Una vida no tan perfecta

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Todos tenemos sueños, eso está demasiado claro, sin embargo, no todos nuestros sueños son bien vistos. Porque, mientras que para todos el sueño clásico de ser doctor es apoyado y admirado, el de ser un escritor y conmover al mundo con las palabras solo es señal de pobreza y hambruna, así como cualquier cosa que se relacione con el arte. Mi abuelo decía que las personas capaces de plasmar sus sentimientos en el papel eran seres de sentimientos profundos y que quienes se atrevían a compartir esos sentimientos profundos eran valientes. Mi abuelo siempre vio en mi esa valentía, murió con una falsa expectativa, pues pese a que era capaz de plasmar todo mi sentir en papel, hoy es día en el que no soy la valiente que lo comparte con el mundo.

Soy Mía, tengo 17 años y me gusta definirme como una escritora frustrada, son mis poesías y mis relatos los que para todos son aburridos, por todos me refiero a mis dos hermanos, Agustina y Maximiliano. Ella es un año mayor que yo, vamos en la misma escuela. Mientras que él es siete años mayor, él dejó la escuela para volverse el dueño de un gimnasio al que todo mundo busca ir.

Tanto Agustina como Max tiene unas metas demasiado bien establecidas, Agustina idealiza a un futuro con el amor de su vida, amor que aún no ha encontrado, se visualiza en el altar, teniendo hijos, creando un ambiente de amor en la casa, limpiando y cocinando a su esposo, podría decirse que lo que a toda mujer se le idealiza con ser y hacer. Por otra parte, Max, a sus 24 años, tiene bastante claro que nunca se casará, el tener un gimnasio también lo lleva a ser alguien narcisista y ególatra, para mi hermano los compromisos no son más que ataduras, está seguro de que el amor dura poco. En mi familia yo ocupo el lugar de la chica rebelde que sueña en grande, mis padres esperan que me convierta en una exitosa doctora cómo mi padre, todos esperan algo de mí, y aunque yo quisiera poder ser la valiente que mi abuelo veía en mí, me basta con escuchar a mis padres criticando a los artistas por elegir una vida mediocre y sin futuro para desistir.

Me despierto como todos los días antes de la hora esperada gracias a que mi hermana se levanta temprano para poder arreglarse, Agustina además de ser alguien romántica y alegre, también destaca por ser muy vanidosa. La escucho entrar al baño a ducharse, salir de este y pasarse mil veces la secadora mientras alisa su cabello, luego de terminar, puedo ver cómo se mira al espejo no muy convencida, toma un par de pasadores y se los coloca para adornar, pero no se convence y decide dejar su cabello suelto, toma una brocha y un frasco de entre los montones de maquillaje que tiende a comprar y se lo pone, finalmente ha terminado, casi enseguida suena la alarma.

—No entiendo cómo puedes hacerte tanto —digo mientras me levanto adormilada.
—Deberías seguir mi ejemplo —sugiere—. Ningún chico te va a buscar si descuidas tu imagen.
—Tú sabes más que yo sobre estas cosas —menciono con una ligera sonrisa. Toma sus cosas y sale de la habitación.

Me levanto y camino hacia el espejo, mi cabello se encuentra enredado y algo alborotado, así que decido cepillarlo, mientras hago esto pienso en las palabras de Agustina. Ningún chico te va a buscar si descuidas tu imagen, ¿basarse en la imagen es lo esencial? Sinceramente no lo creo, esas palabras terminaron perjudicándome durante varios meses. He tenido novio, claro, novio que para mi familia, salvo mi abuelo, era considerado como "el mejor prospecto", todavía no olvido como pegaron un grito en el cielo cuando se enteraron de que mi relación con él había terminado, me cuestionaban y me acusaban, mi abuelo me felicitaba. Nunca se dieron cuenta del maltrato bajo el que era sometida.

Me visto con el "estilo" con el que todos en la escuela dicen que visto, mi papel en la escuela es el de una diva que es admirada por todas y todos, ahí también esperan algo de mí, cosas como un noviazgo con cualquiera de los chicos más populares de mi generación, mi presencia en todas las fiestas habidas y por haber durante el ciclo escolar o las prendas de ropa mejor combinadas. Pero por alguna razón también esperan que sea alguien prepotente y grosera, a cada día que avanzo en la escuela me impresiono más por cuan sencillo es para todos el poner etiquetas.

Salgo de mi habitación y bajo a la cocina para desayunar, papá se ha ido temprano a trabajar, mamá como de costumbre, sirve el desayuno y nos cuenta los planes de su día: limpiar la casa, preparar la comida, salir durante la tarde con sus amigas (las cuales la juzgan a sus espaldas), volver para recibir a papá y preparar todo para el día siguiente. Pese a que tiene un tiempo en el que sale con sus amigas, no parece tener un momento en el que pueda estar consigo misma y disfrutar de algo, mientras la escucho no evito pensar que pueda llegar a sentirse igual que yo, que no sea ella misma.

Max nos lleva a Agustina y a mí a la escuela, no precisamente por cuidarnos o por cerciorarse de que lleguemos bien, sino porque las chicas adoran verlo y eso alimenta su ego. Entro a la escuela en compañía de Agustina, pero pronto se separa cuando Valentín, uno de los chicos más destacados, se acerca a saludarla.

Mientras ellos se alejan desvío la mirada hacia un grupo de personas a quienes siempre me intrigó conocer, un grupo que mis amigos en principio ignoraban, pero que después terminaron por criticar. Un chico alto de ojos color café claro, cabello café oscuro y lacio, tez blanca y que desde lejos se podía percibir la ternura en su rostro, su nombre es Noel; otro chico llamado Jacobo, un poco más bajo que Noel, de cabello color negro y crespo, con ojos sumamente llamativos por las largas pestañas que se alzan de forma natural y que a simple vista podría confundirse con alguien del nuestro grupo de amigos, y por último, un chico más bajo que sus amigos, de tez morena, ojos grandes, cejas pobladas, cabello negro igual de crespo que el de Jacobo, en su mirada he podido percibir lo que quiero idealizar como la nobleza de su ser, su nombre es Santiago.

A ninguno de esos tres chicos le he hablado, ni una sola vez, ¿por qué? Nunca lo supe, cuando comencé a rodearme de amigos y nos etiquetaron a todos según cuán conocidos nos hacíamos y por lo que aspiraban de nosotros, mis amigos no les daban mucha importancia a esos chicos, pero luego de que Santiago me intentase hablar, fue como si hubiese detonado una bomba en contra de él y de sus amigos. Probablemente se trataba de un miedo a ser juzgada y a no ser lo que todos esperaban, lo que hasta la fecha tengo bastante claro, es que ellos parecen ser más felices y estar más satisfechos con lo que tienen en la vida de lo que yo simulo ser.

Entro al aula, me siento desganada en una de las bancas, pese a que mis calificaciones son las mejores, la escuela no me causa mucho interés, saco mi cuaderno y, al ver que no ha llegado nadie, miro los pequeños escritos que hago en las últimas hojas del cuaderno, así como una hoja suelta en la que he escrito un poema, el último que escribí hace varias semanas, escucho a Erick, uno de mis amigos, llamarme, doy un ligero brinco del susto y cierro el cuaderno con rapidez sin tener oportunidad de guardar la hoja suelta, entre mi torpeza por intentar ocultarla, esta cae al suelo.

—Pensé que te vería en la entrada —menciona—. Como vi a tu hermano ahí.
—¿Sigue aquí? —pregunto con torpeza, siento mis manos temblar en cuestión de segundos.
—Si, le estaba hablando a una chica de otro grupo.
—No cambia —simulo una risa.

En el fondo me siento algo molesta, más de una vez Max se ha conseguido problemas por sus conquistas, desde peleas con los novios de sus conquistas por el robo de su cariño, hasta el enfrentamiento con los papás de sus conquistas por la falta de compromiso y por los corazones heridos que termina por dejar. El único que ha faltado en su lista, por ahora, es el de salir con alguien menor de edad, día con día imploro porque ese conflicto nunca llegue.

Varios compañeros comienzan a entrar al salón, no encuentro manera de recoger la hoja de mi poema sin que Erick se percate de ello y haga preguntas, se caracteriza por ser alguien muy curioso. El profesor entra y todos miran hacia el pizarrón, tomo ventaja de esto para mirar al suelo y es entonces cuando veo que no hay ninguna hoja ahí. Puedo sentirme asustada, aun cuando no es un poema que haya firmado, puedo sentir el temor de que mi poema se encuentre extraviado.

—¿Todo bien? —pregunta Erick. Asiento no muy convencida sin dejar de mirar al piso en busca de mi papel.

Pronto la clase termina, así como mis esperanzas por recuperar un poema perdido.

Los versos de tu corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora