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Él era un romántico empedernido asustado por el dolor que causa un corazón roto. Un suicida que saltaba de corazón en corazón pero que era incapaz de encontrar uno para sustituir el suyo herido.

Cuando el verano empezó se convenció, o creyó convencerse, de que ya no valía la pena, que nunca encontraría a su princesa y que lo mejor era centrarse en otras cosas. Pero lo que pedimos siempre llega cuando dejamos de buscarlo, cuando ya no es imprescindible.

Asique una mañana de ese efímero verano, cuando llevado por la rutina olvidó que ya no hacía falta coger el metro para ir al instituto, dormido, con un vaso de café en la mano, la vio.

Ella lo deslumbró, y le hizo olvidar que hacía tan sólo escasos minutos casi caía rendido ante morfeo sobre un incómodo asiento.

Todo se disipó por su mente, sus ojos se abrieron. Y la observó durante un largo rato, hasta que ella cantó y él acabó de enamorarse.

escríbeme sobre el amor: E&PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora