Capítulo 2: La sombra en el ascensor

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El teléfono llevaba vibrando desde hacía rato. Por mucho que intentara ignorar su frenético temblor sobre las sábanas, Yesira cometió el fatal error de comprobar quién la requería con tanta insistencia.

Martina. No le sorprendió lo más mínimo. Al fin y al cabo, llevaba pasando de ella y del resto de sus amigas durante todo el fin de semana. Quedaban tres días para la celebración de San Juan, pero lo último que necesitaba en ese momento era comprometerse a trasnochar entre ratas. El teléfono se detuvo, para luego zumbar de nuevo, en un último estertor. Un mensaje de Martina: «tia que se que estas no te hacen ni puto caso pero amos avernos».

Yesira se rascó la frente, cerrando los párpados en un intento de reunir los restos de paciencia que aún le quedaban. Ya no solo por la ortografía, sino porque se le ocurrían al menos cinco mil cosas que hacer que le proporcionasen un rato infinitamente más agradable que charlar de estupideces con Martina. Sin embargo, ahí arriba algo le decía que, de alguna forma, estaba siendo una desagradecida por no contestarle.

—Al fin y al cabo, para una que se preocupa por mí —se dijo, aunque sabía lo falsa que estaba siendo consigo misma.

«Vale, nos vemos delante del Campo de Guía en un cuarto de hora. ¿Puedes?». Este mensaje recibió respuesta al instante, un emoji de aplauso. Yesira sacudió la cabeza, con las mejillas enrojecidas de ira. Otra prueba más de lo débil que era y de lo fuerte que debía ser. Se enfundó su camiseta y vaqueros y, tras respirar hondo unas diez veces, se puso sus sandalias y salió por la puerta, dedicándole una leve sonrisa a Yaiza, que se la devolvió desde el salón, donde estaba preparando su proyecto de lengua.

Anduvo con prisa contenida hacia el ascensor, donde se quedó unos segundos en atenta observación. La sombra seguía allí, ominosa. No obstante, la joven ya la había tomado como al perro del vecino. Antes de abrir la puerta, se agachó para ponerse a su altura.

—Qué, ¿cómo ha ido la mañana? ¿Has asustado a las del quinto, o sigues con lo de solo aparecerte a mí? —tocó con los nudillos el cristal—. Porque a este paso, Yaiza me va a enviar derecha a un psiquiátrico, bonita. Hay que joderse...

Suspirando, entró. Cómo no, vacío. Como siempre, pulsó el botón del bajo, y se recostó sobre la pared. Mientras el aparato bajaba, se fijó en que una de las luces estaba parpadeando. El edificio era antiguo, así que era de entender que las bombillas estuvieran a nada de fundirse.

Entonces, ocurrió. El ascensor se quedó a oscuras un segundo. Fue algo casi imperceptible pero, según la luz volvía a inundar el cubículo, la sombra que proyectaba el cuerpo de Yesira se superpuso sobre otra. Otra que había estado todo ese tiempo bajo la suya.

—¡Hija de puta! —rugió mientras giraba su cuerpo y, con todas sus fuerzas, propinó una patada a la pared donde se encontraba la intrusa.

Un quejido lastimero retumbó a su alrededor, mientras el elevador se sacudía con violencia. Yesira volvió en sí, aterrorizada. No sabía que le había dado, ni cómo había dado esa patada de forma tan instintiva, ni cómo había podido ver con tanta claridad la sombra tras la suya. Su confusión no hizo sino aumentar cuando, de la oscura figura surgió un chico de complexión menuda, cabello rubio ceniciento y respiración congestionada. Cayó frente a ella de rodillas, ocultando su rostro con las mangas de su sudadera negra, mientras se retorcía de dolor. Yesira se apartó todo lo que pudo, sin creerse lo que sus ojos le mostraban. En ese momento, el ascensor se detuvo. A toda prisa, la joven abrió la puerta y, tropezándose con la alfombrilla del portal, salió corriendo como alma que lleva el demonio. Sin embargo, una voz tras su nuca la sobresaltó.

—Espera, por... favor...

Justo a su espalda, el chico la miraba, implorante. Yesira ahogó un chillido, antes de que este le cerrara la boca con la mano, mientras la empujaba contra la pared. Antes de que pudiera acorralarla, la joven se zafó de su agarre con facilidad, mordiéndole la palma con fuerza. De otro puntapié, se quitó de encima a su agresor.

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