Hasta siempre

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El joven matrimonio iba hacia la mansión de la querida Josephine Barry. Una llamada de parte de Diana había sido suficiente para que abandonaran lo que estaban haciendo y se pusieran en camino.

Gilbert conducía lo más rápido que podía, mientras en su interior rogaba que fuera otra falsa alarma. Anne, a su lado, iba tremendamente nerviosa, esperando que no fuera tan grave como el tono de voz de su alma gemela había hecho ver.

El pelinegro aparcó el vehículo apresuradamente y antes que Anne se bajase le tomó la mano. Ella lo miró y él pudo observar todo el miedo que sus ojos reflejaban.

–Mi vida, tía Jo es muy fuerte, seamos positivos y esperemos que sea otra falsa alarma, ¿sí? –la pelirroja sólo asintió, mientras intentaba tragarse el nudo de la garganta.

El tiempo pasa y con él nosotros. Josephine Barry era una mujer anciana, que había gozado de una espléndida vida en sus años previos. Lamentablemente, como a la mayoría, la vejez la había alcanzado y con ella la enfermedad.

Tía Jo sufría de fibrosis pulmonar hacía ya un par de años, actualmente necesitaba usar oxígeno todo el tiempo y durante las últimas semanas había tenido unas cuantas crisis y hemorragias, ya que sus pulmones se estaban llenando de líquido y colapsaban.

Gilbert era doctor, pero no se había atrevido a tomar el caso de tía Jo, no quería equivocarse en algo por su falta de experiencia. Así que habían buscado al mejor especialista de la zona, a quien justamente encontraron de frente cuando estaban a punto de entrar a la casa, este ya iba de salida.

–Dr. Shepherd –saludó Anne con tono preocupado –, ¿cómo encontró a tía Jo? ¿le dio nuevos tratamientos? ¿ya está mejor?

Entre los doctores presentes intercambiaron una mirada y eso fue suficiente para que Gilbert lo entendiera.

–Anne, cariño... ella... –la voz del pelinegro se entrecortó.

–No, no, no, no puede ser, dígame que no es cierto –le suplicó al doctor.

–Lo siento tanto, chicos –él ­realmente lo sentía, sabía de primera fuente cuánto amaban esos jóvenes a la mujer –, no hay nada más que se pueda hacer...

La pelirroja se negaba a que eso fuera verdad, debían intentarlo todo, aunque hubiese un mínimo de posibilidad de éxito.

–¿Nada de nada? ¿está seguro? ¿y qué hay del tratamie– sintió como su esposo la rodeaba con sus brazos y la acercaba a su pecho.

–Le puedo asegurar que lo intentamos todo, ustedes han hecho todo lo que está a su alcance, pero ya es hora –dijo, apretó el hombro del muchacho –, sugiero que se queden aquí, que esté rodeada de su familia, no la dejen sola.

Y sin más, se fue. El pelinegro sintió humedad en su pecho, provocada por las lágrimas de su amada, mismas lágrimas que también bajaban por su rostro.

–Debemos ser fuertes Anne, no es momento de derrumbarnos, no ahora –dijo Gilbert separándose y quitando las lágrimas del rostro de ella –, iremos con tía Jo, la acompañaremos y si estas son sus últimas horas, haremos que sean las más agradables que se pueda, ¿sí?

Anne asintió y tomó el rostro de su amado entre sus manos.

–Gracias por ser mi soporte, debes saber que también puedo ser el tuyo –susurró mientras le borraba el rastro de lágrimas –, sé que también es un espíritu afín para ti, no quiero que te hagas el fuerte sólo por mí, ¿bueno?

–Lo sé mi amor, ahora vamos.

Ingresaron por el pasillo principal, se podía escuchar una ligera melodía de piano desde la sala, así que dirigieron sus pasos hacia allí.

One Shots - Anne x GilbertDonde viven las historias. Descúbrelo ahora