Ella, acostumbrada a que no la deseen, a que no la quieran.
Nunca ha sido la mirada, sino el poder de ésta al hacerlo. La intensidad que pueden esconder dos sencillos pero delicados ojos, eso sí que es poder. La manera en la que pueden recorrer cada centímetro de su cuerpo, cada curva de su cintura hasta llegar a la cual más intensa; su sonrisa.
Que no hay curva que se pueda coger con más adrenalina que esa. Seguido arruga la nariz y sus ojos brillan acompañados de algo así como felicidad. ¿A caso hay algo más hermoso?
Baila, gira y se mira mientras no deja de sonreír. Es entonces cuando se da cuenta de que esos ojos que le miran con tanto aprecio son los suyos propios, que no va a haber ninguna mirada parecida, que nadie la va a acompañar en una aventura de amor como aquella.
Ella, que por fin es capaz de desnudarse en cuerpo y alma mientras lo ve reflejado, que no deja de mirarse, de sonreírse, de soltar pequeñas carcajadas y que se le escapen diminutas pero significantes lágrimas de alegría.
Ella, que por fin es capaz de comprender y aceptar aquel amor.
Ella, desnuda y vulnerable.
Ella, amándose y nada más.
Ella.
