Midnight

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Era la una y cincuenta y cinco de la madrugada en la finca Rengoku, el mayor de los primogénitos de Shinjuro dormía en su cómodo futón indufoam con una sábana lila, su mente permanecía en blanco junto a una profunda tranquilidad combinada con el tintineo de una campana de cristal, una campana tan característica de las memorias que el joven pilar conservaba con aprecio de su madre.

Un sonido reconfortante y calmante para toda la tensión de su día a día, algo muy lindo que lo dejaba en total calma reposando su cuerpo y dejándose abrazar por el Dios griego Morfeo; aferrado a aquel descanso un ruido lo hizo deshacer el abrazo y volver a la realidad.

¿Qué era ese ruido?

Era un sorbeo de nariz, un sonido originado ante la gripa y los mocos incontrolables o, como segunda opción, para el llanto inevitable o excesivo.

Sus párpados se abrieron con pereza a la par su vista tardaba unos cuantos segundos en acostumbrarse a la luz, lo logró y se alzó con cuidado de su futón buscando la razón, la causa, el inicio y el generador de tal sonido.

Cuando logró distinguir su blanquecina figura musculosa por el ejercicio y los tatuajes azules junto a una inconfundible cabellera de cerezo corta, pensó de inmediato en su arma; su espada Nichirin con funda de llamas rojas, naranjas y amarillas. Para su suerte, y precaución anterior, estaba a mano izquierda de su futón y sin pensarlo demasiado la tomó firmemente.

Empuñada el arma salió de su cama con agilidad y antes de pensar en algo más estaba frente Akaza apuntando a su cuello sin una pizca de duda en su agarre. Estaba preparado para ese momento, sabía que el demonio estaría ahí. ¿Porqué? Por las noches anteriores en que el astuto demonio escondía el arma del chico, antes de acercarse, y procedía a conversar con su némesis, siendo en realidad la luna el único en conversar.

Pues, Kyōjurō, no quería dirigirle la palabra a ese demonio con principios tan diferentes a los suyos y el solo verlo o escucharlo lo hacía sentir molesto. Noches pasaron con la misma fórmula y resultado, mismo Akaza y Kyōjurō, no habían cambios. Pero esa noche ...

-No estoy de humor para esto, Kyōjurō -soltó con suavidad y pausa en un pequeño hablar, Akaza tenía lágrimas en sus ojos, que al rodar llegaban a sus pálidas mejillas y a la par de sus labios fruncidos mostrando el antónimo de sonrisa.

Admitía que le sorprendía verlo triste por primera vez pero su deber como cazador era matarlo, si no lo mataba el demonio mataría a personas inocentes, y jamás podría permitirse eso. Afirmó el agarre y empezó a cortar su cuello con firmeza.

AGHh! -exclamó aquel sonido ahogado de dolor mientras el pilar pasaba el filoso metal por su duro y pálido cuello demoniaco, tan duro como roca y que sólo una Nichirin podría cortar con éxito.

Su corte se vio interrumpido por la mano del demonio, trató de parar que Kyōjurō continuará a lo que este uso la misma fuerza que Akaza para poder continuar, uno detenía otro trataba de avanzar.

UuuuGh! ¡Aaah! ¡Bien! -al gritar aquello tomó las manos del rubio con fuerza. -Mátame. Ya no importa ... Ya no me importa nada -sus lágrimas volvieron a caer por su rostro mientras soltaba las manos del rubio, dándole la libertad de continuar.

Era verdad, ya nada en su vida importaba, había intentado todo lo que quería y a pesar de eso se sentía vacío, no tenía nada por que continuar. No lograba sonreír hace días, sus ganas de pelear desaparecían, su único hobbie de entrenar no daba resultados y hablar con Kyōjurō ... Ya no sabía porqué seguir, era inútil.

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