Capítulo nueve

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Abro los ojos e inmediatamente percibo un olor que me resulta familiar. Es muy agradable, y decido levantarme para descubrir de dónde proviene. Llego a la cocina y me encuentro a West preparando el desayuno. Desayuno para dos.

–Buenos días –digo con voz ronca. Él se vuelve hacia mí y sonríe.

–Buenos días.

Me acerco a él y puedo oler la misma fragancia que me ha despertado con más intensidad. Café. Al lado de dos tazas de café, mi hermano está preparando tostadas con queso y jamón que tienen una pinta increíble.

–Huele estupendo –le digo con una sonrisa y lo miro a los ojos.

–Que aproveche –nos sentamos en la mesa de la cocina y comemos en silencio. Todo está delicioso. Hasta el café sabe tan bien como huele.

Cuando estoy a punto de recoger la mesa, West empieza a hablar:

–Entonces, ¿a dónde vas a ir exactamente?

La verdad es que no había pensado en ello. Solo quería descubrir lo que hay alrededor y empezar a situarme.

–No lo sé. No voy a ir muy lejos, solo quiero echarle un vistazo a la zona –digo finalmente.

–Intenta no perderte –me sonríe divertido–. Tienes un sentido de la orientación pésimo.

–Yo también te quiero, hermano –le respondo y me levanto de la mesa dejando que recoja él solito los platos y las tazas.

Me voy a mi habitación, me quito el pijama y me pongo lo primero que encuentro en el armario. Me peino y me miro al espejo por última vez antes de salir de mi cuarto. Me despido de West con un grito y bajo los escalones rápidamente. Cuando abro la puerta que da a la calle, una suave brisa me revuelve el pelo y por fin puedo respirar aire fresco. Se siente muy bien después de estar encerrada tantas horas en una casa sin ventanas ni ningún tipo de ventilación.

Empiezo a caminar y pronto salgo del callejón. Decido irme hacia la derecha, hacia los altos edificios; no me apetece ver la miseria de los vagabundos ahora mismo, aunque no sé si quiero ver a los ricos materialistas. Resoplo, aunque no quiera, pertenezco al último grupo. Me alivia no sentirme uno de ellos.

A paso lento y observando todo lo que tengo a mi alrededor, avanzo por la calle que se dirige al Edificio Central. A medida que avanzo, la carretera agrietada se convierte en refinada y perfecta, las casas son más grandes y para nada idénticas y se alzan grandes bloques de pisos sobre mi cabeza. No veo mucha gente, lo que me hace pensar que están trabajando o durmiendo.

Mientras estoy distraída pensando dónde estarán los millones de habitantes que deben de vivir aquí, puedo notar como una mano me agarra la muñeca y tira con fuerza. Intento girarme para ver quien es pero ya me ha cogido del otro brazo y me es imposible. Me arrastra hacia atrás mientras intento zafarme de su agarre, pero es más fuerte que yo y no puedo liberarme. Cuando creo que mi corazón va a salir de mi pecho, cambiamos de dirección. Parece que estamos en un callejón. Está muy escondido, me hubiera dado cuenta de su presencia si estuviera a la vista. Sin casi ni darme cuenta, tengo la espalda contra la pared, su brazo izquierdo me agarra por la tripa y sostiene un cuchillo que me apunta al cuello en su mano derecha. Tiene la respiración agitada, su pelo marrón claro revuelto y despeinado, aunque sus ojos... sus ojos son serenos. Tranquilos. Son bonitos. Ese tono verde esmeralda me tiene atrapada un momento hasta que me doy cuenta de que su cuchillo se está acercando a mi cuello.

 –¡Lo mataste! ¡Por tu culpa está muerto! –grita con todas sus fuerzas sin miedo a que nadie le oiga, me duelen los oídos y su cara se ha acercado más a la mía. Tiene el ceño fruncido y le tiembla la mano derecha. El filo del cuchillo toca la fina piel de mi cuello–. Tú también debes morir.

Intento reaccionar rápido pero sé que si me muevo el arma se va a clavar en mi cuerpo. Así que busco las palabras adecuadas.

–¿Quién eres y porque quieres matarme? –mi respiración es agitada, e intento ocultar mi miedo bajo la rabia.

–No deberías estar viva. ¡Él debería estarlo, no tú!

–¿Él? ­–pregunto a la vez que me relajo al dejar de sentir el contacto del metal con mi piel.

–Marcus. ¿No te acuerdas verdad? –niego con la cabeza, o al menos lo intento. Él suspira–. Soy idiota. Perdóname. No debería... –mira el cuchillo y después a mí. Tira el arma al suelo y aparta su mano de mi estómago, dejándome libre–...haber hecho esto. Lo siento.

La idea de irme corriendo pasa fugazmente por mi cabeza, pero la sacudo ya que este chico me ha despertado curiosidad. ¿Marcus? ¿Muerto por mi culpa? Lo miro. Mentiría si dijera que no me pone nerviosa que me mire con tan perfectos ojos. Pero esto no me puede desconcentrar ahora.

–¿Quién eres y qué coño pasa contigo? –frunzo el ceño para hacerle saber que no me pone nerviosa su presencia. Mi respiración ahora es normal aunque mi ritmo cardíaco está más acelerado de lo que debería. Poco a poco me tranquilizo y la ira pasa a ser curiosidad.

–Soy Scott. El primo de Marcus, tu novio.

Se me corta la respiración. Me había olvidado. Mi novio ha muerto por mi culpa. Y su primo quería vengarse.

AISLADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora