Septiembre empezó y con ello también la temporada social.
Harry tuvo un mes ocupado, repleto de conversaciones con personas que solían ser conocidos íntimos suyos y últimamente había olvidado su existencia, incluso. Y con esto, retomó el afecto que había obtenido de ellos en el pasado y, entonces, pareció no haber cambio alguno.
Asistía a los bailes casi cada semana. O iba a reunirse con algún caballero o damisela que le invitaba a comer, o a cualquier otro tipo de entretención. Las damas se acercaban a él y creaban el ambiente coqueto que, un hombre y una mujer entre las mismas edades y estatus, normalmente respiraban, y a Harry no le quedaba más que pretender y continuar esparciendo la ligera vacilación, por más falsa y sin compromiso que le fuera.
En contadas ocasiones se encontró con Alison y Louis en esos eventos sociales. No había oportunidad para que sus presencias se cruzaran y les diera la posibilidad de conversar, sin embargo. Al parecer ellos habían creado su propio círculo social que era apartado al de Harry. Solo intercambian miradas y sonrisas de cortesía. Y sabía del escenario detrás de esas expresiones, porque le era contada a través de las cartas que intercambiaban.
Louis le narraba su día, los aprendizajes que obtenía que consideraba lo bastante interesante como para compartirlos, y constantes descripciones de sus sentimientos por él. Dejaba a Harry anonadado con las analogías y metáforas que se veía capaz de formar, todo a partir de su amor por él.
En una de las cartas, Harry le expresó la pesada culpa que la mayoría de veces lo llenaba con respecto a Alison. Se lo admitió, y se sintió avergonzado de ello pero, aun así, no dejó de escribir su sentir.
Y tiempo después, Louis le respondió con una extensa carta de múltiples hojas.
En ella se enmarcaba la seguridad de que ninguno cargaba la culpa de los sucesos. Nadie la tenía, porque no siempre se debía buscar un culpable. Era el curso, desafortunado o afortunado —como sea que el protagonista lo decidiera ver—, de la vida. Que no siempre teníamos el poder de decidir los giros que esta tendría, no estaba en nuestras manos porque no éramos protagonistas, éramos espectadores.
A veces las cosas no salían como queríamos. Y solo nos dirigíamos al camino de la miserable conformidad.
Y Harry pensó en las veces que, seguramente, Louis atravesó todo eso. Lo mucho que debió haber analizado lo que estaba por venir para que le dijera esto como si fuera el secreto a voces más conocido, la verdad del mundo. Y ciertamente lo era.
Con los días, las semanas y los meses, se dio cuenta de la veracidad de cada una de las palabras de Louis. Y se dio cuenta de lo crudas que le hubieran sonado si las escuchase hacía un año. Cuan ingenuo había sido en su vida, pensó cuando ya llevaba meses releyendo una y otra vez aquella carta.
Dejó de sentirse culpable cuando se topaba con Alison en los bailes. Porque, finalmente, su inconsciente sabía que él no era el responsable de su sentir ni del contexto en que se dio todo. Era algo que estaba fuera de su control, por más impotente que le hiciera sentir.
Y antes de que siquiera pudiera abrir sus ojos de un momentáneo parpadeo, septiembre, octubre y noviembre habían pasado.
Durante los meses transcurridos, no hizo más que ejercer la —casi sin vida ni color— parte de él donde era el modelo a seguir de lo que un hombre debía ser en aquella sociedad.
Harry siguió incentivando las visitas con personas con las que realmente disfrutaba pasar tiempo. En una ocasión, se reunió con George para dar una simple caminata por la plaza. Ahí su amigo le informó que creía estar conociendo a la mujer indicada para el resto de su vida.
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The Young Romanticist
FanfictionLord Harry Styles de Rutland, un admirador del teatro de Shakespeare y aficionado a la pintura, se ve envuelto en un creciente romance con su viejo amigo de la adolescencia: lord Louis William Tomlinson, el ahora heredero del ducado de Devonshire. E...