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Azcar tenía la paciencia harta y un encendedor en su mano

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Azcar tenía la paciencia harta y un encendedor en su mano. Todo el campo en el que él y aquella candidad de veinicuatro demonios estaban estaba humedecido con algún tipo de combustible —no sé cuál, no sé de combustibles—, con tan sólo una chispa todo y todos arderían alrededor de él.

—Si lo enciendes, morirás tú también—le advirtió Sagitario, alzando las manos y encogiéndose de hombros como diciendo "yo sólo digo, hacé lo que quieras".

—No creo que le importe morir, tarado—le dijo Capri.

—Creo que a estas alturas a nadie le importa morir—suspiró Virgo, haciendo vibrar sus labios, escuchándose como un relincho.

—Yo estoy cagada hasta las patas—confesó Acua. —Creí que ibas a protegerme, Virgo, y mantenerme lejos de esta boda maldita.

—Ah, ¿Ahora sí quieres que te proteja?—dijo malhumorado. —¿Quieres volver conmigo o no?

—No creo que sea el momento para hablar sobre esto—respondió Acua. —No sé qué opinas...

Todos miraban a Azcar caminar de lado a lado con las manos en la cabeza, estaba entrando en pánico y Pi aprovechó ese momento para caminar lentamente hacia sus amigos.

—¡A ver si entienden!—alzó la voz el rubio, sexy y millonario, y también maníaco. —¡Sus vidas están en mis manos! Puedo matarlos a todos con tan sólo una chispa—comenzó a reír como villano desquiciado.

Los signos se miraron entre sí y comenzaron a reír también, todos al mismo tiempo.

—¡¿Por qué carajos están riendo?!

—Ay no sé, weon—Lila continuó con su carcajada. —Creo que sólo intentamos lidiar con el hecho de, probablemente, nos mates—. Se puso seria de repente, más bien triste.

—No es un "probablemente", voy a hacerlo. Voy a asarlos aquí mismo y, si se me apetece, tal vez hasta los coma.

—¿Al menos nos dejas decir nuestras últimas palabras?—pidió Candy, haciendo un mohín con sus labios.

—Son como veinticuatro personas—dijo Azcar, impacientado. —Pero a ver, ¿qué tienen de interesante para decir?

—Yo quiero confesar que... —Escorpio dio un paso hacia adelante inconsciente—sí engañé a Capri.

Todos dieron un suspiro de sorpresa.

—¡¿Qué?!—Capri lo apuntó con el dedo. —¡Lo sabía, lo sabía, hijo de mil puta! Yo... Yo sentía dolor de cabeza—se dijo a sí misma, tirándose del cabello—¡Era el peso de los cuernos que metió ese alacrán del demonio!

—A ver y ¿con quién?—se interesó un golpeado Géminis.

—Conmigo—Libra dio un paso al frente, dramáticamente, levantó la cabeza y sonrió. —Si no puedo con la hermana, pues con el hermano, ¿No?

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