Matías

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Fumo un cigarrillo conforme veo a la nada misma sin que nadie me interrumpa. El sol aún no ha arribado a lo más alto del cielo en el lado del mundo en el que vivo, pero sé que en algún momento saldrá para mis esperanzas de tener otro día fructífero sin hacer nada. No es que haga mucho, lo admito, pero salir de la gris rutina a la que me someto me ayudaría un poco. Calculo que son las cinco de la mañana cuando rasco la piel que cubre el área de mi hombro derecho un tanto distante de todo. Pronto remuevo el expediente que llegó a mis manos no hace mucho a mi hogar en los suburbios alejados de la civilización; abro el mismo y lo examino.

Entonces veo el rostro de un niño sonriente que me mira sin juzgarme. Es un niño precioso que siento que me estudia desde su rostro de facciones angelicales; jamás he visto en mi vida un niño igual hasta que la fecha en la que fue tomada la fotografía, que me ve con ánimos inocentes, me hace despojarme de un suspiro largo por la impresión pues la imagen en cuestión, que siento ya como mía de algún modo, fue tomada hará unos trescientos años atrás. Leo el nombre que cita el centro del expediente y que corresponde al sujeto al que me enfrento en ese momento, así que, siento, un extraño sabor en mi boca cuando paladeo la esencia que debe poseer el mismo en presencia de su carne frente a frente.

"Daniel"

Sé que él no ha envejecido un solo día desde entonces y vive poblando una parte del mundo en el que resido desde hace trescientos años o más. Todo lo que reza el expediente cuyas hojas tiemblan en mis manos lo comprueban así para mi sorpresa. Recuerdo vagamente la idea del porque arribó el expediente a mi hogar hará unas horas y hago algunos cálculos para tener la certeza de que no estoy soñando. No en el sentido en que se hace a mayor profundidad, no.

Me bajo la manga del suéter que me protege del frío demencial que hace en ese preciso momento y vislumbro la marca con forma de un bonito y abstracto árbol que reside en mi muñeca. La misma brilla con un hermoso matiz plata y oro, cosa que me hace maldecir por lo bajo y llevar mis manos a mi rostro para limpiar el rastro de incredulidad que se instala en mi propio cerebro. Porque he sido elegido como el Adorador de Templos de Daniel, el bello durmiente y dueño de los sueños lúcidos en todo el mundo.

¿Qué significa todo esto? ¿Qué significa ser un Adorador de Templos y que tiene que ver Daniel en todo esto al punto que me convierto en un nudo de nervios y pierdo la compostura? Arrojo las hojas del expediente al suelo y lloro como nunca he llorado en toda mi vida. Me eligieron. Por un momento he olvidado que en mi mundo somos un mero combustible para los llamados Santos Soñadores cuya mente está sumida en una vigilia absoluta de los sueños, y que no soy el único que los ha adorado, a nuestra manera, desde que hemos tenido uso de razón, sobre todo a aquel que reside en el campo de los sueños desde que tiene una memoria perdida entre las tantas cosas que ha podido vivir más allá de la realidad. Los sueños están vetados para nosotros, quiénes tenemos que suministrarnos de otras energías vitales para poder reposar siquiera por un momento, no empero maldecimos que dormir no nos ocurra pues no suministramos a las personas las ideas que otras naciones deben seguir.

"Trescientos años dormido"

Me espabilo y aplasto el cigarro contra un cenicero cercano, y entonces, me veo en el espejo que corona la sala de los principales cimientos de lo que fue una casa victoriana que años atrás los Evangelios que reinaron por nosotros durante algunas eras, la destrozaron antes de ser desconectadas. Vuelvo a leer el expediente y me golpeo las mejillas con la palma de las manos para salir de mi estupor pues seré una mera herramienta del tan adorado Daniel, el dueño de los sueños lúcidos. Su Adorador de Templos, el orador principal de un santo. Sé que Daniel me espera sin siquiera saber de mi existencia pero creo que ya me llama desde su tan afamado mundo soñador y no hago más que pensar en la idea de cómo me encontrará cuando me conozca o siquiera repare en mí o en la imagen que dejo entrever, que dista del hombre que fui alguna vez.

El Refugio de los Santos SoñadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora