EPISODIO 11 FRANK BOWERS

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CHLOE P.O.V.

Después de una hora dando vueltas por la zona, decidí rendirme por el momento. Sabía que Rachel podía llegar a ser muy cabezota; ya lo había vivido. Lo mejor era darle un poco de espacio. Al fin y al cabo, siempre me quedaba Max para arreglar lo que hiciera falta. La llevé a su casa con mi camioneta, a pesar de sus protestas. Sus padres la había llamado en un par de ocasiones aquella tarde y no quería crearle más molestias. No quería molestar a nadie más.

—Chloe, no puedo dejarte sola —preguntó Max al frenar frente a su casa.

—La primera vez no te costó mucho... —dije de manera rudimentaria, sin tan siquiera seguir enfadada con ella—. Estaré bien. 

Max se quedó mirándome unos segundos en silencio. Yo no podía mirarla a ella. Habían pasado demasiadas cosas y, si bien me sentía agradecida por su sinceridad, me dolía un poco que no me lo hubiera contado antes. Todo era demasiado. Ella lo había sido todo para mí durante muchos años y, ahora que por fin había vuelto, me había "quitado" a Rachel. ¿Por qué la vida no me permitía tenerlo todo?

—Quédate conmigo esta noche —propuso, colocando su mano sobre mi hombro. No había sido consciente de la lágrima que caía por mi mejilla—. A mis padres no les va a importar.

—No puedo —respondí, limpiándome la cara—. Tengo que hacer algo.

—Chloe...

—No te preocupes —corté, encendiendo el coche de nuevo—. Bastante trabajo tienes pensando en cómo salvar al pueblo entero... ¿Te recojo mañana?

—Claro —aceptó ella, bajando del coche. Cerró la puerta con su característica gentileza y, antes de poder arrancar, metió su cabeza por la ventanilla—. Te he echado mucho de menos, ¿sabes?


Conduje hasta la zona oeste del bosque, donde sabía que lo encontraría. A unos metros de distancia de su caravana, todo parecía en calma. Los animales nocturnos se movían entre la maleza y animaban el ambiente sonoro de la zona. Parecía tan agradable en otro contexto que recordé la noche tras La Tempestad. La adrenalina, la noche, el beso, ella... Ojalá pudiera yo viajar en el tiempo

Llamé a la puerta, golpeándola con el puño, hasta oír los ladridos de Pompidou. Después de un momento breve de espera, alcé la mano para llamar de nuevo, pero algo me lo impidió. El brazo de Frank me rodeó el cuello y tiró hacia él, a mis espaldas. Sujetaba una navaja bien pegada a mi mejilla.

—¡Frank, joder! —grité, golpeando su brazo. Me soltó al instante.

—¿Chloe Price? —dijo, alejándose de mí—. ¿Qué coño haces aquí? Como no sea para devolverme todo lo que me debes, ya puede largarte.

Tratando de reunir toda la paciencia que se me escapaba entre los dedos, di un paso al frente y lo empujé con todas mis fuerzas, haciéndolo perder el equilibrio y caer al suelo. Me miró sin entender nada, pero con un atisbo de agresividad.

—¿Qué estás haciendo?

—¿De qué la conoces? —pregunté, furiosa, acercándome a él, que todavía seguía en el suelo. 

—¿A quién? 

—¡A Rachel! —grité, provocando el eco de mi voz entre los árboles. La cara de Frank cambió de pronto. Su gesto se tensó un poco más y se levantó como pudo—. Dime qué está pasando, Frank, o te juro que...

—¿Qué vas a hacer? —preguntó, levantando los hombros—. ¿No sois amigas? Pues pregúntale a ella. Y déjame en paz, Price.

—¿Qué está pasando, Frank? —Mi mano agarró algo a mis espaldas. Apunté a Frank con la pistola que le había quitado a David días antes—. Habla. Ahora.

Frank alzó sus manos, con la mirada fija en el arma. Tenía la sensación de haber hecho aquello antes. Mi pulso temblaba un poco y ambos sabíamos que mi intención no era disparar, pero necesitaba información antes de perder la cabeza. 

—Price, cálmate... —sugirió él, inmóvil.

—¡Pues entonces habla de una puta vez!

—Vale, eh, eh... Podemos hablar, pero no me apuntes a la puta cara, ¿sí? Puedo enseñarte algo.

—Te juro que como intentes algo... —amenacé, apartándome para dejarlo entrar en su caravana. 

Entré detrás. No había rastro de Pompidou, pero sus ladridos llenaban el vehículo. Probablemente estaba encerrado en la habitación. Había crecido bastante en aquellos meses y había conseguido darle un poco más de reputación a Frank, que solo necesitaba llevarlo consigo para ser un poco respetado.  

Había olvidado el hedor de aquel sitio. Todo estaba sucio y lleno de comida de perro.

Frank buscó en un cajón y me trajo una carpeta. 

—Ahí tienes —dijo, alejándose de mi pistola—. No me culpes si no te gusta.

Dejé la pistola a un lado; ya tenía lo que quería. Me senté en las escaleras de la caravana y abrí la solapa. Nada más hacerlo, me encontré con la cara de Rachel. Saqué la fotografía y la observé durante un tiempo. Rachel posaba sobre el colchón de la cama de Frank, en ropa interior. Su cuerpo, que había tenido el placer de haber visto en contadas ocasiones, se mostraba abierto ante la cámara. Debajo de esa, había muchas otras fotografías parecidas. Incluso había una en la que salían ambos; con ropa, eso sí.

Tiré la carpeta a la fogata que Frank solía encender por las noches. Me importaba una mierda cómo pudiera reaccionar. Aquello era demasiado para mí. Pero insuficiente, al mismo tiempo.

Me levanté, agresivamente, y caminé hasta él, que me observaba desde el asiento de copiloto con los brazos cruzados.

—¡¿Qué coño pasa entre vosotros?! —grité, pateando su asiento con fuerza.

—Price, cálmate —pidió él con un tono tranquilo—. Ya lo has visto. Le hice algunas fotos. ¿Dónde las has dejado?

Señalé su ubicación con mi mirada y él echó a correr hacia la carpeta calcinada, intentando salvar alguna fotografía, blasfemando a gritos. Estaba claro que había algo entre ellos o Frank no se hubiera quemado las manos por unas estúpidas fotos. 

—¡Que te jodan, Price! —gritó, sujetando un pedazo de fotografía en alto—. Lárgate antes de que se me ocurra hacer algo, te aviso.

—Pues hazlo, capullo —ofrecí, sinceramente—. Pégame, intenta apuñalarme si quieres, pero dime qué hay entre vosotros.

—¡No hay nada! No la veo desde hace tiempo...

Frank caminaba de un lado a otro, nervioso. Parecía estar en medio de un crisis por mono de alguna sustancia. Aquello era más importante de lo que imaginaba.

—Ella se fue, ¿vale? —dijo, al borde de la desesperación—. Ella... Ella se fue. 

Me crucé de brazos. Necesitaba más. Esperé a que el chico dejase de dar vueltas sobre sí mismo e intenté darle un margen para hablar sin tener que amenazarlo de nuevo.

—Trabajó para mí durante un tiempo. Dijo que necesitaba dinero. Aunque luego iba debiendo más de lo que me ganaba. Todos los niñatos de Blackwell sois iguales... El caso es que hicimos buenas migas. Y entonces vino con el cuento de irse de aquí. Me vendió una vida bastante perfecta y me dejó sacarle algunas fotos.

Me encogí sobre mí, sentándome en el suelo. Me sentía enferma. Había quedado con él muchas veces y con ella muchas más, y nada en mí había sospechado aquello. 

—¡Y se largó! —gritó él, tirándose al suelo igual que yo. Nunca lo había visto tan afectado—. Yo no quise ir demasiado rápido... Ni siquiera sé si teníamos algo. No tengo ni idea.

Ya somos dos.


La vida es extraña sin el azul de tus ojos (Life Is Strange)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora