Capítulo 1: Inocentes.

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—¡Maravilloso!, ¿Ahora tenemos que ir a donde manda el viejo gordo?—mi jefe se queja y yo solo puedo ver a mi compañero. Que el señor Richard nos necesite es extraño y por una parte malo.

—El nunca nos manda llamar...—Riatt me ve preocupado—. ¿Y si se entero de lo que descubrimos el año pasado?

—Eso se quedó entre nosotros tres, ¿O abrieron la boca?—gruñe lo último y negamos al mismo tiempo.

—¿Tenemos que ir los dos?—Riatt me ve y traga saliva.

—Ryan deja de ser tan gallina...—digo y el mencionado solo asiente, tener un nuevo compañero es cansado.

—Tenemos un largo viaje por delante, prepárense, salimos en madrugada. Ryan trata de ser puntual—dice y sale del lugar con su maletín, Ryan me ve y abre la boca como si quisiera decir algo.

—¿Qué pasa?

—¿Si es cierto que tu anterior compañero murió a manos de uno de los Ty?—habla en un susurro y yo solo asiento sin dar más explicaciones no fue un buen día ese—. ¿Cómo murió?

—¿Pará qué quieres saber eso?

—No quiero cometer un error...—el error lo cometió al haber entrado a trabajar aquí.

Me doy la vuelta y salgo de la bodega, puedo escuchar los pasos apurados de Riatt seguirme. «George no era tonto, solo un poco aventurero».

—¿A dónde vas a ir en tus días de descanso?—indaga y yo solo lo veo de reojo—. Yo iré a España.

—No sé—digo cortante, él solo me sigue asta mi auto, lo veo con seriedad cuando se sube al asiento del acompañante—. ¿Qué haces?—Riatt solo ve a través de la ventana.

—Vivimos en el mismo complejo de apartamentos—alzó una ceja y bufo.

—Solo no abras la boca de más—digo y pongo en marcha el auto.

—¿Por qué tanto drama? Llevamos año y medio trabajando juntos—dice, lo veo de reojo y niego.

—Nunca se termina de conocer a las personas—suelto y veo el gran letrero de la calle #66. Subo un poco la velocidad y fijo la mirada en la carretera.

—Oh, esta carretera es tétrica—dice y ríe al finalizar—. Como si nuestro trabajo fuera bañar unicornios de colores—aprieto el volante y trató de no insultarlo.

«¿Cómo llegó asta acá?», suspiro y pongo música.

—¿Cómo llegaste a la bodega?—veo por el espejo retrovisor y captó un auto salir de un callejón de tierra.

—Tengo mamá, Gabriel—dice y cambia de canción—. Esta música es horrible, parecen gatos y perros pelear—expone, pone una estación en el radio que da las noticias.

—Mi auto, mis gustos—digo y le cambio a la estación anterior.

—Ya veo, aparentas ser un hombre fuerte y serio pero solo eres un niño mimado—gruñe, solo sonrió fríamente.

El transcurso del camino es silencioso, el auto que venía detrás de nosotros se desvío para otro lugar.

Detengo el auto frente a mi departamento y veo a mi acompañante. Este solo sale del auto y cierra la puerta de un golpe, «te voy a arrastrar de esos pelos de niña».

Salgo del auto y le pongo seguro, miro al frente mio. El departamento se mira en completa oscuridad, suspiro al pensar que estaré solo otra semana más.

—¿Sucede algo señor Roble?—el hijo de la vecina me ve con interés.

—No, solo estoy tomando un poco de aire fresco—digo, el menor me ve y mira al apartamento.

—¿Hoy no atrapó ladrones?—su mirada inocente me ve con entusiasmo.

—Hoy no hubo ningún ladrón—digo y el niño asiente, son tan fáciles de engañar.

Sin más que decir se va del lugar botando una pelota. Los vecinos parecen estar en sus propios mundos, incluso la doña chismosa del complejo.

Al entrar a mi hogar improvisado dejó caer mi saco y maletín en una silla. Me abro paso a la cocina sin percatarme que alguien o más bien algo me seguía. Un ratón de gran tamaño cruza por un lado mío, el carajo ni siquiera se espanta por el vaso que le echo. Malditos animales apestosos.

Veo todo con detenimiento, el desorden se está acumulando en cada rincón de la sala y parte de la cocina. Las pilas de documentos y cajas de cartón acaparan toda la vista, sirvo un poco de agua en un nuevo vaso y bebo el agua en un solo trago.

Enciendo la televisión y pongo un canal cualquiera, despejó un lado del sofá y tomó la última caja de documentos que me hace falta revisar.

Dos horas después de leer archivos cerrados de víctimas y testigos me desánimo, no hay nada, no hay una ubicación exacta mucho menos un nombre. Solo Tycho, eso es lo único que se conoce ¿Cómo fueron capaces de dejar en el olvido a una mujer psicópata qué se encargo de asesinar a más de cien personas?

Hojeo hoja por hoja, leyendo hasta las letras pequeñas. En el fondo de una carpeta me encuentro con una carta sellada de colores cálidos.

La tomo en mis manos y noto que tiene una fecha en tinta negra: 11.11.11, ¿Qué es esto? ¿Una broma? Que tenga la fecha de hoy es raro.

—¡Carajo!—maldigo al oler el típico olor a gasolina. Me asomo por la ventana y puedo ver a una mujer saludarme mientras arroja fuego al camino húmedo de gasolina, el auto se enciende rápidamente.

Salgo corriendo del departamento y sigo por varias calles a la mujer, esta parece danzar entre los callejones y calles. Paro de inmediato al ver que detrás de un coche sale la misma mujer y sonríe.

Mierda, es ella, su cabello rojo se ha ido. Ahora tiene un cabello castaño oscuro.

—Eres una mierda—digo y la apunto con el dedo, palpo mi cintura buscando mi arma, sin embargo no encuentro nada.

—¿Buscaba esto?—la voz de Andrew me llega de lleno.

Me giro lentamente y lo veo ahí, parado con una media sonrisa en la cara. El arma descansa en sus manos, estudió sus facciones y no es el mismo niño de hace rato; la mirada inocente se ha ido.

—Es fácil engañar a los adultos—estoy por replicar algo pero un brazo alrededor de mi cuello me hace callar.

La oscuridad me envuelve llevándome a un lugar incierto.

TychoʼsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora