II. Take Me To The Lakes

688 53 19
                                    

Abril, 1851

Un hombre que se nombraba a sí mismo «R. Wolton» como remitente de las cartas, le aseguró a su querida hermana, Margaret, que había llegado sano y salvo al norte de Inglaterra. Expresaba sus deseos cegados por las ensoñaciones que involucraba haberlo guiado a parar en ese lugar: el hambre y dominación del nuevo conocimiento, por la necesidad de ceder ante la ardiente curiosidad, el querer descubrir los secretos que almacenaba su próximo lugar de destino: el Polo Norte.

Harry no entendía cómo la embarcación del personaje al Polo Norte lograría relacionarse en algún punto de la historia con Frankenstein. ¡Eso lo haría más interesante! El misterio que involucraba la llegada al conflicto del libro, ¿de qué trataría? ¿En qué problemas se verían incluidos? ¿Cómo lo resolverían? ¿Alguien moriría en el proceso? ¿Se enamorará? ¿Lograrán alcanzar sus sueños? Su hermana se rehusó a responder sus preguntas con respecto a la trama «¡Solo leela, Harold! Es Mary Shelley. Te sorprenderá, lo aseguro. Podría arruinarte la experiencia si te contara el más mínimo detalle y no lo haré».

Mientras hacía caso a la recomendación de su hermana, leyendo la obra de su autora-obsesión del momento, estaba rodeado por las cuatro paredes de su pequeña —a comparación de la que tenía en su mansión— habitación compartida en Eton. Vestía el uniforme de la institución que consistía en pantalones a medida color negro, al igual que un saco y chaleco, abajo de esas prendas llevaba una camiseta y corbata blanca; habia dejado de lado su sombrero de copa, ya que faltaban al menos 10 minutos para que las clases comenzaran.

¡Y entonces el plan ambicioso de R. Wolton se había echado a perder! La niebla rodeaba al barco completamente, cegandolos del hielo que los tenía estancados. Cuando, de repente, una extraña y misteriosa figura hizo aparición en medio de la nada y—su lectura se vio interrumpida por los golpes en la puerta de madera.

—¿Sí? —respondió en un tono alto de voz, dejando el libro entreabierto en la cama a su lado.

—El Profesor Morgan nos espera en el aula. 

Harry se levantó de la cama y caminó hacia la puerta, abriéndola y revelando a Timothée.

—Estoy bastante seguro de que aún faltan diez minutos para que siquiera el Profesor Morgan empiece a esperarnos. Estaba leyendo un libro —avisó. Harry fue por el sombrero de copa y se lo colocó. Caminó hacia el espejo mientras lo acomodaba de una manera donde sus rizos fueran notorios pero no estuvieran atravesando la vista de sus grandes y brillantes ojos verdes.

Timothée era más un aficionado de las ciencias y la política mientras que Harry era el amante de las artes: cada semana había un libro nuevo en su posesión, una pintura terminada cada cierto tiempo, y el secreto de darle vida a los personajes de sus historias favoritas en sus momentos de ocio; actividad producida por la inspiración que le provocaba ir al teatro, aunque asistiera con numerosos meses de diferencia de separación con su última asistencia, él aprovechaba cada función, cada actor y cada escenografía.

—¿Qué leías?

—Alison tiene una repentina obsesión con Mary Shelley y, como siempre, yo tengo que formar parte junto a ella así que me recomendó ¡no! Me obligó —corrigió—, a leer Frankenstein o El Moderno Prometeo como una introducción a su gótico mundo —explicó, moviendo las manos para dar énfasis a sus palabras.

—Hay un chico en mi clase que siempre habla de Percy y ese círculo de poetas, llega a ser un tanto molesto. Todos sus ensayos son de él. Para colmo, ¡una de las clases que compartimos es Literatura! No seas como él, por favor —Mientras hablaba comenzó a caminar alrededor de la habitación, agarrando objetos al azar y observándolos como si se fueran a hacer más interesantes bajo su mirada.

The Young RomanticistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora