Capítulo 7: Fly Me To The Moon!

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20 de Diciembre del 2018. 10:30 a.m.
El Coloso, Acapulco de Juárez.

   Sandy bajó las escaleras y se puso unas gafas de sol mientras Viridiana le seguía con un vestido rojo corto que Emilia le había prestado y una chaqueta de mezclilla que Sandy le había dado y que seguía sin decirle su procedencia. Siguieron caminando hasta llegar a una motocicleta, no parecía la misma de anoche, se veía más pequeña, pero el manubrio era idéntico al que vieron en aquella cochera con el tipo del whisky.
   Valey notó que Viridiana observaba el vehículo detalladamente.

   —Anoche se le cayeron algunas piezas, otras se llenaron de sangre y las quité... —expresó Sandy— Sí, el viejo posiblemente me apuñale múltiples veces, gajes del oficio.

   Subieron y Sandy arrancó mientras Héctor los miraba desde su ventana. Subieron por una calle empinada y luego llegaron a la etapa 27, una mujer pequeña de piel morena estaba sentada en una esquina con una gran olla caliente. Sandy bajó con sus gafas puesta y miró a la mujer.

   —Te voy a encargar dos con relleno de puerco, y uno de pollo —le ordenó Sandy y le dejó un billete de $200 en la mano—. Guarda el cambio, cariño.

   —¿A dónde vamos? —le preguntó Viridiana preocupada por la respuesta que Sandy le iba a dar.

   —¿No es obvio? —contestó Sandy sonriendo— A casa de tu ex-novio.

   Viridiana se molestó y caminó detrás de él a paso rápido.
   Llegaron hasta un gran edificio de cinco pisos, subieron por unas escaleras sucias hasta el cuarto piso, lugar en el que había un gran portón negro cerrado con un candado grueso. Sandy observó con atención el candado y suspiró.

   —Está cerrado con llave... —dijo Viridiana tomando el candado.

   —¡¿En serio?! —exclamó Sandy con una sonrisa bruta y sacó un arma de su traje— ¡Buena vista, Sherlock!

   Disparó al candado y este cayó al suelo roto.

   —¿Eso es posible? —preguntó Viridiana observando el objeto destruido en el suelo.

   —No... —suspiró Sandy guiñando un ojo mientras subía.

   Subieron tranquilamente, Viridiana observó la manera tan delicada pero rápida en la que Sandy guardaba sus cosas en el saco negro que usaba.

   —¿Desde hace cuánto que no has visto a Johan? —preguntó Viridiana subiendo los escalones.

   —Tal vez... 2 años... —contestó Sandy mirando a otro lado de manera indiferente— Siendo honestos, ni tenía muchas ganas de verlo...

   —¿Por qué? Tú y él prácticamente eran novios en la secundaria —le dijo Viridiana sonriendo—. No puedo creer que tú le hayas visto el pito antes que yo.

   —Pero tú te lo tragaste —respondió Sandy buscando algo en su saco—. Y ahí está la diferencia.

   —¿Celoso? —sonrió Viridiana antes de mirar a otro lado con un rostro confundido.

   —No soy mucho de comer pitos, más bien me gusta que se coman el mío, pequeña niña idio... —Sandy levantó la vista y mostró un rostro serio.

   Un olor nauseabundo los acorraló, Viridiana se tapó la nariz con sus dedos. Lo podía determinar cómo un olor a sangre, algo podrido y muerto. Algo muy muerto.
   En segundos, llegaron a la puerta del departamento 502, ambos se dieron cuenta que el olor provenía detrás de aquél lugar.
   El hogar de la familia Wayne.
 
   —Abre lentamente... —susurró Sandy dando una llave pequeña a Viridiana mientras sacaba un arma del otro bolsillo de su traje— Y cuando te grite, quiero que te tires al suelo lo más rápido que puedas.

La Masacre de Wayne²Donde viven las historias. Descúbrelo ahora