Se paseaba tranquilamente en el filo de la azotea, sin temor a tropezar y caer al vacío. No podía morir de cualquier manera. El frío aire le soplaba en el rostro, moviendo su cabello sin una dirección específica. Con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón, esperaba el inicio de su bonito experimento.
El primer grito anunció el comienzo.
Agudizó la vista, evaluando lo que planeó con tanta antelación.
Una sonrisa socarrona le surcó la carente expresión.
Esos malditos perros se volvían locos poco a poco. Atacarían a lo que se les pusiera enfrente; no los matarían, no a todos, solo unos cuantos y a otros tantos los lastimarían un poco. La desesperación y el miedo de aquellas ratas con las que se le obligó a convivir crecerían de sobremanera. Le encantaba.
―Mi señora.
Uno de sus lacayos interrumpió su momento de placer. Se volvió mirándolo con clara molestia. Este se inclinaba en señal de respeto.
―Los Luna Llena ya fueron alertados y se dirigen a los suburbios. Debemos irnos o alguno podría olernos desde aquí. ― le aconsejó, inclinándose aún más.
Su tiempo de gozo se terminó, era hora de continuar con el siguiente paso.
Bajó del borde del edificio, caminando delante del hombre. Desde la perspectiva de un tercero, podría interpretarse que se trataba de solo dos jóvenes disfrutando de la noche y la vista. Pero eso no se acercaba ni de chiste a la realidad.
―Dile a los demás que se dirijan a los invernaderos. Corten todo el acónito bueno y llévenlo a mi laboratorio.
―Como ordene, mi señora.
― ¿Y la chica?
―Estaba dentro de la casa desde la tarde.
―La quiero viva. Manténganla vigilada por ahora. Pronto mandaré por ella.
― ¿Cree que sobreviva? ― preguntó incrédulo.
La pregunta le causó gracia.
―Lo hará. ― contestó, bajando de una en una las escaleras de emergencia. ― En definitiva.
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LIBÉRAME
WerewolfEn un mundo donde los humanos y los licántropos coexisten con dificultad, Ayla lucha por superar el trauma de un ataque reciente. A medida que se enfrenta a sus miedos y trata de encontrar normalidad en su vida cotidiana, los recuerdos de unos ojos...