Brant:
Al entrar en casa, encontré a mi hermana Jo de pie frente al espejo de la entrada, repasando el color de sus labios con cuidado, al parecer iba a salir.
—Hola, Branty —dijo, lanzándome una sonrisa a través del espejo. —Tienes una sorpresa en la habitación del abuelo.
—¿Papá? —pregunté, mientras ella negaba con la cabeza y se giraba hacia a mi, sonriendo con un toque de picardía.
—Mejor. —contestó. Fruncí el ceño, un poco desconcertado, y me dirigí hacia las escaleras. Cuando abrí la puerta de la habitación entendí su actitud.
Respiré hondo, entrando despacio y, tras unos pasos, llegué hasta la cama, sentándome sobre ella.
—Tuvo una crisis respiratoria hace un par de días. Tuvimos que llevarlo al hospital —murmuré, mirando cómo el pecho de mi abuelo subía y bajaba con la ayuda de la máquina que le mantenía estable. —Quería decírtelo, pero... te largaste. A Las Vegas, si no me equivoco.
Me giré despacio hacia mi hermano Zac, que estaba sentado en el sillón al otro lado de la cama.
—¿Desde cuándo lo sabes? —preguntó él finalmente, levantando la vista con una mezcla de desafío y culpa.
Esbocé una sonrisa.
—¿Que has llevado a la quiebra la empresa que te di exclusivamente para blanquear el dinero de la familia? Desde hace tiempo. Y todo por confiar en alguien como Chad Atkins.
Su expresión cambió, enmarcada por una rabia apenas contenida.
—¿Y por qué sigues trabajando con él, entonces? ¿Para darme una lección? Porque, te recuerdo, soy tu hermano mayor —replicó, apretando los puños sobre las rodillas.
Lo observé un instante, dejando que mis palabras calaran antes de responder.
—Tal vez deberías empezar a actuar como tal. —dije con frialdad—Quizá así alguien piense que tienes lo necesario para ser el digno heredero de esta familia y no un puto fracasado que tiene que aferrarse al cuello de la primera serpiente que ve.
Zac desvió la mirada, la tensión volviendo a llenar el espacio entre nosotros. Nunca nos habíamos llevado bien, pero últimamente nuestra relación estaba llegando a un punto prácticamente insalvable.
Alice:
Suspiré con pesar y miré mi reloj preocupada. Eran las dos de la mañana y no sabía absolutamente nada de Isaac. Temía que la muerte de Liam lo hubiese arrastrado de nuevo a los antiguos hábitos de los que lo ayudé a desprenderse cuando comenzamos nuestra relación: beber hasta perder el conocimiento y correr en las carreras de coches ilegales que se celebraban en el muelle de Nueva York.
Finalmente, pocos minutos después, vi cómo los faros de un coche se detenían frente a la puerta del taller, donde yo lo esperaba. Me levanté del sofá para salir, pero antes de que pudiera hacerlo, él ya había entrado. Lo miré con preocupación y noté de inmediato el corte en su labio.
—¿Te has metido en una pelea? —pregunté, tomando su rostro para examinar la herida, pero él apartó la cara de inmediato. Apestaba a alcohol.
—Tu ex novio me ha dado recuerdos para ti, así que he tenido que romperle la cara. —Respondió con total naturalidad. Al oírlo, levanté las cejas, sorprendida. Siempre había estado enamorada de Isaac, desde que éramos niños, pero hasta que confesamos lo que sentíamos, ambos habíamos tenido otras relaciones. Y Mark... bueno, Mark nunca perdió la oportunidad de recordarle a Isaac que estaba conmigo.
—Isaac... —suspiré, eligiendo las palabras con cuidado—. No puedes volver a esto. Liam no habría querido verte destruirte de esta forma.
Él se apartó, pasando una mano por su rostro antes de fijar la mirada en el suelo, evitando la mía. El silencio se hizo entre nosotros, tan denso que podía escuchar su respiración entrecortada. Me acerqué despacio y puse una mano en su brazo.