Capítulo 11

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Pasé toda la semana buscando alguna manera de obtener ingresos desde mi casa. Estaba harto del «excelente ambiente laboral» del que hacían alarde en la vacante del periódico. Ya no quería trabajar con gente engreída que presumía más de lo que tenía, gente hipócrita que le gustaba lamerle las bolas al jefe para obtener sus beneficios, gente que se pasaba criticando a los demás trabajadores, gente envidiosa que nunca se alegraba de tus logros, y gente que se empeñaba en hacerte quedar mal en todo momento.

Me había estado llamando mi jefe del trabajo cada mañana y nunca contesté. Después de las llamadas llegaba siempre el mismo mensaje: «¿Dónde estás, Ibagh? Necesito que terminemos el proyecto».

Pasé dos años ganando un miserable sueldo de mil pesos semanales. Conseguía proyectos de ganancias desorbitantes para la empresa y mi jefe estrenaba motocicleta dos veces por año; sin embargo, cuando pedía un aumento, la respuesta siempre era la misma: «Aún no tienes la habilidad que necesito para poder aumentarte el sueldo». Es lo que escuchamos muchos cuando exigimos lo justo por nuestro desempeño.

El viernes me decidí a contestarle, ya no quería que me siguiera llamando.

—¿Sí? —contesté con desgana.

—¡No has de necesitar el trabajo, cabrón!

—¡Chingue a su madre, maldito negrero! —le grité y colgué. Esperaba que le hubiera quedado claro que no quería saber nada de su estúpida empresa.

Me sentí libre y feliz... Y al final preocupado: tenía que pagar la renta la próxima semana y lo había olvidado. Me reí como un estúpido y me tiré al sofá. ¡Imbécil!, pensé, ¿qué acabas de hacer? Luego me puse serio y suspiré. Conseguirás algo, Ibagh, me dije. Relájate. 

YUREINYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora