Son las once de la mañana en el lugar del mundo en el que me encuentro. Los rayos del sol me acarician la cara y siento como mis dedos se entierran en la arena de la playa que guía mis pasos por este universo en miniatura al que llamo hogar. Es una a la que suelo visitar regularmente desde que tengo memoria; mi principal confidente. Lo he vivido todo en su compañía y no me arrepiento de ello. Cuando quiero despejar mi mente del embrollo que significa pensar en las decisiones que tomaré en la vida que se me ha dado, vengo aquí y me doy una zambullida. O simplemente la miro con serenidad, ya sea de pie o sentado, cosa que hace que me sienta uno con la naturaleza. Esta vez lo que hago en el nombre de esta playa a la que frecuento, como un crío recién nacido, es leer una copia exacta del libro que ha creado el santo soñador de los sueños vividos y el que escribe nuestra historia. Ese, al que sé, oramos con mucho amor y providencia, el santo de las palabras cuyo nombre es Gamaliel.
Gamaliel es nuestro héroe. Lo ha sido desde que aprendemos la palabra escrita por su consciencia, desde hace trescientos años. Por sus logros, y más, nos gustaría ser como él, pero no soy un héroe. Y cuando me percato de que no soy un santo soñador, tampoco deseo serlo. Sin embargo, hago en lo posible por mantenerme a flote con todo lo que tengo en este mundo utópico al que creo muchas veces irreal. Mundo que nuestros santos soñadores han construido con mucho esfuerzo y dedicación; nos han dado el privilegio de vivir en esta fantástica realidad, como también los caminos correctos que hemos tomado para poder seguir adelante. Pero a veces siento que esa realidad es demasiado ilusoria para vivirla, pues lo que vivimos es el sueño que ellos desearon que tuviéramos cuando inició todo, y que por lo tanto, a mi ver, nos queda todavía tiempo para despertar y así enfrentar todo aquello de lo que tratan de ocultarnos con tanto apremio.
¿Hay cosas de las cuales nos ocultan? No lo sé todo en realidad, pero lo que sí sé es que me gustaría en mucho descubrir todo lo referente a ellos con tal de ayudarlos, a ellos, que en su faena de diminutos dioses, nos han permitido vivir a nuestra manera. Sabemos de sus grandes hazañas y de cómo nos hemos acostumbrado a sus regalos; a través de ellos hemos podido enmendar los errores que muchas veces cometimos a un grado tiránico que, espero, no vuelva a acontecer. La fe para con los santos soñadores nunca muere pues creemos fervientemente en sus eminencias y en lo que han deseado transmitirnos a través de los siglos, y esa creencia, que partió de la existencia de quince niños, basta para todo. Esos niños que hicieron muchísimo con sólo existir.
Soy uno más entre todos los que creen en ellos. Quizá no lo suficientemente común pues no hace poco llegó a mis manos un paquete con la petición de que me convirtiese en el Sabio de Gamaliel. Los Sabios ayudan al santo soñador a orar a través de los sueños y escriben todas sus oraciones dedicadas al cielo, a la tierra, al mar y a todos los que componemos las más afamadas peticiones posibles que nos brinda desde el campo de los sueños. Gamaliel nos ha enseñado mucho. Pero, ¿qué podría enseñarle yo desde mi oficio, uno que quizá sería indignante, como una muestra de alivio, para muchos de los que vivimos en este mundo de tanta paz? Siendo un traficante de ideas he pasado toda mi vida, en la clandestinidad, compartiendo lo que pienso fuera de los protocolos y de la perfección al que han convertido el mundo más allá de todo lo que conocemos; he mandado a algunos pocos a una muerte segura, cuando por mis medios y quehaceres, creen descubrir el origen de todo lo que conocemos y habremos conocido desde beatitud de la existencia.
Soy traficante de ideas desde muy niño. No porque sea algún villano o algo parecido, sino porque he hecho lo posible por pensar en las cosas más indudables más allá de lo que conocemos. Se nos ha adoctrinado desde que nacemos y nos han obligado a coexistir en las facciones a las que debemos pertenecer desde el nacimiento: a sus ideas, a sus logros, a sus métodos; a lo que son y cómo trascienden en la vida de los que vivimos en la sociedad desde hace un tiempo ya. Me he opuesto al adoctrinamiento. Otros más como yo también, creemos que merecemos pensar por nosotros mismos, sólo que, siempre he imaginado que lo que se nos enseña busca el evitar lo que una vez sucedió. Estoy de acuerdo con ello; pero aspiramos a más. Y en nuestro mundo, y desde niño, he querido renovar y ayudar a esta muestra de vida a través de todo lo que hago; sé en lo posible que si lograse hablar de algún modo con Gamaliel afuera de sus sueños, me comprendería y aprobaría lo que trato de lograr.
Me muevo sobre la arena y humedezco mis pies contra las olas que se agitan de aquí para allá en un vaivén interminable. Repaso en las letras que fueron escritas en la carta que me fue entregada y reparo en el expediente que se me fue asignado hará no mucho. Entonces, y sólo entonces, me remuevo en aquel lugar donde se supone voy a meditar constantemente. Leo la carta en voz baja y repaso en mí mismo lo que se me ha dado. Sé que con eso puedo continuar avanzando en este mundo tan mágico como escalofriante a mí ver, donde trato en lo posible de ocultar lo que quizá podría ponerme en un aprieto. Veo la carta otra vez y suspiro. Gamaliel me escribió una carta y pienso que es alguna broma o algo por el estilo. ¿Por qué me escribiría una carta diciéndome que anhela conocerme? No lo comprendo pero sé en lo posible que, de jugárseme algún mal embrollo por parte del lugar en el que se encuentra recluido ese santo de los sueños vividos y de la palabra, sería capaz de todo con tal de ensartarles un puñetazo directo en la cara. De saber lo que hacen con los santos soñadores les ayudaría sin dudarlo.Así medito otro rato y entonces se me ocurre escribir en un pedazo de pergamino de la libreta que siempre llevo conmigo, la palabra “Libertad”. Lo hago con un modelo de letra lo suficiente legible como para que, quién llegue a recibirlo, pueda entender con entereza el mensaje que deseo que llegue a sus manos. Si no vuelvo de la estadía con mi soñador, de algún modo, de llegar a desaparecer, otros tomarían el don de la palabra de la que creemos se nos aísla. Porque, aunque soy un don nadie en algunos ámbitos de la civilización, en otros soy una eminencia destinado a labrar y construir ideas que viajan de aquí para allá como un enjambre de libélulas. Ideas que van más allá de un adoctrinamiento, de algo que se nos desea despojar, y que es precisamente la libertad que sentimos nos asfixia y nos somete a sus designios desde que nacemos. Por esto y más también tienden a llamarme El Hacedor de la Fortuna, pues sólo deseo en más que todos despertemos de esta utopía de la que no sé mucho más que lo que deberíamos o nos ocultan. ¿Nos ocultan cosas? ¿Los soñadores realmente desean soñar? ¿O todo es una vil mentira?
Mi túnica se mueve al compás del viento que sopla en el lugar. Busco en mis bolsillos una caja de música a la que le doy cuerda una, dos, tres y hasta cuatro veces hasta que suena y se abre. Dejo en ella el pergamino escrito con mi puño y letra desvanecerse dentro de la misma, hasta que se materializa después en una brillante figura, semejante a un insecto de alta alcurnia que hace que me quede muy quieto cuando se posa sobre la palma de mi mano izquierda. Vislumbro a la criatura mover las alas que coronan su espalda hasta que flota en el aire y me ve de frente con todo lo que posee. Le susurro algo que parece mudo y esta se proyecta en marcha para llevar mi aviso a su destinario. Aviso que sé que no tardará mucho en reproducirse entre quiénes sé, siguen mis ideales.
Pienso que si conoceré a Gamaliel todos tendríamos derechos a verter nuestras ideas en él. Pero ahora mismo no estoy seguro de cómo tomarlo, pues de un modo u otro Gamaliel será mi guía desde el instante en que me entregue a sus brazos. Hay cosas que desearía cambiar pero no puedo, y sin embargo, son cosas que haría en más dignas de ser recordadas si acaso no llegase a volver de mi encuentro con el santo soñador. En mis reflexiones recurro a otro mensaje que sigue el mismo procedimiento que el anterior y que envío a mi amante más allá de la costa, un mensaje que simplemente reza, sobre el pulcro pergamino, un grito de auxilio.
“Vamos allá” digo al mar que me responde con el sonido de su oleaje.
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El Refugio de los Santos Soñadores
FantastikDesde que tenemos memoria nos han controlado y nuestra existencia, la prevalencia de la misma, ha sido posible gracias a nuestro ingenio e ingenuidad. Nos entregamos ciegos, sordos y mudos haciendo caso omiso a las precauciones y a las advertencias...