Me he roto el labio. Me sangra la comisura derecha. Me arde, y no recuerdo cómo es que pasó.
Los últimos 38 minutos se borraron de mi cabeza.
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¿Habrás llegado a sentir en alguna ocasión como si todo el mundo estuviera en contra tuya?...vale, pues eso ha estado pasando los últimos días. Aquí dentro no tengo a ninguna persona a la cual recurrir. Podría decirse que ahí mismo reside el 'quid' de la cuestión. Bueno, me siento sin mucho sentido como para intentar explicar nada. Sólo...sólo estoy cansado de estar tan hueco. De ser todos y ninguno a la vez. Quiero escapar, huir lejos, muy pero muy lejos, sin detenerme. Huir de mis demonios, huir de los problemas, huir de la soledad, huir de la culpa, huir de la vida. Pero más importante aún, huir de mi mismo. Del porvenir oscuro e incierto que aguarda, que acecha tras el sendero del tiempo, de lo ya escrito, del...digamos 'destino'.
Estoy atrapado. La dulce oda a la ironía.
¿Qué es lo que pasa por la mente de un suicida? Interesante cuestión, ¿A qué si?
Lo peor del caso es...que yo te lo puedo decir.
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En vista de que nada mejora y, contrario a ello, todo se va más y más al demonio, he decidido mutilar al ser. A...vamos, la escencia y/o lo que me caracteriza como tal. Se trata de renacer de las cenizas. La cosa es...que aún no sé cómo.
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Querido amigo. Hoy me enviaron a dormir una hora más temprano y no soporto estar aquí encerrado, sin nada que hacer. El medicamento me marea si estoy todo el tiempo acostado. Así que te contaré una pequeña historia basada en un poema que me gustaba mucho.
Había una vez un niño lila, al que sus padres amaban y ponían a su alcance todo lo que él quería. Tenía amigos por montones, una familia unida y un montón de sueños por realizar.
Pasaron los años. El niño ahora era purpura. Había perdido algunas de sus amistades, pero sus padres aún lo adoraban. Sus metas eran diversas. Había algunas riñas familiares de vez en cuando, y sus noches se volvieron inquietas.
Transcurrió un año más. El niño se volvió celeste. Tenía pocas amistades, sus padres empezaron a distanciarse; las riñas familiares empeoraron. Las noches se volvieron turbias.
Era un día soleado, pero el niño azul cobalto no notó el esplendor del cielo, sino su propia opacidad mental y emocional. El niño había crecido, así que no podía recurrir a sus progenitores, cuya relación con el paso de los años se había ido deteriorando.
El niño cobalto perdió a todas sus amistades, una de sus hermanas murió, la otra se suicidó. Sus metas se hicieron añicos y por las noches, sus sueños se inundaron de pesadillas.
El niño gris se dio una sobredosis pero no murió.
Un chico transparente se miró en el espejo, y no le gustó su propio reflejo. Era opaco, sin color, desprovisto de vitalidad y dicha. El chico fantasma tenía al menos una docena de amigos imaginarios parloteando en su cabeza, su familia estaba rota, al igual que sus metas e ideales. Así que el chico sin color rompió el espejo y se cortó las muñecas. Así al menos sería rojo, y no transparente.