Capítulo 4: Misandria II.

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Escucho la voz de alguien llamarme en la oscuridad.

«—Vamos, no te detengas—» manda y siento como tira de mi brazo.

De mi boca no sale palabra alguna, simplemente no puedo replicar nada. Las uñas de la persona se clavan en mi antebrazo, quiero llorar pero no puedo solo me dejo llevar por el dolor que causa su agarre.

Otra mano se acerca por mi espalda, un escalofrío recorre toda mi espina dorsal. A como puedo tomo esa mano y la sujeto con fuerza.

—Oye solo estabas soñando—Alicia aprieta mi mano con fuerza también tratándose de soltar.

—Yo... Lo siento—digo soltando su mano, su mirada me ve sin entender.

—¿Quién es Dariel? Estabas teniendo pesadillas—cierro los ojos y pasó mis manos por la cara.

—No es nadie—digo sin creerlo yo mismo.

«Hay cosas que están mejor bajo llave».

—Tengo hambre—volteo la mirada buscando el paquete de chocolates, no hay nada aparte de la bolsa vacía.

Me pongo en pie, mi reflejo en el espejo solo me hace saber que estoy en un problema más grave de lo que siquiera pensaba: los estaba buscando y ellos me encontraron antes.

El pecho y estómago me duelen, me duele el alma. Solo quiero desaparecer para siempre, Maldigo el día en que nací.

Toco mi hombro derecho tratando de quitar la sensación de agarre, maldigo el día en que salí de mi casa. Salgo de mis pensamientos con la cara más neutro que puedo. «Nadie confiara en ti si lloras ante la adversidad».

Giro el picaporte de la puerta y me abro paso al exterior, la casa está en silencio, un silencio extraño.

Bajo de dos en dos los escalones y me detengo frente a la sala de estar. En la mesilla hay revistas y un par de libros con juegos de palabras. Recorro el lugar con la mirada, siempre está esa sensación de que alguien te observa desde la oscuridad.

—¿Qué haces despierto? Son las dos de la mañana—la voz de Dante me hace dar un pequeño respingo.

—Tengo hambre...—él me ve con una sonrisa ladina.

—¿Quién no lo tendría? No bajaste a la hora de la cena—se toca el cabello y pasa de largo.

—Oye, ¿De dónde vienes?—indagó, él se detiene y me mira por encima del hombro.

Su mirada cambia a una desinteresada y me deja ahí, sube al segundo piso. Todos son unos hijos de mierda.

Entró a la gran cocina y preparo pan tostado con mermelada, jugo, un vaso de leche y sandwich de jamón. Le echo una última mirada al refrigerador buscando algo que pueda tomar: un bol lleno de uvas verdes y moradas llama mi atención. Las tomo y a como puedo acomodo las cosas de forma en que no se resbalen al subir las escaleras.

—Eso es demasiado—la voz de Alicia me recibe, toma unas cosas y las pone en la mesa—. Encontré esto debajo del sofa—en su mano sostiene una cadena con una cruz, es de oro. Ella da una pequeña sonrisa—. Mis padres siempre decían que Dios estaría ahí, siempre—lo último lo dice en un sollozo ahogado.

«Yo también creí una vez en Dios»

—Yo también creo en Dios, nunca debes perder la fe—miento, no es fácil creer en las personas y mucho menos en alguien que nunca he visto.

—¿Podemos rezar después de comer? Pará mis padres y para nosotros—sus manos toman mi antebrazo y yo solo asiento para que retire su mano de mi.

Ella come despacio, saboreando todo, yo apenas doy un mordisco y recuerdo los animales de allá afuera. Me como un pan con mermelada y un trago de jugo.

TychoʼsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora