Alguien una vez me habló sobre una pequeña criatura, que fue larva y se convirtió en mariposa.
Me habló de cómo, poco a poco, rompía el cascarón de la crisálida y sus alas arrugadas salían de ella para que así pudiesen secarse. Me habló minuciosamente de como esas preciosas alas comenzaban a desplegarse para, al fin, alzar el vuelo. Pero sobre todo me repetía que, toda esa metamorfosis, había sido merito de esa pequeña.
Fue entonces cuando comprendí lo orgullosas que deberíamos estar de cada revoloteo. Entendí lo fuerte que hemos tenido que luchar para que nuestra maldita crisálida se rompiese, poco a poco, aunque a veces pareciese indestructible. Entendí que las mariposas de mi alrededor solo podían animarme a intentarlo con más fuerza, pero que sería siempre yo, sola y únicamente yo, la que pudiese romper aquel cascarón. Me di cuenta de lo importante que ha sido persistir, de lo importantes que han sido aquellos gritos energéticos exteriores.
Después, al salir de aquella corteza, la miré a ella, una de las más valientes, preciosas e insistentes mariposas. Le sonreí entre lágrimas y le dije: "lo conseguimos".