2. Unos labios silenciosos

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Después de una tormenta, la calma no llega hasta mucho tiempo después, cuando eres capaz de asimilar los daños y vivir con las consecuencias.

Christopher era una persona que brillaba por decirlo de una manera. Completamente transparente y expresivo, tenía una energía cautivadora y tan amarilla que era imposible no sentirlo. No podía ocultar nada como dijo su mamá: si estaba feliz iba a brillar como un sol, si se encontraba enojado a arder como una cabaña. Y de estar triste, sus ojos se nublaban como el cielo en una tormenta.

Aunque sonrió incluso cuando atravesé la puerta y me acerqué a él, pude notar el desdén en sus pupilas cafés, la apatía y enfado en las comisuras caídas de sus labios. Se notaba cansado, por no decir harto de todo. Noté por su expresión apretada que deseaba moverse, quiza le enloquecían las ganas de abrazarme o de tan solo poder girarse para verme mejor. Jessica fue hasta él y le ayudó a poner sus manos sobre su regazo, para después darle un beso y salir por la puerta indicando que nos daría espacio.

La vi irse, enfocando mi atención en ella para no tener que seguir mirando ese cuerpo roto y esa expresión agobiada. Cuando me volví hacia él respire profundo aunque intentando no hacer ruido, y sonreí ampliamente.

A pesar de todo, me alegraba verle de nuevo, saber que aunque le dolía, parecía estar intentando no darse por vencido. No me imaginaba lo estresante que debía ser su situacion, mucho menos siendo él alguien tan independiente y activo todo el tiempo. No quería preguntarle nada directamente, en realidad, no quería hablar, pero Christopher no podía hacerlo por lo que tenía que dar el primer paso.

—Hola —dije de nuevo, él sonrió por segunda ocasión, siendo ese gesto mucho más amigable y enternecedor que sus labios moviéndose pero no diciendo mucho. Al lado de su cama de hospital, había una silla de oficina en la que me senté con cuidado para que así fuera más fácil para él verme, y porque sinceramente me temblaban las piernas, haciéndome sentir que en cualquier momento iban a flaquear llevándome hasta el piso. ¿Qué tenía que decir en una situación así? Todo estaba mal, él se encontraba postrado con una decena de tubos entrando en su cuerpo, dependiendo de un respirador artificial y siendo incapaz de hacer sonidos con su voz. Obviamente el escenario era horrible, preguntarle como se sentía sería tonto considerando su situación. Así que solo dije —. ¿Está todo muy mal, cierto?

Él quiso mantener la sonrisa, pero en cuanto dije eso, le fue imposible seguir fuerte. Hizo un solo parpadeo muy largo lo que era una respuesta afirmativa, y procedió a cerrar los ojos y dejar que las lágrimas escaparan. Gemir no era opción dada su parálisis, pude ver como le costaba tanto respirar, su pecho se agitaba y hubo un descenso en su saturación de oxígeno marcada por el monitor, el cual comenzó a hacer un pequeño pitido. Tenía ganas de llorar con él, pero me obligue a retener las lágrimas para poder tranquilizarlo.

Me acerqué a su rostro para poder acariciar su cabello y frente, pensé primero en tomar su mano pero me asustaba lastimarlo.

—Tranquilo, Chris —pronuncié con voz dulce —. Ya verás como va a mejorar todo, ¿sí? —él me miró con esos ojos inundados de lágrimas, desbordandose y enrojecidos, solo atiné a acercarme más a su rostro y seguir acariciando sus mejillas —. Puedes llorar pero hazlo más despacio, porque tu respiración se está agitando mucho —posé mis ojos sobre el monitor absorbida por el ruido de la máquina y las lecturas que se mostraban.

Christopher se río con mis palabras, y aunque no dejaron de salir las lágrimas, consiguió tranquilizarse de a poco. Le di un masaje circular con mi dedo índice en las sienes de su cabeza, eso hacía mi abuela y mi padre cuando me sentía triste de pequeña.

Voy a detenerme —quiso hablar aunque no podía, fue difícil leer sus labios, por lo que tuve que esforzarme por entenderlo. Afortunadamente él vocalizaba de manera clara.

—No tienes que hacerlo —susurre —. Puedes llorar tanto como quieras o necesites, yo voy a estar aquí contigo.

Me imaginé lo mucho que llevaba en su interior, y lo aprisionado que debía sentirse debajo de sus músculos inmóviles. De repente, yo le decía algún chiste inocente, o le contaba una que otra anécdota, esperando hacerle sentir mejor. Él se reía con suavidad, y después seguía llorando.

Era imposible dejar de pensar en todas las cosas que me imaginaba hacer con él, entre las que nunca estuvieron tener que cuidarlo siendo una persona discapacitada. Era muy agotador saber que quizá no volvería a ser el mismo, ese muchacho que saltaba de un lado a otro en la calle, o que amaba bromear junto a sus amigos cuando ensayaban para alguna presentación. Si para mí el futuro a su lado se había nublado, pensé en lo turbio que debía sentir él mismo su destino.

Al final me animé a tomar su mano. Sus dedos no respondían en lo más mínimo a los míos intentando animarlos para que se movieran, ni siquiera un pequeño temblor o una resistencia, se balanceaba entre mis dedos a mi voluntad.

—¿No puedes sentirlo? —pregunté intentando no sonar demasiado entrometida. Un doble parpadeo obtuve como respuesta, apreté los labios intentando no mostrar desilusión. Lo presione de nuevo con más fuerza, y en diferentes zonas, para ver si eso funcionaba —. ¿Ni siquiera un poco? —aparto sus ojos de los míos, y dirigió toda su atencion a nuestras manos, como si quisiera de verdad sentir algo.

Luego de unos segundos...
parpadeó dos veces.

Quizá nunca iba a sentirme de nuevo mis caricias, o corresponder mis abrazos. Tome su mano con suavidad entre las mías, y luego de contemplar por menos de un segundo la dejé reposar de nuevo.

—Yo no pensé que esto iba a suceder —expliqué —. De verdad esperaba que fuera solo una contusión, o que tu médula espinal estuviera siendo presionada por el resto de tu cuerpo. Ni siquiera debería decir esto, supongo que tú deseabas lo mismo —me detuve para leer su expresión facial, no pude descifrar mucho pues él parecía estar atento a lo que decía —. Pero como lo dije ese día, si estarás paralizado el resto de nuestras vidas, podemos buscar soluciones. La vida no se va a detener.

Él sonrió, y parpadeo una sola vez tan fuerte como pudo, cerrando sus ojos antes de soltar una última lágrima.

Como Seda Entre Sal Y ArenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora