.
—No sé que decir. —Admití.
—Di que sí. —Respondió.
Caminábamos de vuelta hablando de Londres cuando vimos a Liam escondido en un portal frente a nuestra casa, quitándose las zapatillas de marca que tanto nos había pedido a todos y que aún no habíamos podido comprarle. Las guardó rápidamente en su mochila del colegio y se puso unas viejas, las que solía usar a menudo.
—¿De dónde has sacado eso? —le pregunté, captando su atención. Nos miró, entre sorprendido y asustado.
—Eh... nos las han dado hoy a los del equipo de fútbol del instituto —respondió con rapidez.
—En tu instituto apenas pueden pagar la calefacción en invierno, no nos vengas con cuentos —dijo Jason. —¿De dónde las has sacado?
—Te estoy diciendo la verdad, ¿por qué iba a mentir? —replicó Liam, y acto seguido apresuró el paso hacia casa, evitando más preguntas.
—¡Liam! —grité mientras caminaba detrás de él, seguida por Jason.
—¿Pasa algo? —preguntó mi madre al vernos pasar, primero a Liam y luego a nosotros dos. No respondí. Entré detrás de Liam en su habitación, notando cómo se ponía cada vez más nervioso.
—¿En qué te has metido? —pregunté, temiendo la respuesta.
—¿Estás vendiendo algo? —preguntó Jason, mientras registraba su habitación.
—¡No estoy vendiendo nada! —gritó Liam, mirando primero a uno y luego al otro—. ¡Parad los dos! ¡No tenéis derecho a hacer esto!
—En eso te equivocas, chaval. —le dije. En ese momento, Jason abrió el último cajón del armario, y lo que encontramos nos dejó helados. No solo estaban las zapatillas, había un iPhone, un ordenador, un iPad, ropa de marca... e incluso algo de dinero en efectivo.
—Habla, o te juro por Dios que te mato —dijo Jason. Liam, nervioso, se sentó en la cama, jugando con las manos.
—No me he metido en nada malo —dijo con la voz temblorosa—. Esas cosas me las ha comprado papá.