Su miseria

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Sebastián jamás se había negado tantas veces en su vida a una petición.

Pero nunca pudo evitar a aquellos empalagosos ojitos color chocolate, recorrerle el alma, adentrándose más y más hasta su ser.

Despertando emociones y sensaciones. Acabando con la poca cordura establecida por su ya estricta persona.

Llenándole el cuerpo de electricidad al momento de expandir sus fosas nasales, con la única intención de inspirar más de la suave pero embriagante fragancia desprendida del cuerpo desnudo de su omega.

Manuel se desnudó lentamente, con vergüenza, inseguridad, y un toque de rubor sobre tan encantadoras mejillas, suaves como el algodón.

Las cuales su marido besó con total devoción, en un vano intento de convencerle sobre esta complicada decisión que estaba por tomar....

Sebastián no quería profanar a ese angelito virginal que llegó a su vida de manera súbita e impredecible.

No pensaba tocarlo, no hasta que ambos decidieran eso.

Pero ahí estaba Manuel, en pleno celo, con la calentura nublando su poco juicio, totalmente desnudo y acomodándose sobre su regazo.

El rubio quiso parar. Era suficiente por hoy.

Sentía algo duro dentro de sus formales pantalones de trabajo.

Quería sacárselos o le dolería traerlos puestos si Manu seguía removiéndose lentamente sobre su excitado miembro.

El pequeño omega, visto como su bebé, jadeaba bajito al mismo tiempo que jugaba travieso con esa ágil y mojada lenguita. Recorriéndole sus entreabiertos labios.

Era como un gatito, lamiendo y degustando de la tibia leche que le dan en invierno.

Manu se aferraba a la tela de su camisa, sus cortas uñas arruinaban el perfecto planchado de la prenda, deseando a su vez arrancarla de un solo tirón para recorrer la blanca piel de su admirado hombre.

Mientras que Sebastián necesitaba besar todo lo que constituía a ese pequeño retoño de ceibo.

Desde sus perfumados cabellos, atravesando su santo rostro, hasta desembocar en la suave piel de su vientre y carnosas piernas, las que con firmeza apretaba para que su chico pudiese estar montado encima de sí.

Aquel lindo joven, cuyos cabellos eran castaños, casi oscuros como la endrina bajo la tenue luz que recibía y daba tintes sombríos a la ligeramente bronceada piel mate, en su terso rostro con aires de inocencia.

Esa carita suavemente mitigada por el sonrosado y vago matiz arrebolando en sus frescas mejillas, haciendo juego con sus chispeantes ojos color café, que como dos soles, le devolvían las vagas ilusiones a Sebastián de querer quedarse eternamente junto a esta divina criatura que le robaba infinitas veces el corazón.

Y que con aquellas manos muy bellas y señoriles, le hacía mimos y caricias. Enterrándole esos delgados dedos por las doradas mechas que coronaban su blanca frente, adornada por minúsculas gotitas de sudor.

Sebastián caía en el fuego y hechizo de su omega.




— Seba~ porfa.— su mirada, algo cristalina, le suplicaba clemencia.

Entonces, el alfa descendió de los cielos. Cayó como Lucifer.

Fue directo hacia la infernal boquita de su único amor.

Quien gimió de placer y se dejó envolver por su fuerte y dominante olor.

El apareamiento se estaba llevando acabo de una buena vez por todas.

Traición y Miseria º|UruChi|º OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora