7 Merodeadores

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Miércoles 15 de Septiembre, 1971

La mañana siguiente James y Sirius apenas podían contener su emoción y apresuraron a sus compañeros de habitación a bajar a desayunar antes que cualquier otro Gryffindor. Fueron los primeros estudiantes en llegar al gran comedor, aparte de unos cuantos Ravenclaws encorvados sobre sus libros de estudio para los ÉXTASIS con enormes tazas de café negro.

—Perfecto —Sirius irradió ante los bancos vacíos — ¡Asientos en primera fila!

—Apuesto a que nadie aparece en horas. —se quejó Peter, medio dormido, apoyándose sobre sus codos.

—Oh anímate —James les sirvió a todos té en grandes tazas — ¿No quieres ver el fruto de nuestro trabajo?

—No a las seis de la mañana. —respondió Peter, sorbiendo de su té. Sirius hizo una mueca ante el ruido y empujó un plato en su dirección.

—Toma una tostada y deja de lloriquear.

Remus tomó una tostada también y la cortó en cuatro pedazos. Untó mermelada en un cuarto, jalea en el otro, mantequilla en el tercero y cuajada de limón en el último. Ignoró la mirada de entretenimiento que Sirius le estaba dando. Remus nunca había tenido tantas opciones antes, y estaba determinado a sacar el mayor provecho de cada comida.

Afortunadamente, no tuvieron que esperar tanto antes de que los otros estudiantes comenzaran a llegar en pequeños grupos a desayunar. Los primeros Slytherins llegaron justo cuando Remus se terminaba su tostada. Tres chicos y dos chicas; tercer año. Caminaron hacia su mesa, absolutamente inconscientes de los cuatro ansiosos Gryffindor mirándolos atentamente. Por unos momentos fue como si nada fuera diferente. Sirius suspiró con decepción. Pero entonces. El chico más alto se revolvió levemente en su asiento, frotando su brazo. Otro parecía estar buscando algo en su bolsillo, pero desde donde veía Remus claramente estaba rascando su pierna furiosamente. El tercero no dejaba de usar su varita para frotar detrás de su oreja.

— ¡Funcionó! —susurró James, sin aliento de la emoción. Incluso Peter se veía animado ahora.

Mientras más y más Slytherins entraban, su problema se volvía más obvio, y más hilarante. A las siete la mesa de Slytherin estaba llena de chicos murmurando, retorciéndose y rascándose, y de chicas con mirada horrorizada. Amycus Carrow, un chico grandote de sexto, eventualmente se arrancó su túnica, su jersey escolar e incluso su corbata para arañarse el pecho el cual Remus podía ver ya estaba al rojo vivo.

Casi le daban lástima.

Pero entonces llegó Snape. Ya sea karma o suerte pura, Severus parecía haber reaccionado particularmente mal a las semillas de escaramujo. Entró caminando cabizbajo, el cabello cayendo sobre su cara, pero su nariz aún estaba visible y claramente rojo brillante.

— ¡Oh Merlín! —jadeó Sirius, riendo tan fuerte que se sostenía el estómago — ¡Díganme que le dimos en la cara!

— ¡Oi, Snivellus! —gritó James, de pronto, para llamar la atención del otro chico.

Snape se dio la vuelta, mirando hacia arriba; su cabello se separó. El lado izquierdo de su cara estaba cubierto en un furioso sarpullido rojo, desde su sien hasta su cuello, desapareciendo debajo de su uniforme. Su ojo izquierdo estaba rojo también, el párpado hinchado e irritado.

— ¡Te ves bien! —alardeó Sirius, y los cuatro chicos se disolvieron en risitas mientras Snape se fue furioso de la sala.

Para cuando el desayuno se terminó, el castillo entero rezumbaba con rumores sobre qué exactamente había caído sobre los chicos de Slytherin. Sirius y James lucían como si todas sus Navidades hubieran sucedido en un día, e incluso Peter se había animado notablemente, recordándoles a todos que había sido él quien había estado vigilando, después de todo, volviendo la aventura entera posible.

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