Capítulo 7

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Me serví una taza de café medio caliente, subí las escaleras y me encerré en el pequeño cuarto acondicionado para las distracciones. ¡Ah, qué maravilla! En un rincón, junto al televisor de 72 pulgadas, estaba mi guitarra de madera de color caoba clásico. Hundido en el cómodo respaldo del sillón, le observé durante unos minutos mientras daba pequeños sorbos a mi café. Analicé mi reloj, cuyas manecillas me decían con dulzura: «Vamos, aún hay tiempo suficiente, toca algo.»

Me levanté de mi lugar, caminé con los pies descalzos hasta donde se encontraba el instrumento y, con un movimiento torpe, lo acomodé entre mis brazos. Retrocedí, dejé caer nuevamente el trasero sobre el sillón, coloqué la caja de resonancia entre mis dos piernas, procurando que la maquinaria quedara justo a la altura de mi cabeza, y comencé a afinarla. ¡Qué puta emoción!, me repetía una y otra vez sin dejar de girar las clavijas. Me sentí como un niño pequeño cuando recibe su juguete más deseado. Do, re, mi, fa, sol, la, si... Uno, dos, tres, cuatro... Índice, medio, anular y meñique... Comencé a recordar las posiciones y las variaciones de los acordes básicos. Después escuché —en el melancólico aspecto de aquella habitación— los acordes que debía trasladar al brazo, y me pasé el día completo tocando y cantando. Era un domingo, y nadie hace nada los domingos; por lo tanto, la mejor inversión era componer un par de canciones.

No había fin de semana más acogedor para mí que aquelque podía encerrarme en casa para leer un buen libro, escribir algún poema,escuchar música a todo volumen, ver algún documental, serie o película. Mimadre siempre decía que había un mundo más allá del trabajo, la escuela y elhogar. Insistía en que hiciera nuevas amistades, que conociera la ciudad, queviviera. Yo comprendía perfectamente su preocupación: temía que pasara el restode mis días en soledad; sin embargo, yo me esforzaba por mantenerme lejos deaquella nube social.

YUREINYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora