Segundo capítulo

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PASADO

Sus ojos, más grises que cualquier nube, que una melodía triste, y más grises que su propia alma, miraban los míos con anhelo.

— Quiero que lo digas,

La interrumpí antes de que dijera mi nombre. Me odiaba a mí misma cada vez que ella me llamaba con el corazón roto.

— No, por favor. No puedo, déjalo.

Las lágrimas cayeron por su rostro, de tan solo verlas un mar de emociones intentó arrasar mi cuerpo, como si de un gran tsunami se tratase. Ella, para ese entonces, no se inmutó de que yo tomaba su manga, alejándola del peldaño.

— Dilo, por favor. Di que no está muerto —no pude responder. Ella miró hacia la puerta, aún estaba colgado el adorno—. No está muerto, ¿cierto?

— Cielo, yo...bueno, ese adorno no está por él.

Lo miró por largos segundos, puede que hasta eternos, y luego sonrió. Una sonrisa que amaba tanto, porque era pura y sincera, pero con esa pizca de dolor que todo el mundo cosecha en un hueco de su alma.

¿Quién dijo que una persona pura lo es completamente?

Su cabello rubio platino se movía de un lado a otro con sus bruscos movimientos.

— ¿Por qué... —y ahí supe. Siempre que preguntaba el porqué de las cosas era para avecinar de la gran tormenta de discusiones— ¿¡...por qué siempre haces esto!? ¿Acaso no ves que a mí también me afecta la muerte de Edgar? ¡Te estoy pidiendo explicaciones y tú nunca me las das!

— Cielo, por favor...no lo vuelvas a hacer.

Ella enfureció, como si después de un rastro de gasolina se dejara caer una cerilla prendida— ¡No me vuelvas a llamar cielo! Es que, supe que desde el momento en que no fuiste a la búsqueda de Edgar te habías convertido en alguien horrible.

— No pude ir, ya te lo dije —excusé. Y tenía razón, pero ella muy pocas veces me creía.

— ¡Mentiras!, ¡eso son mentiras! No quisiste ir porque lo odiabas, confiésalo. No te caía bien Edgar simplemente porque yo era su novia —se quedó unos segundos en silencio—. ¡Tú estabas celosa de mí! ¡No soportabas verle con alguien que no fueras tú y por eso lo odiabas!

Suspiré, agotada de esto— No es eso...

— ¿Entonces? Dame una explicación válida, por favor —cruzó los brazos, esperando mi respuesta. Yo mientras tanto estuve pensando cómo o qué decirle, y al cabo de unos minutos, se desesperó—. ¿Sabes qué? Ya me da igual. Que te den; a ti, a tus celos, y a las otras cuatro personalidades que te envuelven.

Y cerró la puerta, dejándome sola en la entrada de mi hogar.

¿Cómo se lo iba a decir? ¿Cómo podría decirle que no era eso? ¿Cómo le puedes decir a tu mejor amiga que, después de tanto tiempo de amistad, no te gusta su novio?, ¿sino que te gusta ella?

Me acerqué rápidamente a la ventana, viendo cómo en el cielo se formaban grandes nubarrones y las calles se inundaban rápidamente del agua de lluvia.

Siempre odié la forma en que la lluvia me dejaba desprevenida.

Bajo la lluvia, ella se encontraba caminando enfurecida hacia su hogar. En ese entonces -o también, en esos tiempos-, la ciudad y el mundo entero estaba en paz -dicho de alguna forma, pues aún no había pasado la catástrofe del 6 de julio-, por lo que los coches y autobuses pasaban de un lado a otro de la carretera sin problema.

...Siempre pensé que fui yo la causante.

Ella se enfadó conmigo, salió sin fijarse en la calle y por ello murió.

No vio que la acera estaba más resbalosa que horas antes, tampoco vio la mini rampa del bordillo de la acera-carretera...no, no lo vio. Por ello murió, y todo fue culpa mía.

Ella resbaló con la rampa, cayó al suelo y luego el gran autobús azul pasó por encima suyo, arrollando su fino cuerpo, dejándola casi destripada como si de un animal que se había metido en la vía fuera.

Odio los autobuses azules.

Me dan miedo los autobuses azules.

Nunca más volví a subirme a un autobús azul.

***

Había subido las escaleras de mármol tan rápido que la cabeza me empezó a dar vueltas, dejándome mareada por varios minutos y con la visión borrosa.

Busqué por todos los pasillos su habitación.

302...303...304...305.

Abrí la puerta de un golpe, asustando a la madre de mi mejor amiga, quien me miró por largos minutos mientras su rímel caía por sus mejillas. Estaba destrozada, y lo entiendo, yo también lo estaba y estoy desde entonces.

Ella sostenía la mano de su pequeña como si fuera a escaparse de entre sus dedos— Hola, cielo.

— Lo...lo lamento, señora Ruiz —siguió con su mirada puesta en mí, por lo que decidí buscar más palabras—. ¿Cómo se encuentra ella? ¿Podrá...?

Y rompió en llanto.

Siempre sentí que tenía una forma "mágica" de hacer a las personas soltar sus problemas. Como si con solo hablarles y decirles que estaba con ellos, ya, o rompieran en llanto, o soltaran todo lo que les preocupaba.
De alguna forma eso es bueno, pero de otra...oh, Dios. Desearía no hacerle eso a las personas.

Lloró tanto que sentí como me influenciaba eso, pero no debía llorar. No quería mostrarme débil ante su madre.
Ella se acercó a mí, soltando la mano de su hija y me abrazó como si también fuera a desvanecerme.

— Ella...Emma no sobrevivió a esto.

Sentí que mi corazón dejaba de palpitar. Mis manos comenzaron a sudar mientras una capa de angustia recorría mi cuerpo.

¿Por qué? ¿Por qué tan joven? ¿Por qué tuvo que ser ella? ¿Por qué tuve que discutir con Emma sobre quién me gustaba?

Me sentía mareada, exhausta y un tanto débil. Me acababan de arrebatar a lo que más amaba en el mundo, y ahora sería solo un cuerpo sin vida.

Su madre intentó hablar entre sollozos— Ella te quería demasiado...

Auch.

— Para ella eras tan...especial. Fuisteis mejores amigas desde infantes.

No siga, por favor.

Fue la primera persona que te habló, ¿cierto? Emma. Ella te habló el primer día y desde ahí fuisteis mejores amigas.

Duele. Duele demasiado. Quiero llorar.

Editado por: Ministerio Internacional
de Ayuda Contra Catástrofes
Sociopolíticas

La historia sin nombreWhere stories live. Discover now