VI. Young Man

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Harry definitivamente era el quinto mosquetero.

Cuando las vacaciones terminaron y volvió a Eton, su relación con Benjamin, Luke, Louis y George —este último quizás no tanto, ¡pero al menos lo había hecho reír una vez!— evolucionó a algo que se podía clasificar realmente como una amistad. Platicaban todos los días, contaban anécdotas, reían, se burlaban y otras cosas que los amigos hacían.

Convivía con Timothée al menos una vez por semana. Se encontraban en las clases que compartían. Él lo saludaba pero hasta allí llegaba todo. Antes de dejar Londres, Alison le confesó que Timothée había respondido a la carta de lady Barrow; Harry desconocía el contenido de dicha carta. Su amigo pudo haberla rechazado, haber prometido bajarle la luna, proponerle matrimonio o simplemente haber contestado sin expresar interés alguno en particular.

Sabía que no tenía derecho a preguntar qué fue lo que aconteció a partir de entonces, pues él, sin realmente querer hacerlo, se había alejado por el consumo que sus nuevos amigos hacían de su tiempo. No se había aburrido de él, no. Nunca se aburriría de las personas. Si el destino los alejó, sería la propia voluntad de éste hacerlos reencontrar.

Era un martes por la tarde, alrededor de las 5:27 P.M. Harry estaba en el Santuario con Louis haciendo una tarea de álgebra. Minutos antes Harry le había contado a Louis la trágica historia de cómo por una apuesta de carreras lo habían exiliado de la clase —lo narró haciendo uso de esas exactas palabras, provocando que Louis rompiera en risas y lo acusara de dramático— y que justamente ese evento dio paso a que conociera a George.

Louis, entonces, le confesó que ya lo reconocían. Según lo que le contó, hace tiempo, en el comedor, Harry se carcajeaba a grandes volúmenes junto a Timothée en su mesa. Llamaban tanto la atención que Benjamin interrumpió su propia plática y lo había volteado a ver, preguntó por su nombre pero ninguno sabía cómo se llamaba, y que había sido una obra del universo que los juntara en ese baño.

Recordando eso, no era consciente de la sonrisa que se le extendía en el rostro. Tenía la cabeza acunada en una mano y el codo apoyado en la mesa. Juraba haberse quedado pensando en cómo resolver un problema algebraico pero una cosa llevó a la otra y su cerebro lo distrajo con recuerdos.

Y era una completa coincidencia que Louis estuviera justamente sentado frente a él, al otro lado de la mesa, mientras Harry tenía la mirada perdida.

Él parecía tan concentrado en la hoja bajo sus manos. La caligrafía curveada salía perfecta y fluidamente de la pluma entre sus dedos. No llevaba su saco puesto, tenía las mangas de su camisola blanca remangadas hasta los codos y el cabello castaño rebelde lo hacía ver como esos hombres magníficos y profesionales. Louis no era un adolescente inmaduro como él, era más un hombre de la vida real. En cualquier aspecto, de hecho.

Era capaz de distinguir los lunares en su rostro bajo la cálida iluminación que traspasaba las ventanas. Un rayo de luz le caía sobre el ojo izquierdo y sobre el triángulo de lunares en su mejilla.

Recordó la temporada donde Alison estuvo obsesionada con la astronomía y, por lo tanto, le contaba a Harry de todos sus descubrimientos. En esos momentos recordó específicamente un comentario sobre la región de las estrellas de verano. Y años después, cuando ella se comenzó a interesar por la cultura asiática, descubrió una leyenda detrás de esa constelación. En ese entonces, por primera vez, Harry no le había prestado atención pues cualquier cosa relacionada con la astronomía le aburría, incluso si la leyenda era de un amor imposible —de aquellos que tanto le llamaban la atención saber—. Cuando la viera de nuevo, le pediría que se lo volviera a contar.

Louis tenía una clase de belleza que cualquier poeta intentaría traspasar a sus románticas letras. Se frustrarían porque no lo lograrían. Una inteligencia que añorarían admirar y alabar y dejarse sorprender.

The Young RomanticistDonde viven las historias. Descúbrelo ahora