Su huida

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Sebastián golpeó la pared en un acto de desfogue.

Sus ojos se le volvieron a nublar. Las cataratas que eran sus lágrimas le hacían retorcer.

No podía creer que Manuel este muriendo, y de una manera lenta como dolorosa.

¿Será que fue culpa suya por no haberlo cuidado cuando pudo?

Sabía que tenía que hacerlo comer más. La mala alimentación en Manuel era notable, pero aún así este parecía comer cada vez que se le era observado.

¡¿Qué estaba pasando?!, ¿En dónde estaba Martín?, se suponía que parte de su obligación como alfa era velar por la salud y bienestar en su omega.



¿Cómo pudo ser capaz de dejarlo enfermar?



Amargado y desconsolado ni hace sus maletas, sólo toma su abrigo, un paraguas y sale corriendo desde su casa porque esa maldita carta le advertía que malos presagios se avecinaban si es que él no se apresuraba.

El maldito sistema de correo le trajo un par de días después de ser escrita esa carta.

Sebastián rezaba entre susurros porque no llegara demasiado tarde, o jamás podría perdonárselo 

El centro de la ciudad no quedaba tan lejos del  pueblo en el que Manuel reside. 

No queda lejos.

Y si no hay trafico podrá llegar a tiempo para tomar el tren. En cuestión de un par de días estaría junto a él.

Solo debo esperar, él está bien, Sebastián, él debe estar bien, aun hay tiempo de volver a verlo, cálmate

Se recita y algo distraído por sus pensamientos no evita dar zapateos constantes al suelo del auto en el que va.



En estos momentos no tenía cabeza para el dinero, solo le dijo al conductor que arrancase a la dirección ya especificada, y entonces se dedicó a perderse entre el quilombo que eran sus pensamientos y rezos constantes por la vida de Manuel, ese hombre que le tenía suspirando de desesperación ahora.

Además de su mente  hecha un revoltijo,  su apariencia estaba un tanto desaliñada.

Se mantenía con la mirada perdida, mordiéndose las uñas mientras veía la pequeña garúa aproximarse y resbalar por sobre la ventana del coche.

Espero no sea tan grave y halla solución. Se decía a sí mismo nuevamente tratando de hallar consuelo, más una curiosa voz hizo acto de presencia y propuso lo siguiente:



Ha sido tu culpa



Apenas floreció esa idea, Sebastián quiso ponerse a llorar otra vez. 

Mordió sus lastimados nudillos en búsqueda de calma y serenidad. Mas no era posible si recordaba la linda cara de Manuel llena de tristeza en cuanto anunció que partiría de regreso a la ciudad.

Esa noche fue fatídica para ambos corazones resentidos.





Estaban cenando como siempre hasta que el inquilino aprovechó en informarles su pronto regreso a las transitadas vías de la capital.



— Te deseo mucha suerte, Seba.— contestó sarcásticamente Martín, que enseguida volteó a ver a su novio para saber qué opinaba.

Este yacía con la cabeza agachada y los hombros caídos. 

Traición y Miseria º|UruChi|º OmegaverseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora