XIII. Auroras and Sad Prose

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Se dirigió rápidamente a la mesa de café, tomando asiento y reteniéndose lo suficiente para retirar con delicadeza el sello escarlata del sobre. Lo abrió, tomó la hoja y la desdobló. Pasó saliva, dando una vaga mirada por todo el contenido de aquella hoja, repleta en su totalidad de letras curvadas y características de la conocida caligrafía de Louis —notó que había letras más grandes que otras, al igual que unos detalles diferentes en el tipo de escritura—, sin espacio vacío alguno.

Intentaba buscar un significado a las palabras que Louis le dijo hacía unos minutos, ¿por qué esperaría más tiempo? No tenía sentido. Se olvidó de continuar indagando, a pesar de que parecía ser necesario, porque comenzó a leer las primeras palabras, que, pronto descubrió, en realidad eran versos.

Sus ojos se movieron a gran velocidad, recorriendo el contenido de la hoja y siguiendo palabra tras palabra sin poder detenerse. Antes de que lo pudiera controlar, sentía sus mejillas arder y luego su vista hacerse borrosa y pudo sentir las lágrimas crearse y deslizarse por su rostro. El corazón comenzaba a bombearle a la velocidad que solo Louis sabía provocar, y hoy descubrió que podía crear el mismo efecto incluso a través de palabras, sin necesitar su presencia consigo.

Porque hoy, cuando Louis estaba a unas horas de contraer matrimonio, le prometió lo inimaginable. Le prometió su sentir y su eterna devoción, le prometió las representaciones más mágicas y especiales que Harry siquiera podría crear en su cabeza. Le prometió marcar su nombre más allá de su finito existir, que él, como su amado y adorada musa, ya estaba escrito permanentemente en la espiritualidad inmortal del mundo.

Se preguntó cómo podría provocar aquellos sentimientos que Louis con tanto fervor le prometió tener por él. Un sentido de protección se activó, queriendo mantener para sí mismo esa carta; no quería que alguien pudiera leerla y descubrir la sensibilidad que demostraban los versos enteramente dedicados a él. Un poema escrito con las manos de Louis y creado a partir de lo que su corazón dictaba, iba dedicado a la mera e inspiracional existencia de Harry.
Era más de lo que podía entender. Superó cualquier expectativa del romance que alguna vez se planteó.

No sabía que podía ser aquella luz contemplativa en la oscuridad de la noche, la perdición de racionalidad pero la divina guia hacia la virtud que alguien tanto buscó, comprobaba el alcance de la misticidad con el sonido de sus risas y un vistazo a los bosques celestiales. Y lo alababa como este ser divino que merecía ser admirado. Le prometía hacerle sentir la infinitud. No entendía cómo podía provocar sentimientos descritos como si fueran parte de la pureza y maravillas del mundo. No creía posible poder amar con tanta intensidad como lo hacía con Louis.

Cerró los ojos, sus párpados encontrándose con la humedad de sus lágrimas, y repitió mentalmente cada sensación, cada palabra y cada rima mezclados con sus sentimientos a flor de piel, incrustados en su ser. Suspiró.

Alguien tocó la puerta, interrumpiendolo. Su corazón cayó, los nervios comenzando a recorrer su cuerpo y colocándolo alerta. Se levantó con la carta en sus manos una vez la devolvió al sobre con toda la delicadeza del mundo, producto del imborrable cariño que automáticamente le adquirió desde el primer verso. Sus manos temblaban ante la idea de un posible descubrimiento. La escondió en uno de los cajones de su escritorio, hasta al fondo y entre las páginas de un empolvado libro que no había abierto en años.

Pasó saliva y corrió los dedos por su cabello. Recordó que alguien estaba al otro lado de la puerta esperando que la abriera, así que quitó cualquier rastro de lágrimas de su rostro, y, esperando que no fuera notable el desastre que hace segundos era, abrió la puerta con una sonrisa sencilla.

—Buenos días, Francis —saludó cordialmente. El hombre frente a él asintió en respuesta.

—Estamos a punto de retirarnos y dirigirnos a la iglesia. Lo están esperando abajo.

The Young RomanticistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora