Mi alma estaba hecha trizas. Yureiny había clavado su mirada en mis ojos, y sobre ellos vertía la compasión remanente que había en su corazón, le temblaban los labios. Se esforzaba por suavizarlo todo; pero sus confesiones eran torrenciales, una tras otra, como una profusión de golpes brutales contra mi pecho. Comenzaba a derrumbarme por dentro, como los muros que han perdido su dureza, y un agudo nudo en mi garganta se formaba para impedir el llanto. No podemos seguir con esto, Ibagh, dijo llorando. ¿Te das cuenta?
La vida de Yureiny era complicada. Se marcharía para no regresar. Había estado en matrimonio con otro hombre llamado Ángel, hasta que éste le falló. Tenían un hijo de 5 años y Ángel se las había arreglado para quedarse con la custodia del pequeño después de separarse. Fue víctima de la depresión por un tiempo y estuvo internada en una institución médica por alrededor de un año. Cuando se sintió lista para comenzar de nuevo, sus padres le ofrecieron la casa de León para tomarse un descanso y recapacitar las cosas. A los pocos meses, después de familiarizarse con la ciudad, me vio brincar de una tienda de discos a otra. No fue hasta la tercera ocasión que decidió seguirme y encararme. Así fue como inició nuestra historia.
Cuando creí que había terminado, me confesó una cosa más. Pocos días después de conocernos, ella me dijo que había estado en casa por más de un mes; pero la verdad era que había regresado a su ciudad natal para encontrarse con su ex, pasar tiempo juntos, e intentar reparar el daño.
¡Y yo tragándome sus mentiras! Viajaron, tuvieron sexo y se divirtieron, pero no funcionó. Ella sabía que podía distraerse conmigo y nada más que eso. Quizá si ella hubiera tenido el valor de contarme desde un principio su situación y sus intenciones conmigo, las cosas hubieran sido más fáciles. Pero allí estábamos, llorando sin consuelo nuestras desgracias como dos imbéciles, diciéndonos adiós de una manera dolorosa y poco clara, sabiendo que aquello era el final de todo y que no había marcha atrás.
Perdóname, Ibagh, nunca quise hacerte daño, dijo y cayó al piso de rodillas. Me acerqué para levantarla, pero me dio un manotazo y comenzó a gritarme: «¡No me toques! ¡¿Acaso no te das cuenta?! ¡Eres demasiado bueno conmigo! ¡No te merezco! ¡Vete! ¡Vete y nunca regreses!»
Ciertamente no pude decir nada y salí de su casa. Entonces me di cuenta de que aquel sueño extraño había sido advertencia de lo que pasaría entre nosotros y lloré. Deseaba con tanta fuerza que se tratara de otra pesadilla, pero no lo era. Esa noche fue el fin de todo y no hubo manera de revertirlo.
Muchas veces me pregunté qué hice mal, pero jamás encontré respuestas. Y es que la vida es así: misteriosa. Nos pone pruebas para que podamos superarlas y seguir mejorando. Es un juego de habilidades y nada más. Uno tiene siempre la posibilidad de terminar el juego cuando lo desee, porque a veces puede parecer insoportable, pero sólo los valientes tienden a esperar la siguiente prueba.
Las primeras semanas eran insoportables: las noches me parecían eternas y los amaneceres un completo infierno. Me sentía feo y sin chiste. Dejé los libros y las películas por un tiempo y me decidí a hacer cosas que no hacía con ella, porque hacer lo de siempre terminaba trayéndola a mí memoria. Conseguí un nuevo empleo donde trabajaba menos tiempo y ganaba más de lo que solía ganar en mi antiguo puesto. Compré una cámara de video y grababa todo lo que podía. Eso me hacía sentir bien. También compré un micrófono para el ordenador y comencé a componer un par de canciones, grabándolas yo mismo con un programa de edición de audio. Conocí gente más sincera en la oficina y fui a varias fiestas con ellos. En una de esas tantas reuniones conocí a Irma, la prima de mi compañero de trabajo. Entablamos charla rápidamente y, entre lo bien que nos entendimos, nos empinamos más de medio litro de whisky sin darnos cuenta. Para cuando el asunto entre nosotros se puso más serio, la mayoría de los asistentes ya se habían ido y otros dormían en los sillones. Salimos a la cochera medio tambaleándonos y me recargué en uno de sus muros. Ella se puso frente a mí, recargando todo su cuerpo contra el mío, mostró sus dientes en una sonrisa amplia, y me besó.
—No te enamores —dijo entre balbuceos y continuó metiendo su lengua en mi boca.
Me calenté muy rápido y la llevé hasta una de las habitaciones traseras de la casa. Nos tumbamos en una cama y luego nos brincamos a otra y al final terminamos haciéndolo de pie junto a la puerta.
No te vayas a venir dentro, me advirtió, y seguimos hasta que liberamos toda nuestra energía en un estallido mutuo. Quedamos exhaustos y nos abrazamos. Tanto ella como yo olvidamos su advertencia, pero ninguno de los dos dijo nada.
—¿Me das tu teléfono? —dije al fin.
—Jamás. Estoy comprometida.
—¿Por qué no lo mencionaste antes? Habría sido excitante.
Así como con Irma, hubo más historias, y pronto terminé por superar a Yureiny. Regresé a los libros y a las películas. Iba al cine solo —como nunca lo había hecho—, y otras veces con amigas. Afronté todo lo que la vida me ponía en el camino y me propuse ser fuerte.
Comencé a darme cuenta de que la felicidad no provenía de otras personas, sino que volaba por todas partes. La felicidad se daba de formas distintas, en pequeños y grandes detalles. Noté que cuanta más confianza tenía en mí mismo, el universo se alineaba para que ocurrieran grandes cosas. Y así como Yureiny, muchas mujeres más llegaron y se fueron de mi vida.
Fin
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YUREINY
Teen FictionLa vida de Ibagh (un joven soltero cuya esperanza en la sociedad es baja) se ve alterada de manera radical con la llegada de Yureiny: una chica tierna que ha conocido en una tienda de discos y que desencadenará en él sentimientos inesperados. Consej...