Una foto y la vida se me desmorona de golpe.
Una canción y los pelos se me herizan.
Una conversación antigua hace que me ahogue.
Un recuerdo y mis pulsaciones desvanecen.
Tengo ya el corazón descompuesto, mis mejillas están hartas de soportar tales corrientes y mis labios de abarcarlas como si fuesen mar.
Mi cabeza está triturada de volver a repetir las mismas escenas, y yo avergonzada de que tú seas el protagonista de todas ellas.
Primero un escalofrío, después dos y al final comienzo a temblar. Pero, ¿Sabes qué? No es que te extrañe, no. Extraño eso que tú me dabas, eso que yo creía cierto. Ingenua. La verdad es que no.
Mis piernas siguen temblando y se me cierra la garganta al pensarte.
Aun siento como me agarrabas y te reías. Que bien sabías lo débil que era y lo rápido que accedía. Como sabías hacerme sentir peor de lo que ya hacía.
Y ahora todos esos recuerdos se han convertido en miedos.
Joder.
Pero mi mayor miedo ya no es que me miren desnuda, que no les guste, que me usen como lo hiciste o no ser suficiente. Mi mayor miedo es que, al final, eso que buscaba en ti con los ojos cerrados no pueda encontrarlo ni con lupa.
¿Y si al fin y al cabo es lo que me merezco?