Cuarto capítulo

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PRESENTE

Llueve.

Llueve mucho.

Lleva tres horas lloviendo.

Bueno, aproximadamente tres horas.

Tampoco me he puesto a ver la lluvia tres horas seguidas, no tengo tan poca vida social.

Estoy sentada con mi madre, en el sofá.
Ella mira la ventana detrás del televisor apagado.

Siempre está apagado.

...Debe llevar ya diez minutos mirando la ventana detrás del televisor apagado, apagada.

Ya es costumbre que estemos apagadas.

Ella me mira de reojo, intentando iniciar una conversación. La manera en que la catástrofe, las muertes de conocidos y la posible extinción de la humanidad le enferma es demasiado triste.

Se encuentra destruida -dicho de una forma amable-, pues tiene unas cuantas ojeras y la piel más blanca que la suya.

— ¿Ya has comido,

— ¿Quieres jugar a algo, mamá? —la interrumpo, ella intenta sonreír.

— De acuerdo, peque —se levanta del sofá y vaga su cuerpo hasta una estantería con juegos de mesa—. ¿A qué quieres jugar?

— No importa qué sea, solo quiero pasar tiempo contigo.

Eso hace que sonría débilmente, pero mostrando amor.
Saca una caja de un juego que era popular hace varios años, lo lleva hasta la mesita entre el sofá y el televisor y me lo muestra. Sus letras rojas parecen iluminar la caja que de fondo tiene un dibujo de algo parecido a una conquista.
Risk está escrito en medio de toda la tapa.

La miro— Creo que nunca jugamos a esto.

— Nunca tuvimos tiempo, pero es divertido —ella se sienta en el sofá—. Te gustará.

***

Terminamos de jugar hace ya unas horas.

El cielo sigue nublado, con ese gris que tanto lo ha caracterizado en estos tiempos.

Monica puso sus gafas de sol encima de su cabeza— Pues que asco de día.

— ¿Enserio pensaste que haría sol? —dijo irónico Alec.

— ¡Sí! Tenía pensado quedarme fuera, con vosotros, mientras tomaba esos rayos de sol tan buenos.

Alec dio una sonrisa leve, Monica le miró de reojo.

Estábamos sentados, otra vez, en la acera frente a mi casa. Era mediodía.

Alec fumaba mientras Monica tomaba un refresco, yo, mientras tanto, los observaba a los dos juntos.

— Deberías dejarte las gafas puestas. El sol pega más cuando está nublado —dijo el chico, y rápidamente le volvió a poner las gafas de sol a Monica.

— Que detalle, Alec. Pero soy capaz de ponérmelas yo sola —Alec le guiñó un ojo.

— ¿Cómo estás tú, sandía? No hablas —preguntó Alec mirándome, yo esperé unos segundos mientras pensaba.

— Bien, bien. Hoy estuve con mi madre.

— ¿Le diste saludos de mi parte? —interrumpió Monica, yo asentí—. Tu madre es un sol, sandía.

Rápidamente Alec miró a Monica como si acabara de decir algo realmente malo.

— No te rías de mis apodos —replicó el chico. Monica solo rió.

Ellos eran muy cercanos.
Me gusta que se lleven bien.
Son muy buenos conmigo.

— Pues explícame porqué le llamas sandía.

— De pequeña... —Alec dio una calada al cigarro— tuvo que disfrazarse de sandía.

— ¿Por gusto?

— He dicho tuvo, eso implica que fue por obligación —dijo Alec un tanto molesto.

— De acuerdo, Alec-el-gramaticalmente-correcto —respondió irónica Monica.

Alec rodó los ojos mientras una leve sonrisa se asomaba. En verdad se lo pasaba bien con Monica. Lo sé, lo siento.

***

Esto estaba siendo extraño.
Muy extraño.

El cielo estaba claro y se veían las estrellas y constelaciones que se formaban.

Seguía estando con Alec y Monica como en los viejos tiempos.

Pero no estaba ella.
Ella faltaba.
Creo que siempre faltó ella.

— Por tu culpa no nos han dejado entrar a la tienda —replicó Monica a Alec—. Debiste dejar la botella cuando te lo dijeron.

— Y me alegro que nos hayan echado, ya estabas intentando ligar con el encargado de la tienda —dijo con asco Alec. Monica hizo un mohín, mientras, Alec bebió la botella.

— ¿Y qué importa lo que yo estuviera haciendo? —preguntó ella, él separó sus labios de la botella y le observó en silencio.

— Me dio asco —respondió secamente, volviendo otra vez a la botella ya casi vacía.

Seguí mirando las estrellas, ignorando su discusión.

Estos dos se llevan bien, sí, pero a veces discuten por idioteces.

— De acuerdo, tú ganas. Estaba ligando con el dependiente, ¡ahora deja el zumo de Ariadna!

Alec alzó su dedo índice mientras terminaba su botella de zumo— Guaraná, no Ariadna.

Monica volvió a replicar y discutir con Alec por lo que había o no pasado en la tienda cuando alguien se acercó. Bajé la mirada cuando sentí que la persona estaba frente a mí; allí la encontré.

Julieta. Mi Julieta.

Ella sonrió— Buenas noches, ¿puedo sentarme con vosotros?

Monica dio una sonrisa pícara hacia Alec, quien rápidamente frunció el ceño. Aún así, Monica intentó mover -quien se dejó- a Alec para dejarle sitio a Julieta. Luego me miró sonriente.

— ¿Cómo estás, Julieta? —dijo Monica, Julieta le miró confundida—. Es un chiste interno, no creo que lo llegues a entender por ahora —intentó recomponer Monica.

— Pues bien, la verdad. Quería veros —respondió, luego me miró sonriendo.

¿Se refería a mí? Creo que se refería a mí.
Ojalá se refiera a mí.

Oh...qué detalle, chica —dijo Monica—. Aunque creo que voy a buscar algo en casa, ¿me acompañas, Alec?

Alec negó con la cabeza, haciendo que Monica le tuviera que agarrar a fuerzas del brazo y levantarlo de la silla de plástico que era la única que había.

— Pues nosotros nos vamos, volveremos dentro de...¿qué hora es? —preguntó Monica. Alec levantó su brazo mostrándole el reloj—. ¡Oh, las doce! Entonces nos tenemos que ir ya. ¡Adiós!

Alec bufó mientras era arrastrado por Monica. Los dos tenían una contextura física muy parecida, pues los dos eran finos pero con la suficiente fuerza como para levantar al otro.

— Es que tiene complejo de Cenicienta —explicó Alec, quien después recibió un golpe en la nuca de parte de Monica.

Cuando ellos dos desaparecieron entre las sombras, unas estrellas se hicieron más luminosas y las pocas nubes que intentaban tapar el gran cielo hacía unos minutos ya habían desaparecido.

Gracias, quién-seas, por dejarme ver el cielo estrellado con ella.

Editado por: Ministerio Internacional
de Ayuda Contra Catástrofes
Sociopolíticas

La historia sin nombreWhere stories live. Discover now