Prólogo

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Una pequeña luz titilaba dentro de una cabañita encima de un árbol en medio del bosque Frendular al este de las montañas de K'relac, lugar donde se refugiaban aventureros retirados, ya sea solos o con sus familias.

Un sitio con árboles que tocaban el cielo y vegetación abundante, protegido por el círculo druídico Trellar, cuyo significado en el idioma silvano era "Aquellos que buscan la iluminación"; de igual manera diversas criaturas mágicas hacían su hogar en este sagrado recinto, desde ninfas, dríades, píxides y todo tipo de ser feérico.

Dentro de la pequeña casa rustica se podía ver a un pequeño niño, de ojos azules, con cabello largo rubio colocado detrás de sus puntiagudas orejas, ataviado con un camisón verde pistache, sus pequeños pies descalzos corrían hacia la cocina, mientras que una sonrisa tintó su visaje y una sonora voz para un niño de seis años cuestionaba.

—¿Qué historia me contaras hoy mamá?

Sus celestes ojos observaron la esbelta figura de una mujer, sus orbes de tonalidad grisácea se posaban sobre la figura del infante, al pasar su larga negra detrás de sus orejas humanas.

—Veamos mi pequeño Edrel, ¡creo que ya se cual! Aunque es un poco larga y puede darte miedo —dijo un poco seria la fémina, pero aun con una sonrisa en los labios, al ver la luz de su vida en aquel chiquillo.

—¡A mi nada me da miedo mami! Yo soy como Lindrel, él era el mejor montaraz de todos y siempre fue muy valiente, ¿verdad mamá? —intentó buscar una afirmación por parte de su progenitora, alzando su mirada, sacó un poco el pecho tratando de mostrar valentía y dignidad junto con sus palabras.

La dama observó al niño y no podía evitar sonreír mientras que cierta nostalgia se apoderó de su corazón e inundaba su pecho, era tan igual a él, sus ojos, su espíritu, su forma de moverse a pesar de aún no ser tan ágil, se desplazaba con cierta gracia y seguridad.

Trató de recobrarse de la melancolía agachándose y tomando a su hijo en brazos llevándolo hacia la única habitación separada del lugar, colocó enseguida a Edrel en la cama de paja, donde el infante se dirigía a la almohada y puso la cabeza sobre la misma a la par de que su madre lo acobijaba, acariciado su cabello.

—Esta historia nunca te la conté hijo, es cuando los aventureros, Lindrel y sus amigos se adentraron en el volcán Adralar—comentó la mujer.

—¿Dónde es eso mami? —cuestionó impaciente el niño.

—Es al oeste de K'rlac o sea del lado contrario de donde estamos hijo, ese lugar es maldito, ahí es una de las entradas a los once infiernos de Maldur...— se le fue la voz al mencionar el sitio.

El infante se cubrió hasta la boca con la sabana y abrió mucho los ojos sin quitar la vista de su figura materna.

—Pero tú me dijiste que nadie había podido salir de ahí...eso quiere decir...— sus orbes se le inundaban de lágrimas al niño.

—Sólo una persona lo ha logrado amor mío —acarició su rostro tratando se secar sus lágrimas.

Edrel rápidamente se destapó y alzó su mirada con cierto brillo en ella, mostró esperanza.

—¿Quién mamá? —imploró el chiquillo, lo necesitaba saber.

—Tienes que esperar a que te cuente la historia, si te lo digo ahorita sería trampa —dijo tiernamente volviéndolo acomodar y tapándolo.

—¡Me muero por saber quién fue! Sé que fue Lindrel, el siempre escapa de todo, pero Leira también es muy fuerte y rápida, por algo ellos dos se amaban, se parecían mucho—dijo pensativo el niño analizando las opciones, haciendo que a su madre se le tintara su rostro de un ligero rubor.

—¿A tu edad no vas a saber que es el amor hijo? —reía un poco la mujer sentándose en la silla continua a la cama, bajando un poco la flama del quinqué.

—¡Si lo se mamá! Bueno al menos creo que lo sé, tú por ejemplo estas enamorada Lindrel, siempre que hablas de él suspiras o se te ponen rojos los cachetes —señaló con su manita hacia el rostro de su madre.

La mujer desvió un poco la mirada para que su hijo no viera lo apenada que la había puesto.

—Bueno, bueno empecemos por qué nos tenemos que levantar temprano mañana e ir al templo de Daldar por la comida del mes.

El niño frunció sus cejas, no le gustaba tener que caminar hacia el templo, muchos veían a su mamá de manera hostil, a excepción de los sacerdotes, quienes eran muy corteses con ella, de hecho, hasta pareciere que la respetaban de cierta manera, él no sabía por qué.

—¡Pero mami, no quiero ir me da flojera! —hizo un pequeño berrinche el chiquillo.

—Lindrel jamás tenía flojera de viajar —alzó la ceja su progenitora como si lo retara.

—Está bien iré, solo porque te tengo que cuidar.

—¡Jajaja! Está bien hijo, yo sé que siempre me cuidaras, bueno empezare.

Una historia antes de dormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora