Capítulo diez

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–Sé que no recuerdas nada pero... –intenta decir Scott con un posado tenso.

–¿Entonces porque me has hecho eso? ¿A qué ha venido si sabías que no me acordaba? ¿Qué quieres de mí? –lo corto. Las palabras salen solas de mi boca en un tono bastante elevado mientras gesticulo nerviosa.

–Lo siento, ¿vale? Se me ha ido la pinza. Yo... estos días sin Marcus han sido muy duros. Lo quería y te he estado culpando de su muerte. Creía que matarte podría servir de algo, pero cuando he visto lo perdida que estabas he sabido que en realidad no quería hacerlo –responde apenado mientras yo analizo la sinceridad de sus palabras. No parece estar mintiendo pero después de este incidente no me voy a relajar tan fácilmente–. Sé que Marcus era un cabrón, que no te quería de verdad, pero era mi primo menor y no podía evitar querer protegerle.

–Explícame de qué va todo esto de Marcus.

–Verás, no es fácil de contar. Él tenía tu edad, os conocisteis hace un año, y unos meses después empezasteis a salir. Pero él no estaba enamorado de ti. Me lo había dicho, lo hacía por conveniencia. Usaba tu inteligencia para trabajos de instituto y esas cosas. Luego entró en el grupo y participó en el plan de ataque. Era un cabrón, pero era mi primo y le quería –agacha la cabeza y se rasca la nuca. Yo estoy atónita ante su explicación y recuerdo fugazmente la conversación que tuve con West ayer por la mañana cuando desperté.

–¿Quería unos archivos?

–¿Archivos? ¿Qué archivos?

–No lo sé, pero mi hermano me mencionó algo sobre que mi novio quería robar unos archivos –respondo y él parece igual de confundido.

Nos quedamos unos segundos en silencio, mirándonos a los ojos, y por un momento me vuelvo a perder.

–Y yo soy Scott –dice finalmente–, el primo del estúpido que te engañó. Tengo dieciocho años y básicamente no me apunté al grupo del ataque porque trabajo para el gobierno. Si no, yo también estaría en la tumba –afirma y me hace despertar del trance en el que estaba, embobada en la forma en la que sus pupilas se ampliaban para fijarse mejor en mí.

–¿Para el gobierno? ¿Conoces a mi hermano?

–West Tucker, efectivamente. Trabajamos juntos en el mismo puesto. Pero nos conocimos antes de empezar a trabajar, porque él repitió curso en el instituto y vino a mi clase. Te conozco desde que tenías doce años –hace una pausa–. Puedes confiar en mí.

Reflexiono sobre lo que acaba de decir. No me iría mal tener a alguien en quien confiar, que pudiera enseñarme todo esto y explicarme cosas sobre mi vida pasada. Seguramente él es de las personas que me conocen mejor fuera de mi familia, y ya que he decidido no depender de ellos, voy a confiar en Scott. No quiero causar más problemas a West y a mi madre. No les he dicho nada, pero me da la impresión que quedarme con ellos solo les va a ocasionar más problemas. Aunque no he encontrado una solución alternativa aún.

Asiento levemente y estoy a punto de decir algo pero él se avanza.

–¿Amigos? –me tiende una mano.

Vacilo un segundo pero acabo apretándosela y él sonríe. Por primera vez le veo los dientes entre esos gruesos labios y no puedo evitar sonreír yo también. Cuanto más lo miro, más atractivo me parece Scott. Pero no me va a distraer. Ahora quiero descubrir lo que hay alrededor, y si Scott trabaja para el gobierno, él también me podrá responder alguna pregunta que tenga al respecto. Como si leyera mis pensamientos, el chico, aún con la sonrisa en la cara, me dice:

–¿Quieres que te enseñe todo esto?

–Por favor –me limito a contestar.

Me guiña un ojo y me señala la salida del callejón con un golpe de cabeza. Se dirige hacia allí decidido y yo lo sigo. Cuando salimos otra vez a la calle principal se me pasa por la cabeza algo en lo que no me había parado a pensar hasta este instante. Cojo el brazo de Scott y tiro hacia mí, seguramente con más fuerza de la que debía y nuestros cuerpos casi se pegan. Su mirada ha bajado ligeramente hasta encontrar mis ojos. En un acto reflejo me alejo un paso antes de decirle lo que quería.

–¿Hay cámaras en los callejones?

–No –dice después de pensárselo unos segundos–. El gobierno no tiene miedo de que pase nada malo en los callejones porque sólo hay vagabundos y ratas en ellos. Sólo ven lo que les interesa, ¿sabes? Y ver la miseria no es precisamente lo que más les gusta.

–Entonces, podrías haberme matado allí y nadie se hubiera dado cuenta –afirmo rotundamente.

–Probablemente. Aunque ya has visto que soy un blando –sonríe.

Intento omitir su último comentario.

–Pues no parece un sistema de gobierno tan avanzado y detallista como West me ha dicho. ¿Por qué se molestarían en poner cámaras en todos lados menos en los callejones? No tiene ningún sentido –me desespero.

–No todo debe tener sentido, Brook. Además, la gente no ve las cámaras. Están escondidas. Saben que están ahí pero no las pueden ver –entonces me percato de que es verdad. Las cámaras no se ven. Aunque sí se veían en el Edificio Cronsbeck. Supongo que es debido a que es un lugar en dónde hacen pruebas y experimentos con todo tipo de cosas y deben tenerlas controladas, no tienen que molestarse en esconderlas.

Asiento y Scott se gira para continuar la marcha. Voy fijándome a mi alrededor y cada vez nos acercamos más al Edificio Central. En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos a sus puertas, y Scott pasa de largo como si fuera un edificio corriente. Ahora no voy a dejar escapar la oportunidad que tengo de saber más.

–Scott, este es el edificio central, ¿verdad? –digo imitando un tono confundido para intentar sacarle una explicación.

–Sí –se gira para contestar y sigue la marcha.

Camino rápido para ponerme delante de él y obstruirle el paso. Cuando se da cuenta para en seco y me mira. Arquea una ceja.

–¿Creías que ibas a pasarlo por alto tan fácilmente? –imito su movimiento con la ceja.

–No quiero hablar de esto, Brook. Además, este no es un lugar seguro. ¿Quieres ir a mi casa y te lo explico? –me sorprende su invitación y aunque tengo curiosidad por ir, sé que no debo. West y mamá me esperan en casa y no quiero preocuparles más de lo que seguramente están.

–Suena tentador –afirmo–, pero West y mi madre me esperan para comer.

–Puedo llamar a tu hermano y decirle que estás conmigo –me sorprende su insistencia, pero no voy a rechazar tal oportunidad–. ¿Qué te parece ahora?

–Me parece que no tengo elección –río y él me imita.

Empezamos a caminar hacia su casa.

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