Día 1: Época/Histórico

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Era el año 1846, una época maravillosa, los hombres llevaban sombreros, el dobladillo de las faldas subían cada vez más al igual que el número de locales nocturnos donde la lujuria, la diversión y el placer hacían eco en la noche de París, donde después de una amarga época resurgía un nuevo renacer, artistas bohemios acudían a la ciudad de las luces y del amor en busca de aventuras y carreras de éxito, así como Levi Ackerman, un joven Británico que abandonó su país en busca de algo más, de darse una oportunidad así mismo y a sus letras, desde bien joven todo lo que no podía expresar en alto lo anotaba en papeles, siempre había sido una persona algo fría, callada y con una mirada vacía, pero bajo aquella coraza el Ackerman escondía anhelados sentimientos y palabras llenas de emociones y poesía. 

Palabras que de alguna manera quería que fueran escuchadas.

Ahora solo quedaba encontrar la forma de que aquello pudiera funcionar, llevaba cerca de un mes en la ciudad y no había tenido mucha suerte, algún trabajo de medio tiempo limpiando restaurantes para poder pagarse una habitación en un piso compartido con más artistas como él, un joven Rubio que pintaba paisajes marinos, una joven que estudiaba bellas artes haciendo retratos de seres enormes, con obras macarras y bizarras a los ojos de los demás que no encontraban la belleza en aquello, pero esa era la gracia. 

No estaba disgustado con la vida que tenía, pero sabía que algo faltaba. 

Con la cabeza perdida después de una jornada de trabajo como lavaplatos paseaba por una de las calles húmedas de París, hasta llegar a uno de los sitios donde solía ir cuando buscaba algo de inspiración para sus poemas. 

Era raro que fuera a un cabaret, él que no se fijaba realmente en las mujeres y menos en buscar algo de una noche, a él eso no le iba, sentía que era mejor encontrar a alguien que le complementase, que le hiciera sentir algo real, evidentemente para alguien como él aquello nunca sería dicho en voz alta, a demás que carecía de toda gracia a la hora de cortejar a alguna mujer... Ninguno de sus compañeros había leído sus palabras aunque Hanji, su loca compañera de piso,  juraría escucharlo cantar cuando limpiaba su hogar, apostando con Armin, su otro compañero que de seguro cantaba sus poemas, pero no se lo echaba en cara al moreno ya que al menos limpiaba, cosa que agradecía pues pese a ser un sitio de mala muerte Levi hacía que aquel humilde hogar resultara agradable a la vista y cómodo para todos, además de habitable.

Bajó unos escalones hasta llegar a la puerta de aquel local que solía frecuentar, nada como la luz tenue del lugar, las risas de gente que charlaba y los espectáculos que solían realizarse en aquel pequeño escenario con cortinas púrpuras de terciopelo, él que no era un buen bebedor había cogido la costumbre de ir hacia aquel lugar y como animal de costumbre tomar asiento en el tercer asiento de la barra, quitarse la gabardina gris dejando ver su camisa blanca bien abotonada con sus tirantes negros y dejarla en el asiento desocupado de al lado y quitarse el sombrero, su mirada buscó el reloj de pared que se situaba en la pared, después siempre pedía un Dalila, le gustaba ver como el coctelero preparaba dicha bebida, como con maestría vertía los ingredientes en la coctelera, jugo de medio limón, un chorro de Ginebra, otro poco de Cointreau... Y como no Hielo para agitarlo con ganas y servirlo en una copa, lo había visto tantas veces que se sabía a la perfección aquella ejecución.

-¿A sido un buen día?-Preguntó sin más a su habitual cliente, no era un hombre de muchas palabras, pero se había acostumbrado a que aquel hombre moreno de mirada fría pidiera el mismo cóctel cada vez que venía, nunca lo había visto tomar otra cosa, siempre callado con una libreta en donde escribía a saber qué, al principio le insistía en servirle algún Ron, le dijo que no era muy fan de las bebidas fuertes, que prefería el té como buen Británico. 

-Un día al fin y al cabo-Se limitó a decir como respuesta algo inquieto al ver hacia el escenario, en él un grupo de cabaret que bailaban y cantaban acompañadas de un piano animado y un público entregado, el barman sonrió al notar la impaciencia del hombre. 

Manual de una perdida | RivetraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora