19 de Diciembre del 2018, 9:30 p.m.
El Coloso, Acapulco de Juárez.La motocicleta se detuvo frente a un montón de edificios con un total de cinco pisos. Viridiana fue la primera en bajar, se tambaleó y luego empezó a vomitar en un arbusto cercano.
Héctor se bajó suspirando y giró a ver en dirección contraria mientras escuchaba a la chica escupir. Él sabía que Sandy estaría bien, pero aún no podía estar tranquilo luego de ver todo el caos.
La Corte de Wayne los había atacado, esos hombres pertenecían al cartel de drogas. ¿Por qué de repente el señor Wayne decidió hacerlo?
Tan sólo era un intercambio, nada fuera de lo normal, Héctor llevaba todo el dinero que se había acumulado en las calles con la droga, ellos le pagaban y le daban más mercancía. Una rutina normal.—¿En dónde está Sandy? —le preguntó Viridiana jadeando y con la nariz llena de mocos.
—Está bien... —respondió Héctor quitando las llaves de la motocicleta rápidamente— Va a regresar, ven, vamos a mi departamento, mi novia te puede dar algo para calmarte.
Viridiana notó que Héctor le extendía una especie de pañuelo, lo tomó y se limpió la nariz. Ambos subieron por unas escaleras de piedra hasta llegar a la entrada de un edificio. Siguieron con subir por la escaleras de los pisos hasta llegar al quinto. Viridiana comenzó a recordar la calma y el aire fresco que el Coloso tenía. Miró de reojo los árboles y los edificios juntos, la manera en cómo se movían con el viento.
Al entrar notó un olor casero, algo como a carne, arroz y frijoles. La estufa estaba encendida y una chica de cabello negro largo, piel morena y un cuerpo hermoso lleno de defectos de la vida cotidiana (como esas pequeñas lonjas que se hacían al usar una ropa más ajustada), giró para ver el rostro pálido de Héctor.
Viridiana la recordó, era esa chica de la secundaria, aunque no recordaba del todo bien su nombre.—¿Amor, qué pasó? —le preguntó Emilia Rendón mirando con mucha confusión a Viridiana.
Héctor las presentó de manera más calmada mientras ellas sonreían por nervios más que por gusto.
Emilia sirvió la comida; cecina con arroz y frijoles. Dejó otro plato extra para su invitado.—Ya te dije que no vayas por ahí con ese Sandy —le decía Emilia mientras le daba una lata de cerveza a Héctor como una madre le daba el biberón a un bebé regañado—. ¡¿No ves lo que pasa en las noticias?! ¡Hay un loco suelto por ahí!
Viridiana bajó la vista al reluciente plato, observando el jugo que caía de la carne. Suspiró e hizo a un lado la cerveza que Emilia le había dejado.
Cuando los platos estaban vacíos y sucios, ya pasaba de la medianoche y Héctor abría su tercera cerveza para luego encender un cigarro, suspiró y luego miró a Viridiana desde el humo.—No te veo desde la Técnica —dijo Héctor con un rostro serio—. Sí quiero hablar de tus aventuras, pero no sé por qué alguien como tú estaba con alguien como Sandy. ¿Sabes a qué se dedica ese idiota?
—Estoy buscando a Johan... —le explicó Viri— Hace unos días la madre de él fue a buscarme, creo que la policía lo toma por muerto, pero yo sé que no lo está. No puede...
Héctor le dió una calada al cigarro y luego sacó todo el aire por su nariz. Dejó la colilla en el cenicero para luego suspirar de manera gruesa.
—No está muerto —le dijo Héctor y luego le dió un sorbo a la cerveza.
Viridiana lo observó confundida.
Ese no era el mismo Héctor que había conocido en la secundaria, no, incluso antes. Aún recordaba ese lejano año en el que Héctor jugaba con los chicos en la cancha de fútbol. No sabía toda su historia, pero Sandy era muy cercano a él. Pasaban mucho tiempo juntos con Johan, a veces no podías ni siquiera pensar en creer que fueran personas diferentes. Claro, Héctor era más tímido, callado y a pesar de su atractivo físico, no tenía mucha atención femenina. Todo eso contrastaba con el hijo de puta que era Sandy Valey, o la versatilidad de Johan Wayne.
Otra vez pensaba en Johan.
Lo volvía a ver; usaba ese pantalón blanco que se manchaba con cualquier cosa, esa chemise con el logo de la secundaria 194 en ese cuerpo tan delgado y limpio. Aún recordaba su sonrisa, una sonrisa tan infantil y tranquilizante. Recordaba los zapatos negros que Johan siempre cuidaba y pulía todos los días. Su mochila negra con franjas blancas que cuidaba muy bien. Su cabello castaño oscuro que siempre peinaba a la perfección. Pero sobre todo, su voz tan dulce y juguetona.
ESTÁS LEYENDO
La Masacre de Wayne²
ActionSexo, drogas y Rock n' Roll. Las bellas playas de Acapulco son azotadas con una ola de violencia nunca antes vista. Personas desaparecidas, brutales asesinatos y capos de drogas entrando al puerto se vuelven el pan de cada día. Viridiana...