Preámbulo

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Preámbulo
Destino distinto.

Los inesperados amantes, compartían sus cuerpos por primera vez. El chico rubio se movía sobre su amada y ella le seguía el ritmo. Estaba drogada literalmente por los opiáceos que había ingerido, por la mano de su madre en aquella infusión.  Solo sabía que estaba disfrutando de esa actividad: de las caricias y besos, que Peeta Mellark le proporcionaba y sobre todo de esa parte que le incrustaba. Ambos gemían, aunque ella trataba de reprimirse sin mucho éxito. El rubio sin embargo ni siquiera lo intentaba, se regocijaba de placer tanto sexual como sentimental. Sus ojos azules la contemplaban clavándose en los bicolor.

Cuán diferente hubiera sido el destino, si el efecto de las drogas hubiera durado más y si la maldita paranoia no hubiera aparecido.

La joven veía todo de colores, pues tenía la sensación de su primer orgasmo. El aliento le faltaba. Abrió la boca intentando respirar mejor. Gimoteo y apretó más ese miembro intruso. No se percataron, pero clavó las uñas en la espalda de su musculado enamorado. Peeta intentaba ser lo más delicado posible, hasta que sintió que necesitaba ir más rápido y así lo hizo, con
dureza certera mientras hacía ruidos guturales. Los cuales le fascinaron a la azabache.

—Te amo. —Confeso.

Y se liberó por primera vez dentro. Miró a su amada tendida bajo el. Respiraba igual de agitada, tenía las mejillas y los labios más encendidos que nunca. Los cabellos azabaches estaban revueltos y la piel húmeda en las zonas, donde él la había besado. La vió más que perfecta.

Le dio un beso en la frente y entonces se desplomó sobre ella y rodó a su lado saliendo. La joven se sintió distinta. “Bueno ya he cumplido. Así que lo mejor será irme”, Pensó. Se sentó lista para marcharse, más una mano grande la retuvo. El no quería que se fuera, tenían tanto de qué hablar y sobretodo, se tenía que disculpar.

—Por favor, quédate un poco más. Te llevaré a tu casa.

Lo miró y le pareció atractivo, ya le parecía solo que ahora le parecía un más. Claro que eso nunca lo admitiría, ni siquiera a ella misma. Tenía el rostro luminoso y el cabello rizado alborotado.

Se vio tentada a recostarse con él. Más el efecto de las drogas, se esfumó. Se vió en donde estaba, le parecía cercano y ajeno. Estaba desnuda y con la última persona que hubiera imaginado. Se sintió cohibida. “¿Qué hago aquí?”, se preguntó. Unas inmensas ganas de llorar se apoderaron de ella. Volvió el rostro y se puso de pie. Tenía que irse. Pensó en el bosque, e inevitablemente en Gale, si él estuviera, si no hubieran cerrado la alambrada, los dos estarían a salvo.

—Yo,  me tengo que ir ahora.

Su voz era gélida e impersonal, pues no quería que la viera llorar. No quería quedar en ridículo frente a él. Con desesperación recogió sus prendas, que estaban desperdigadas en el suelo. Peeta la imito saltando de la cama y haciendo lo mismo. No pensaba dejarla ir sola.

—¿Puedo ir a tu baño?. —Pregunto pues no se podía vestir en ese estado.

Él la llevó. Las losas que tapizaban el impoluto baño, eran de la calidad más alta entre todos los estándares, incluso para los del capitolio. Habían sido elaboradas en el uno. La calidad era visible, estaban enceradas y daban la impresión de estar cubiertas de agua cristalina. Como un lago, en el que te puedes ver, pero con la diferencia, de que al tocar,  el reflejo jamás se distorsionara. Su silueta juvenil y su melena se reflejaba, con un filtro de opulencia.

Pero Katniss no prestaba atención. Sentía que la piel le hormigueaba y las lágrimas salían con discreción, aunque ella quería bramar. Sabía que no lo volvería a hacer, pues la alambrada le impedía ir al bosque.

La familia del Cliente. (Everlark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora