Hace calor.
Me remuevo en la cama y abro lentamente los ojos. Ayer me dejé la persiana subida, y el sol de la mañana ilumina por completo la habitación. Escucho música, se me acostumbran los ojos a la luz, me estiro. Involuntariamente sonrío. Apago la alarma.
Me levanto de un salto y abro la ventana, agradeciendo la brisa que me da los buenos días y hace que las cortinas vuelen.
Cojo el móvil, lo desbloqueo, pongo música a todo volumen. Abro el armario y me pongo lo que me da la gana, me miro al espejo y vuelvo a sonreír.
No creo que haya habido otro momento en mi vida en el que haya sido tan feliz.
Voy al baño y me intento peinar, pero no lo consigo y simplemente me hago un moño tan alto que varios rizos se escapan por detrás. Me encojo de hombros y sigo escuchando la música que se emite desde mi habitación.
En cierto momento me intento subir las gafas, pero se me ha olvidado ponérmelas y vuelvo a mi cuarto a por ellas.
Las limpio, y el mundo se ve menos borroso.
Abro la nevera y me invento un desayuno cualquiera, tomo dos vasos de leche, cojo un plátano para después y salgo del apartamento.
Voy al de mi vecina, una mujer de noventa años, y le cuento qué tal me fue la vida ayer y ella me cuenta qué tal le fue a ella. Vive el doble de drama que yo.
Una hora más tarde nos despedimos. Miro mi reloj: las siete en punto.
Saludo al portero y salgo a la calle con la mochila cargada a tope, llego a mi bicicleta, me subo, empiezo a pedalear. En un semáforo en rojo, miro al cielo.
Está totalmente despejado.
Paso en línea recta por muchas calles y al lado de muchas personas, y a los diez minutos me detengo frente a un edificio. Me quito el casco, me bajo de la bici y la ato a un árbol delgado. Respiro hondo.
--¡Buenos días! –Exclamo nada más entrar.
Todos me saludan de vuelta, algunos sonriendo y otros no, y me subo al ascensor.
--Hoy por la noche es la lluvia de estrellas, ¿no? –Me pregunta Natalia, una compañera de trabajo que pulsa el botón del piso tres a pesar de que tiene que ir al dos. Es algo despistada.
--¡Sí! ¿Con quién la vas a ver?
--Con los amigos del instituto de los que te hablé el otro día. ¡Va a ser la primera vez que vea algo así! –Comenta, ilusionada bajo esa capa gruesa de tranquilidad y calma que la caracteriza. –¿Y tú?
--Con Chipmunk.
--¿Vas a ver la lluvia de estrellas con tu pez? –Pregunta, riendo por lo bajo.
--Síp.
Se abren las puertas y salimos las dos del ascensor.
--Vas al dos –le digo, y ella se para y se queda pensativa un par de segundos antes de dar media vuelta y subir de nuevo al ascensor. --¡Que te lo pases bien! –Le digo, riendo.
Ella ríe también y me saluda de vuelta.
Me giro y sigo caminando, me detengo en un punto del pasillo, abro una puerta y me meto en la sala.
--¡Buenos días! –Saludo.
Me siento en mi zona de trabajo y dejo la mochila en el suelo. La abro, saco papel, portaminas y goma de borrar, empiezo a trabajar.
· · ·
Cuatro horas más tarde, me levanto y subo a la azotea. Media hora de descanso.
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Skyline
Tajemnica / ThrillerEntonces lo veo. Parece salido de un cómic de ciencia ficción, producto de la imaginación de alguien cualquiera, presente en los sueños de aquellos con mucha creatividad. Una de las estrellas no sigue el mismo rumbo que las demás. Aumenta de tamaño...