capítulo 37

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MARIANA DE LA NOCHE.

Capítulo 37.

Seguimos nuestro viaje, ella a veces se quedaba perdida en sus pensamientos, otras veces yo tratando de platicarle. Hablamos de tantas cosas, a veces sonreía y otras veces sus bellos ojos se cristalizaban. Cuando se quedaba mirándome fijamente mi piel se enchinaba, eso era algo que solo ella podía provocar en mí…

3 Horas después…

Entre más nos acercábamos a la ciudad sus nervios incrementaban. Se removió, jugó con su cabello, jugó con su medalla, la sentía tensa. Estábamos atrapados en el tráfico, a esa hora era normal, la miré y ella no dejaba de mover sus manos.

—¡Ya falta poco! —murmuró.

—Sí, ya pronto estarás en casita, por fin después de tanto —respondí.

Sus ojos se cristalizaron.

—¿Cómo crees que lo tomarán? —preguntó.

Giré la cabeza con un gesto de confusión, no entendía la pregunta.

»Cuando me vean, cuando se enteren de todo. Más después de la manera en la que salí de casa.

Tomé su mano ya que no dejaba de moverlas.

—Después de tantos días sin saber de ti, se pondrán felices, sobretodo Lorenzo.

Frunció sus labios tratando de contener sus lágrimas, pero era imposible. La acerqué hacia mí y la rodeé con los brazos.

—No, ¡Sssss!, ahora  todo está  bien, no llores.

Me sujetó la cara entre sus manos y mi respiración se cortó en ese momento al ver sus hermosos ojos tan llenos de agradecimiento.

—¡Gracias a vos! Eres mi ángel, te debo tanto.

Acaricié su mejilla.

—No me debes nada, todo esto lo hice con mucho gusto.

Dejó un beso en mi frente y susurró.

—Mi familia y yo estaremos en deuda contigo por siempre. No tendremos como pagarte.

Limpié sus lágrimas con mis dedos.

—No más lágrimas, ahora abrazarás a tu hermano con todas tus fuerzas, ese abrazo que deseas tanto.

Pasó saliva, asintió y sus lágrimas siguieron. Recostó su cabeza en el asiento y cerró los ojos. Vi unas lágrimas que seguían saliendo, me imaginé que debía sentir una alegría muy grande, después de tanto infierno al fin podría estar en su casa.

Por fin entramos a Medellín, ella respiró profundo y se quedó mirándome. Lograba ponerme muy nervioso, yo le regalé una que otra sonrisa y ella hacía lo mismo. Miré mi reloj eran las ocho y treinta de la noche.  Traté de evitar algunos trancones utilizando calles alternas, luego de unos minutos estábamos entrando a Robledo parte baja. Sin esperarlo me tomó de la mano y la apretó con fuerza, yo le devolví el apretón.

Ella empezó a indicarme por donde tenía que meterme, luego de unos minutos más doblando una esquina, me hizo parar el auto.

—¡Espera!

Hice lo que me pidió.

—¿Pasa algo? —Indagué.

Contuvo  la respiración y luego la soltó.

—¡Ya vamos a llegar! ¿Ves esa casa de ventanas grandes?

Incliné la cabeza para mirar, y efectivamente ahí había una casa muy bonita de paredes azules con unas ventanas grandes.

MARIANA DE LA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora