Capítulo 3: Conversaciones de bar

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Trae el bolígrafo. Eso rezaba en el reverso de la tarjeta, escrito con tinta del mismo color grisáceo que esta. Yesira lo observaba, como quien contempla un abismo a sus pies. Solo que, en su caso, por mucho que se resistiera, sabía que al final no le quedaría otra que saltar. Ahora no cabía duda: esa gente la había estado vigilando. Al milímetro. Que ella supiera, solo su hermana conocía lo de su boli de tinta inagotable. Así que, si la gente de Cassandra lo había averiguado, poco podía hacer para hacer oídos sordos a su petición. Debía ir. Apenas había podido dormir la noche anterior. Cada minuto que le separaba de aquella fatídica cita se hacía más y más largo. Más y más insoportable.

Yaiza repiqueteó en la puerta de su habitación, esperando una respuesta. Al no recibirla, abrió de golpe.

—Muy buenas notas sacarás en lengua, pero lo que es la palabra «intimidad» ... —siseó, con las manos en la cara.

—Hala, exagerada. —Se sentó al pie de la cama, sonriente—. Qué, ¿jugamos?

Cierto, le había prometido a su hermana que reservaría esa noche para recibir su paliza semanal. Durante unos segundos, aquello le hizo dudar de si debía ir a su entrevista con la mujer del cojín. Sin embargo, dichas dudas se esfumaron de inmediato, con solo al recordar la cantarina, pero formidable voz de Cassandra, invitándola a lo desconocido.

—Lo siento, ratona, es que... tengo que hacer algunas cosas en el centro.

Yaiza la observó, incisiva.

—Ah, no, eso conmigo no cuela. Llevas desde ayer más rara de lo normal, que ya es decir.

—Oye, ¿qué te has creído? —sonrió, tratando de cambiar de tema.

La intentona no surtió efecto. Su hermana la tenía demasiado calada.

—Además, me estás hablando como les hablas a las tres mellizas. ¿Qué me escondes? —Se acercó—. Sabes que me lo puedes contar, soy una tumba.

Se contuvo cualquier tic que pudiera delatarla. No podía meterla a ella también. No deseaba nada más que contarle todo, pedirle consejo, dejarse guiar por ella... pero no podía. Porque eso la convertiría en un objetivo de Cassandra. Y, aunque no sabía de lo que era capaz, no se perdonaría que analizaran hasta el último movimiento de Yaiza. Así que, por primera vez en su vida, Yesira mintió a su hermana.

—Nada, que han abierto un nuevo bar en el centro, y las chicas quieren ir a ver de qué va. Además, llevo tiempo sin quedar con ellas, así que me vigilan con lupa. ¿Lo dejamos para mañana?

A pesar de que gran parte de lo que le dijo tenía algo de verdad, su pecho dolía demasiado como para ignorarlo. En tres frases, había derribado el último fortín de sinceridad que quedaba en su vida. Pulverizando hasta la última roca.

—Claro, tonta, pásatelo bien —concedió Yaiza por fin, dirigiéndose a la puerta—. Mañana le damos, si te parece bien así.

—¿Estás enfadada? —preguntó, incorporándose un poco.

—No, solo es que me hacía ilusión lo de hoy, pero son cosas de niñata, no te ralles. —Se despidió con la mano—. Venga, ya me contarás qué tal.

—Por supuesto —mintió de nuevo.

Nada más escuchó la puerta cerrarse, Yesira cayó sobre las sábanas como si acabara de correr una maratón. Una losa de piedra le oprimía el corazón, mientras buscaba cualquier consuelo que pudiera quedarle por haber traicionado a la única persona que la quería sin condición. Todo por protegerla. Valdría la pena, si aquello que Cassandra fuera hacerle no salpicara a Yaiza. Ni una sola gota. Merecía mentir por eso, ¿no?

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