VII. Champagne Problems.

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Febrero 2, 1858

2:00 A.M.

Entre los más lentos parpadeos contemplaba el dosel verde menta, aquel que se atravesaba en su vista hacia el techo de su habitación y colgaba de los postes en las esquinas de su cama. Sus pupilas se habían acostumbrado a la oscuridad después de dos horas ante ella. Podía escuchar el sonido de sus propios párpados cerrarse y luego separarse, mezclado con sus relajadas respiraciones.

Estaba acostado en su cama, las múltiples y cómodas almohadas le sostenían la cabeza. El cobertor lo cubría desde los pies hasta debajo del pecho, donde estaban sus manos entrelazadas.

Una ligereza lo acompañaba y una extraña tranquilidad lo invadía. No era consciente de qué clase de pensamientos tenía en esos momentos, o siquiera si lo estaba haciendo en esos momentos. Estaba en un estado donde los bordes eran borrosos, sin ninguna definición.

Logró concentrarse lo suficiente para recordar cómo había llegado a ese momento. Rememoró como Alison lo había llevado a su habitación, le había pedido a Francis algún vendaje, y, a pesar de sus quejas, obligó a Harry a sentarse en la orilla de la cama, donde las cortinas del dosel no interferían.

Se había sentado a su lado y había comenzado a colocar el vendaje alrededor de su mano. Harry pudo ver más de cerca el anillo. Era brillante y llamativo. Era obvio que estaba hecho a la medida, extrañamente; Louis en realidad no compró el primer anillo con el que se cruzó. Harry también identificó que no podía tratarse de una sortija heredada.

Mientras ella continuó vendandolo, Harry se dio cuenta de que estaba distrayendo a Alison de demostrar lo que sea que estuviera sintiendo en esos instantes. Ahora estaba comprometida.

—¿Cómo te lo pidió? —preguntó en voz baja, queriendo mantener en secreto su errónea curiosidad causada por erróneas razones. Tenía la cabeza baja y solo veía las manos de Alison envolviendo minuciosamente el vendaje.

—¿Lord Devonshire? ¿Esto? —preguntó, de igual manera, en voz baja. Su tono era suave, y Harry podía escuchar la sonrisa en su voz pero no quiso subir la mirada para comprobarlo.

Asintió y pasó con cuidado su dedo índice por el contorno del anillo. Alison suspiró.

—No te lo contaré —dijo, para sorpresa de Harry. Él alzó la cabeza y le miró con incredulidad. Frunció el entrecejo y con su mirada le cuestionó la causa—. Acabo de decidir que no te dire, es así de sencillo. Es un momento que se mantendrá en mi memoria, y en la de lord Devonshire. ¡No me veas así!

Harry bajó la mirada y las comisuras se le alzaron contra su voluntad ante el tono exasperado de su hermana. Sin embargo, continuaba sin comprender porque ella se negaria a otorgarle esa aparentemente inofensiva información. Él hubiera creído que ella estaría deseosa de compartirsela. Consideró seguir insistiendo, pero se dio cuenta que no almacenaba una compelente necesidad para continuar haciéndolo. Esa realización vino acompañada de una que ya llevaba un par de frustrantes minutos en el fondo de su cabeza—no estaba teniendo la reacción que tanto esperaba.

Se preguntó cuánto tiempo duraría esa sensación. O la manera en que se desarrollaría el recuerdo de Alison sobre este día a través del tiempo, ¿la felicidad se desvanecería? ¿el sonrojo también?

Harry intentaba ser positivo, y se dió cuenta que sólo podía serlo si solo tomaba en cuenta un futuro lejano. Trataba de pensar que Louis y Alison se podían enamorar y ser felices, que Alison cumpliría cada uno de sus sueños y Louis iluminaría a todos con su personalidad y se permitiría disfrutar. Harry quería eso para los dos, y sentía la necesidad de intervenir para que sucediera. No se iba a quedar sentado y contemplando una futura decadencia.

The Young RomanticistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora