Capítulo uno

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Calor. Mucho calor. Tengo sed. No hay agua por ninguna parte. Voy a morir. Voy a morir. Ahora veo agua. Veo un pozo a lo lejos. Pero casi no puedo moverme. De repente, una sacudida. No hago caso, quiero acercarme al agua. Mi cuerpo se vuelve a revolver. Me asusto. El corazón me da un vuelco cuando por fin abro los ojos. Un chico guapo de pelo castaño está delante de mí, con sus manos en mis hombros y gritando.

–¡Brook! ¡Brook despierta!

Estoy confundida. La cabeza me da vueltas y no puedo levantarme. Me duele todo el cuerpo. Me toco el hombro izquierdo con la mano y noto un pinchazo. Aprieto los labios para contener el dolor. Miro al chico: parece preocupado. No sé dónde estoy, quién soy ni quién es este chico. No tengo tiempo de decir nada cuando me coge del brazo y me arrastra. Salimos de la habitación oscura donde solo había la cama en dónde estaba durmiendo. O eso creo. No veo muy bien y siento que la cabeza me está a punto de estallar. El chico me conduce por pasillos estrechos. Todos me parecen iguales. No sé si debería fiarme de él o no, pero no estoy en condiciones de tomar decisiones por mí misma, así que dejo que me lleve a donde sea que se dirige. Abre una puerta y entramos en una habitación muy parecida a la anterior. Aquí no hay ninguna cama, sólo un armario de tamaño considerable. Me empuja dentro.

–¿Quieres que me meta ahí? –pregunto confundida.

–Esa es la idea.

Pensaba que me arrastraría dentro y cerraría la puerta, pero se mete conmigo en el armario y se saca una linterna del bolsillo trasero de los pantalones. La enciende y la coloca en el suelo del mueble, al lado de mis pies. Tengo tantas preguntas que no sé por dónde empezar. No me hace falta.

–Brook, ¿me reconoces?

–¿Brook? –Hago una pausa para intentar pensar con claridad–. ¿Así me llamo? –no recuerdo haber oído ese nombre.

–Dios mío –resopla–. Voy a explicártelo todo. Te llamas Brook Tuker y tienes dieciséis años. Yo soy tu hermano mayor West. Tengo diecinueve años. ¿Recuerdas algo ahora?

Sacudo la cabeza y lo miro de arriba abajo. No me suena su cara. Pero ahora que ha dicho esto, creo que puedo confiar en él. Las preguntas repican en mi cabeza. Me miro las manos. Son mías. Pero ¿quién soy? No se me ocurre nada que decir así que espero a que West me explique algo más. Se pone las palmas de las manos en la frente y resopla. Parece preocupado, aunque siendo su hermana pequeña debe de ser lógico. Me sacudo el pensamiento de la cabeza; no hay nada lógico en todo esto.

–¿Por qué estamos dentro de un armario? –me decido a preguntar finalmente.

–Es el único sitio dónde no pueden oírnos –mi cara debe delatar mi confusión, porque se aclara la garganta y continúa–. Toda la cuidad está vigilada. Hay cámaras y micrófonos por todas partes. El gobierno lo ha querido así y se ha hecho desde hace años. Nadie está a salvo. Lo ven todo. Si me pillaran explicándote todo esto me matarían.

–¿Por qué?

–Porque se supone que no puedes saber nada –está tenso.

–¿Por qué no?

Se piensa un poco la respuesta, como si escogiera bien las palabras que quiere utilizar.

–Tú y algunos de tus amigos estabais en un grupo. No me acuerdo como os hacíais llamar. Queríais provocar un golpe de estado y dejar a todo el mundo libre de la vigilancia del gobierno –me explica.

Esbozo una sonrisa. De repente me siento orgullosa de mí misma, aunque no sé porque, ya que las palabras de West no tienen sentido en mi cabeza.

–¿Yo quería eso? ¿Lo conseguí? –pregunto, animada por obtener una respuesta afirmativa.

–Sí y no –la sonrisa desaparece de mi cara–. Mataste a la presidenta Dryn, que era quién controlaba el funcionamiento de las cámaras, pero no conseguiste que se eliminaran.

Se me revuelve el estómago. He matado a Dryn. No sé quién es ni cómo es ni qué pretende, pero la he matado. Supongo que en su momento tuve mis motivos, pero ahora me parece ridículo. ¿Por qué arriesgar mi vida haciendo algo que no solucionaba nada? ¿No debería estar muerta por ello? Me estoy mareando pero no quiero desmayarme ahora. Ahora no. Quiero escuchar el resto de la historia.

–He matado a la presidenta... –hago una pausa. Me cuesta pronunciar estas palabras– ¿Por qué estoy viva? –me pongo las manos en la frente, cada vez me duele más la cabeza. Me cuesta respirar.

–No lo sé. Nadie lo sabe. Asesinaron a todos los de tu grupo, a todos los que intentaron matar a Dryn. Tú eres la excepción –me pregunto por qué soy yo la que está viva mientras West continúa explicando–, y precisamente fuiste tú quién disparó.

Noto una punzada en el pecho. No me imagino disparando un arma. Ahora mismo no me siento capaz de hacer algo así.

–¿Quién estaba en mi grupo? –me trabo al pronunciar las palabras. Estoy muy nerviosa.

–Nuestros vecinos, algún amigo tuyo, chicos mayores del instituto y tu novio.

Se me para el corazón. Toda esa gente ha muerto por mi culpa. Les he llevado a la muerte y ni tan solo siento lástima, porque no me acuerdo de sus caras. No merezco ser yo quien esté viva.

–¿Mi novio? –tengo la voz temblorosa.

–Sí. Pero no sientas lástima por él. Sólo te utilizó para colarse en el Edificio Central y robar unos archivos. No te quería, Brook.

Su respuesta me sienta como un puñetazo en el estómago. Tengo…, tenía un novio del cual no recuerdo la cara, pero que sólo estaba conmigo para conseguir unos estúpidos archivos. Me pregunto cómo no me di cuenta antes. Aunque quizás lo descubrí y lo maté yo misma. Sacudo la cabeza. Aún no me creo que sea capaz de matar.

Después de una pausa que uso para ordenar mis pensamientos, West añade:

–Bueno, tengo que irme.

–¿Qué quieres decir? ¿Me vas a dejar aquí sola? No sé ni dónde estoy. ¡Además no has acabado de explicármelo todo! –digo con rabia en los ojos. No puede ser que mi hermano me esté haciendo esto.

–Brook, trabajo para el gobierno. Si me pillan explicándote lo que se supone que no debes saber, me van a matar.

–Pero… ¿Qué es todo esto? ¿Qué hago yo ahora? –creo que una lágrima se va a escapar de mi ojo, pero no voy a llorar ahora. No es momento. Además, yo no lloro cuando estoy enfadada. Y ahora mismo estoy muy enfadada con mi hermano.

–Tú sabrás. Eres cincuenta veces más inteligente que el resto de la gente de tu edad. Ya se te ocurrirá algo –abre la puerta del armario y se va dejándome sola con la linterna que llevaba cuando entramos en la habitación.

Tengo miedo. No sé ni dónde estoy. Ni siquiera sé si todo lo que me ha explicado West es cierto. Pero solo quiero dejar la mente en blanco. No me siento capaz de pensar en estos momentos, así que, sin salir del armario, me tumbo en el suelo y apoyo la cabeza sobre mis brazos para que hagan de almohada. Sólo quiero dormir. Cierro los ojos esperando que todo esto sea un sueño.

AISLADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora