—No entiendo —murmuró Min, con el ceño fruncido mientras era arrastrada por Sila—. ¿Vamos a estaren un lugar público después de lo que sucedió en lamañana?
—¡Es un parque de diversiones, Min! —exclamó él,con una gran sonrisa en el medio de su rostro—. Haymuchísima gente, tanta que nadie nos hará caso.
Min negó rotundamente.
—Te prometo que lo que me dices no tiene sentido.
—El parque de diversiones estaba a pocos metros deellos, del otro lado de la zona del estacionamiento enel que habían aparcado. Detrás de ellos, un hombrecaminaba lejos de pisarles los talones. Min volteó amirarlo con un puchero distorsionándole el rostro—.
¿Por qué siempre tiene que venir él con nosotros?
—Por seguridad —recordó él—. ¿Recuerdas este lugar?Veníamos de pequeños.
La chica regresó su mirada al frente, observando algentío y las luces que iluminaban con alegría el lugar,contrastando con la oscuridad de la noche en un juego44de matices que brindaba un panorama ficticio.
—Lo sé, ¿por qué lo olvidaría? —preguntó, fingiendoresentimiento—. De seguro recuerdo mucho más cosas de las que tú recuerdas de nuestra infancia juntos.
Los chicos se perdieron en las múltiples filas de decenas de atracciones que supieron agitar el corazón deambos. Sila, como buen acompañante, se tomó muyen serio su deber de ganar en cualquier juego de destreza para llenar los brazos de Min con los mejores peluches de la feria.
También, con gran ternura, le enseñó a Min a ganarpor cuenta propia. Al final, la imagen que Sila teníade su pequeña cargando los peluches ganados en lasatracciones no se cumplió. Al guardia de Sila, en cambio, no le alcanzaban las manos para sostener todo loque los jóvenes querían llevar de regreso a casa.
—Mi mamá va a sacarme de la casa para conseguirmás espacio y meter todos estos peluches dentro —bromeó Min, con los ojos llenos de ilusión.
El guardia de Sila tenía los brazos cruzados sobre supecho, con el rostro serio y los peluches desbordándose a cada lado. La atracción frente a la que estabanparados era una de las pocas que permanecía desierta, con un responsable que no tenía la pinta de poder identificar a uno de los cantantes más famosos delcontinente.
Min enlistaba en voz alta las actividades por las que nohabían pasado, cada vez más emocionada por la suertede la noche que parecía estar a su favor, prometiendo más regalos, victorias y diversión. No obstante, Siladejó de escuchar, cautivado por la belleza de Min y la45dulzura de sus expresiones.
—Min —la interrumpió con apenas un susurro. Lachica, a pesar de lo bajito de su voz, atendió a su llamado. Apenas volvió el rostro hacia Sila, este lo tomóentre sus manos—. ¿Puedo darte un beso?
La joven se sonrojó.
—La primera vez no lo hiciste —señaló, apenada y conla voz temblorosa. La cercanía de Sila le entrecortabael aliento.
—Lo sé —aceptó él—. Debí haberlo hecho, por esoahora te lo estoy preguntando. Quiero besarte. Min,¿tú quieres que te bese?
La vergüenza no tuvo lugar en la respuesta de Min.Casi por inercia, ella asintió lentamente, temerosa. Elcorazón de Sila estuvo a punto de explotar cuando seacercó a ella, la miró cerrar los ojos y esperó sentir suslabios contra los de él.
Sila la besó, como si fuera la primera vez, con la suavidad suficiente para respetar la fragilidad que Min aparentaba. Entonces, la catástrofe sucedió muy rápido.
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AMOR DE MEDIA NOCHE (Libro oficial)
RomanceEl amor lo puede, pero depende de ti si vale la pena arriesgarlo todo o no por esa persona especial, pues a veces solo nos tenemos a nosotros mismos.